Las posturas no son fáciles de compatibilizar. En la mesa de dialogo, están los que arriesgan capital y se entusiasman con aumentar producciones, exportar y crear más empleo. Y, por otro lado, está el Gobierno, que, en su voracidad extractiva, busca y justifica exprimir al máximo al capital privado creador riqueza vía nuevas exacciones. Y como tercera parte, están los que ven una oportunidad en el conflicto, y desde una posición supuestamente conciliadora intentan, y en general logran, sacar con astucia una tajada sectorial.
En esta discusión, con el tiempo la paciencia puede llegar a colmarse, cuestión que siempre hay que tratar de evitar. Pero en ciertas ocasiones, el cansancio por explicar siempre lo obvio, aflora y surgen frases como esta, que fue dirigida en su oportunidad a las más altas autoridades:
“Hay verdades tan evidentes, que se injuria a la razón querer demostrarlas. Tal es la proposición de que le conviene al país la importación franca de efectos que no produce ni tiene, y de la exportación de los frutos que abundan hasta perderse por falta de salida”. Mariano Moreno en su hartazgo por explicar lo obvio, escribió estas líneas en “La representación de los hacendados” en 1809, publicación dirigida al Virrey Cisneros y a la corona española contraria al libre comercio.
Más de doscientos años después, seguimos con los mismos dilemas. Y leyendo lo que escribieron quienes impulsaron los ideales de Mayo, nos encontramos con una profecía que nos persigue desde tiempos virreinales.
Lo central de la discusión Campo-Gobierno pasa por conceptos sencillos, como sostener que se trata de exportar e importar beneficiándonos del comercio, o, muy por el contrario, continuar con la contracara de encerrarnos de manera paupérrima en nuestras costas, casi absurdamente orgullosos de la pobreza autoinfligida.
¿Cómo justificar un cupo a las exportaciones de carnes, trigo, lácteos o maíz? O, mejor dicho, a la inversa: ¿Cómo explicar el fenómeno virtuoso que se genera una vez que está lanzado un camino claro exportador? Todo esto se presentó extensamente al Virrey en 1809 en el texto antes mencionado. Pero quiero destacar particularmente un párrafo también escrito por el fundador de La Gazeta de Buenos Ayres.
“A la libertad de exportar sucederá un giro rápido, que poniendo en movimiento los frutos estancados, hará entrar en valor los nuevos productos y aumentándose las labores por las ventajosas ganancias…”.
¡Qué difícil hubiese sido lidiar con Mariano Moreno, intentando tratar de convencerlo que hay que “controlar” vía un “volumen de equilibrio” la exportación de algún producto en particular!
Competitividad
El proteccionismo que condena hoy a agricultores argentinos a, por ejemplo, comprar las cosechadoras y tractores más caros del mundo mientras venden los granos, leche y carnes más baratos del mundo, funciona como una carga que quita competitividad a la actividad agropecuaria.
Cubiertos con un manto de una supuesta “defensa de lo nuestro”, existen aranceles de importación récord para maquinaria agrícola o herbicidas formulados. Estos aranceles riman con una política proteccionista más amplia, como la del ensamblado de electrónicos, textil y automotriz, alejando esas industrias de la competencia internacional.
Diseñar un disfraz para que pocos elegidos puedan importar algunos bienes, mutando apenas la apariencia, para luego etiquetarlos como “industria nacional”, también sucedía a principios del siglo XIX previo de la revolución de mayo. De esta manera describía el artificio Mariano Moreno, meses antes de convertirse en secretario del primer gobierno patrio: “… aunque se subrogó el arbitrio de comprar manufacturas extranjeras y estamparles nuevas formas para españolizarlas, pocos hombres han podido decir que los géneros que vestían eran nacionales”. El ensamblado virreinal.
Hoy mientras se convoca al “Dialogo”, la burocracia gubernamental anuncia exultante una vez más, haber encontrado la alquimia para aumentar la producción, mientras se traban exportaciones, aumentan impuestos, se frenan importaciones de bienes de capital, y se imponen (mínimos) precios máximos. Lógicamente ahí se empantana el dialogo. La fórmula mágica prometida nunca funciona. Y es ahí también donde la picardía encuentra la forma complaciente de decirles que si a las autoridades, que eso que sueñan es posible, y es en ese mágico momento es donde unos pocos obtienen la prebenda para su sector particular por encima del interés general. Luego se retiran con una disimulada sonrisa para contar, que una vez más, consiguieron en el medio del barro, una nueva ventajita, y que nuevamente se ha emitido el pasaje para que los ideales de mayo aborden un buque con destino incierto, y que se vayan bien lejos las ideas progresistas de la libertad del comercio.
Esta situación, es fundamental revertirla como ya se hizo con anterioridad en breves periodos de la historia, y que nos permitió pasar de ser la colonia virreinal más pobre, a ser el país más próspero de sud América.
Confío que esto se pueda cambiar, ya que estas políticas aislacionistas, son muy poca agua como para apagar tanto fuego fundacional de 1810.
El autor es productor agropecuario
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