El sector podría pasar a exportar entre 1,4 y 1,5 millones de toneladas en los próximos 10 años
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El consumo de carnes por habitante por año ha crecido en los últimos 25 años de 100 a 115 kg/hab/año de la mano del crecimiento del consumo de carne de pollo y de cerdo, que duplicaron su consumo pasando de 33 kg a 64 kg en detrimento de la carne vacuna, que bajó de 65 a 45 kg por habitante y año.
En la actualidad la oferta anual de carne vacuna se ubica cerca de los 3 millones de toneladas anuales, de las cuales 30% va con destino a exportación y 2,1 millones se destina al mercado interno.
Siguiendo las tendencias de las últimas décadas, en los próximos 10 años se espera que la oferta pueda crecer a 3,6/3,7 millones de toneladas, pero el consumo destinado a cerca de 52 millones de habitantes no va a superar los 2,2 millones de toneladas (40/42 kg/hab/año), perdiendo protagonismo particularmente en manos del cerdo.
En ese contexto, las exportaciones crecerán de las 900.000 toneladas actuales a 1,4/1,5 millones o más de toneladas, pasando a participar con casi el 40% del total de la oferta. Hacia adelante casi todo crecimiento de la oferta deberá ser destinado a las exportaciones.
El mercado mundial, por su parte, no ha dejado de crecer en su demanda, duplicando el volumen comercializado desde todo origen a todo destino en las últimas 2 décadas, basado en un fenomenal crecimiento de países de Asia, de Medio Oriente y del norte de África que cuadriplicaron su demanda en el mencionado período.
Nuestras carnes, subsumidas a las restricciones que nuestros propios gobiernos le autoimpusieron (prohibiciones, cuotas, cupos, impuestos a las exportaciones, cepos cambiarios, etc.), no pudieron capitalizar la tendencia mundial y, en el período mencionado, cayeron en su participación sobre el mercado mundial: de más del 10% a cerca del 2%. Se recuperó cerca del 6,5% este año en el que finalmente hay libertad para exportar. Solo volviendo a la participación de hace 20 años estaríamos exportando cerca de 1,4 millones de toneladas sin agregar nada nuevo a nuestra oferta.
Junto al crecimiento, el mundo ha experimentado fuertes cambios, particularmente en las exigencias vinculadas a la información y seguridad que acompaña al producto. Demandas vinculadas a sanidad animal y salud humana crecieron significativamente luego de episodios como la fiebre porcina africana, la influencia aviar y casos de vaca loca, entre otros que, en forma creciente, han forzado mejoras en los sistemas de control e información que permita prevenir o resolver problemas a la mayor brevedad de tiempo para evitar, como ha ocurrido, impactos mundiales.
Entre otras herramientas, la trazabilidad certera y precisa, que comenzó como un método preventivo, se ha consolidado como una exigencia imprescindible para tener presencia en todos y cada uno de los mercados demandantes, más aún, en aquellos de mayor nivel sociocultural que mejor valorizan el producto.
Nuestro país comenzó con su sistema de trazabilidad individual y obligatorio para bovinos hace 17 años, utilizando como dispositivo de identificación las caravanas botón y tarjeta, ambas analógicas (de lectura visual) que, hasta el 2017, se registraban en forma individual y obligatoria, documentada por un “TRI que deba acompañar al DTe (Documento de tránsito electrónico) en el que se detallaba la codificación alfa numérica de cada animal, que generaba altas y bajas en cada registro de cada productor/establecimiento (Renspa).
Este sistema se modificó en 2017 dejando de registrar los movimientos de cada animal impidiendo en la actualidad, más allá del último establecimiento desde el que se envía a faena, en qué otros campos estuvo cada animal desde su nacimiento, salvo que hayan sido particularmente inscriptos para su faena con destino a la Unión Europea.
Conscientes de la potencialidad de recuperar protagonismo exportador, el Gobierno y algunas entidades de la agroindustria han definido que es imprescindible incrementar las exportaciones y, en ese camino, han diseñado una estrategia que incluye negociaciones internacionales, avances en tratados de libre comercio y desarrollo de herramientas, entre otros, que viabilicen la presencia y agregado de valor de nuestros productos en el exterior, tales como la trazabilidad individual y electrónica, sistemas de tipificación de carnes por calidad intrínseca que agregue valor y precio, elevar el estándar mínimo higiénico-sanitario y ambiental de las plantas frigoríficas y otros desarrollos que, inevitablemente, habrá que recorrer.
Las restricciones que todavía frenan al largo plazo como los impuestos a las exportaciones, las brechas generadas por el cepo cambiario, la innumerable cantidad de regulaciones, tasas e impuestos distorsivos son, posiblemente, la principal barrera que limita el acompañamiento del sector productivo a los cambios que el liderazgo internacional demanda. Esperemos que, más allá de las protestas, se genere un diálogo proactivo y liberado de egos que permitan compartir las visiones de largo plazo y las acciones que, finalmente, permitirán recuperar el camino perdido y transformar el potencial productivo y comercial en una realidad que derrame en el sector y la sociedad.
El autor es consultor ganadero
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