El sector soporta regímenes especiales con impuestos que lo castigan frente a otros actores económicos
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El campo argentino tiene un “régimen especial” con impuestos especiales de gran envergadura que carecen de toda lógica al compararnos con otros países, tal es el caso de los derechos de exportación (DEX), conocidos como retenciones.
Esto contrasta con los otros “regímenes especiales” de industrias, caso ensambladores de Tierra el Fuego, textiles, automotriz, formuladores de herbicidas, cosechadoras etc., que de alguna manera u otra consiguen por décadas y décadas mantener una protección efectiva vía aranceles de importación, tipos de cambio diferenciales, o exenciones de impuestos.
De esta forma se crean mercados cautivos, que evitan la competencia internacional, y cuya resultante es que los argentinos terminamos comprando bienes caros y de baja calidad, lo cual erosiona tanto el salario como la competitividad del resto de la economía.
Lo mismo pasa para algunas exportaciones que históricamente cuentan con ventanillas especiales con menos impuestos que otras exportaciones, enturbiando el mercado y creando ductos de transferencia de recursos desde unos hacia otros elegidos por una mano invisible.
Estos sectores beneficiarios de estos favores se autoperciben y se autoproclaman distintos, estratégicos, esenciales, o de ser capaces de agregar más valor que los otros, y por lo tanto merecedores de un trato especial sobre el resto.
Todas estas regulaciones son parte de la sumatoria del vernáculo “costo argentino”, el cual es un costo autoinfligido, de larga duración, sin un límite temporal, que frena y quita competitividad a toda la economía, y en particular al agro.
En este contexto, el campo tiene que hacer esfuerzos para sobrevivir en medio de un juego de pinzas, que lidia con su propio régimen especial discriminatorio, como así con el de otros sectores que abrevan al unísono del campo. Desde ya que la imagen mágica de creer que la producción de granos, carne, leche etcétera de alguna manera brotan de manera recurrente e interminable, hace que la visión cortoplacista no pueda distinguir el evidente estancamiento de nuestro campo si nos comparamos sencillamente con Brasil, nuestro vecino.
Beneficios
Pero, ¿cómo se logran y se mantienen estos “beneficios” para algunos y los perjuicios para otros? ¿Cuál es la mano invisible (que no es la del mercado) que distribuye pérdidas y ganancias? La respuesta está en la capacidad de influir ante autoridades y legislaturas.
El presidente Mauricio Macri lo resumió con una sola pregunta que escuchaba cuando tenía una reunión con algún empresario que halagaba las políticas de apertura económica, pero al concluir le preguntaba: ¿La mía está? Son empresarios liberales y capitalistas en general… salvo para las quintitas protegidas. Lo mío no se toca, ese era el mensaje poco sutil que traía la pregunta.
Así se construye la República Corporativa en la que vivimos, convivimos, la que arrastramos y que mantiene la Argentina estancada. ¿Cuál sería la solución? Algunos proponen ser más corporativistas que los corporativistas. Y de esa manera soñar con “bancadas ruralistas”, o crear alguna figura de “el lobbista del campo” (por fuera de las gremiales del agro) rentado, capacitado y preferentemente desalmado para hacer (lo que sea) y lograr en un despacho alguna resolución favorable, o torcer de alguna manera la intención de un legislador al emitir su voto ante una ley. En definitiva, replicar las mismas prácticas que repudiamos.
Lógicamente, si hay una bancada ruralista, podría haber otra bancada industrial, otra de los sectores del comercio, otra obrera, y así sucesivamente, cambiando el sistema representativo y liberal por uno corporativo. Nada más lejos de la Constitución liberal.
Desde ya que, si creamos una de esas figuras que representen la producción del agro, “el campo” tiene todas las de perder. Hay un talón de Aquiles muy visible, que es el del financiamiento, que deja la ventana abierta para que los supuestos lobbistas del agro sean fácilmente coptados por la idea de la “Agrobioindustria”, o bien algún tipo de trabalenguas confuso o giro idiomático inteligible, por el cual se engloba las industrias asociadas que buscan alguna protección a costas de los productores, y que estarían más que ávidos de colaborar financieramente por la causa.
La salida del campo es la de la libre competencia, la de la existencia de legisladores y un Poder Ejecutivo liberal. Liberal en general, no solo apuntando al agro, sino a toda la economía libre. Ahí es donde al campo puede florecer. Ahí sí somos competitivos y no tenemos nada que temer. El campo necesita un campo abierto.
El gran desafío es volver a los orígenes. Volver a la Constitución liberal y evitar dar pelea en terrenos donde tenemos todas las de perder. Hoy las consignas del nuevo Gobierno van en ese sentido.
Cambiar esto es muy difícil, lo reconozco. Y como dijo el autor de “La República Corporativa”, Jorge Bustamante: “Los argentinos no somos ni yankees ni marxistas, somos corporativistas”. Ahí, el nido de la serpiente, el corporativismo atávico que promete protecciones para algunos con recursos de otros, un nudo gordiano, el cual no se puede desatar; se lo debe cortar.
El autor es productor agropecuario
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