Leyendo algunas notas recientes sobre energías renovables, biocombustibles más precisamente, y cambio climático, sentí que estaba viajando al pasado. La lectura de viejos mitos implantados denotan cierto miedo al cambio, pero también mucha arrogancia. La arrogancia de creer que no es posible una civilización sin corporaciones gigantes que manejen el precio de la energía a su antojo, porque en realidad no existe ¨libre mercado¨ cuando se sientan siete señores a definir qué cantidad y a qué precio van a vender el petróleo en el mundo. Tampoco hay libre competencia cuando una sola empresa domina el 65% del mercado de combustibles de un país, definiendo sin ningún tipo de control las reglas para todos los demás actores.
Estamos de acuerdo en que necesitamos energía barata. ¿Pero qué significa barata? ¿Energía barata es el barril criollo? ¿Son baratos los ya varios Plan Gas? Para ellos, la idea de la energía barata tiene un doble estándar, una bipolaridad. Es la excusa cuando se habla de energías renovables, como las bioenergías; pero no cuando se habla del gas de Vaca Muerta. Ahí solicitan subsidios para invertir, extraer gas, y comercializarlo al mercado interno a valores más caros de lo que cuesta importarlo.
La Argentina necesita de todas las energías para crecer federalmente, no existe la bala de plata que solucione todo para todos, tendríamos que concentrarnos en generar una estrategia energética transparente, pero lamentablemente hoy es necesario nuevamente aclarar varios puntos que se señalan como verdades reveladas, cuando en realidad, son inventos de la geo-petro-política.
El mundo no está discutiendo a los biocombustibles. Hoy resultan más necesarios que nunca en un proceso de transición energética, y de transición de sus productos derivados, que nos acerque a la neutralidad en carbono. Así lo afirma la Agencia Internacional de Energía.
Justamente por este motivo, a las cadenas de los biocombustibles se le han agregado ya muchos más eslabones de productos biobasados, como biopolímeros, glicerina, biofilms, dióxido de carbono para carbonatar bebidas, biofertilizantes, muchos más, los cuales irán reemplazando productos derivados del petróleo. Quiero creer que no niegan el Cambio Climático, ni que es el mayor desafío que enfrentamos como humanidad, porque la defensa cerrada de los fósiles y el nulo interés por la salud pública y la descarbonización, son una señal de alerta de que podemos estar ante un brote trumpeano.
Certificaciones de sustentabilidad
Hace muchos años que Argentina exporta biocombustibles a Europa, a los cuales se les exigen certificaciones de sustentabilidad, tales como no proceder de tierras deforestadas y tener mínimo un 60% menos de emisiones de CO2, en todo su ciclo de vida, que el combustible fósil que reemplazan. Todos esos requerimientos se cumplen tanto en el bioetanol como en el biodiesel argentino, los cuales reducen al menos un 70% de emisiones de gases efecto invernadero, según un cálculo del INTA homologado por la Unión Europea.
Los biocombustibles argentinos no compiten con los alimentos, ni por la tierra, ni aumentan los costos de los primeros. Esos conceptos se usan en Europa, principalmente, por la baja disponibilidad de tierras. Pero para que quede más claro podemos poner el ejemplo del maíz. Los agricultores argentinos producen 50 millones de toneladas, 32 se exportan y 18 se procesan en el país. Tan solo 1,5 millones de éstas últimas se destinan a la elaboración de bioetanol. El resto va a alimentar animales y personas. Además, el proceso de producción de bioetanol tiene asociado un coproducto que también va a alimentar animales, con lo cual los números demuestran que todo lo que se cosecha, va al estómago de alguien.
Tal vez sería bueno que nos demostraran con números todo lo que dicen, por ejemplo, cómo la producción de bioetanol de caña de azúcar compite contra la alimentación del mundo. ¡Spoiler alert! No lo van a lograr.
Otro punto que dejó en claro esta pandemia, es la necesidad de construir consensos sociales sobre temas ambientales y que la economía es importantísima. Pero también quedó claro que no "vale todo" y que necesitamos un país realmente federal, descentralizado y equitativo. Por eso estos discursos destructivos son tan dañinos. Porque sólo dejan la oportunidad de responderles desde el enojo por lo artero de sus palabras, cuando en realidad deberíamos sentarnos a diseñar una salida de esta crisis hacia la sostenibilidad.
No se extrañen de que aparezcan otros personajes con discursos vintage. En unos meses vence la ley de biocombustibles y algunos quieren quedarse con el negocio sólo para ellos. La discusión que subyace no es si los biocombustibles son buenos o malos, es si los dueños de la energía van a seguir siendo los mismos dos o tres, o si realmente queremos una sociedad y una economía más federal y democrática.
La autora es exsecretaria de Energía de Santa Fe
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