Algunos creen, todavía, que nos mantenemos en las aguas de la incertidumbre. Gran error, pues hoy los integrantes del eslabón agropecuario tratan de caminar en el fango de la certidumbre. Es la certidumbre de que el futuro será peor.
La falta de idoneidad del Gobierno ha sido y es manifiesta. Las cosas no han cambiado demasiado con el arribo de un político a la cartera económica, pese a que se ha eliminado la errónea fórmula de ausencia de un ministro de Economía, heredada del tiempo de Macri.
En la historia argentina ha habido todo tipo de situaciones de fuerte pesimismo, pero con luces de esperanza: un presente oscuro con un horizonte claro. No es nada nuevo: el país ha sufrido a lo largo de su existencia acentuadas reducciones en el nivel de vida de su gente. Pero a diferencia de anteriores crisis, la actual se destaca por su duración. La economía lleva más de diez años sin que se corte la tendencia negativa. Ello revela la profundidad de los problemas argentinos. Desde 2011 a la fecha más de siete millones personas han ingresado al mundo de la pobreza.
La negra certidumbre se aprecia en la forma de ahorrar de la gente. No es cierto que los argentinos no ahorren. Claro que ahorran, pero lo hacen huyendo de la moneda nacional. En signos monetarios como el dólar. Por lo tanto, ese ahorro - que es enorme- no sirve para crecer. La transformación del ahorro en inversiones productivas, imprescindible para que se incremente el Producto Bruto Interno (PBI), es casi nula. Por eso, los agricultores tratan de preservar el valor de su capital de giro mediante la acumulación de granos como la soja.
En nuestro país, puede decirse que, a consecuencia de la inflación, el derecho de propiedad sobre los ahorros -en moneda local- no está protegido. Y para generar riqueza se requiere un complejo y poderoso sistema de propiedad que no tenemos. La inflación se ríe del derecho de propiedad. El sistema solo cuida lo nominal y fagocita lo real.
En su comprensible escepticismo, hoy la gente no cree que la inflación pueda reducirse a un nivel menor del 6% mensual. O algo similar. Aun cuando se implemente un programa fiscal y monetario consistente, los resultados no se harán ver, al menos en un lapso breve. Y no es cuestión de darle la razón a los que hablan de la multi-causalidad de la inflación, porque siempre el origen de este flagelo viene de lo monetario al que luego se suman otras razones.
Lamentablemente, con las autoridades actuales, resulta imposible pensar en un programa económico que vuelva a poner las cosas en su lugar y establezca las condiciones para un acentuado desarrollo, con la clara convicción de que el aporte del eslabón agropecuario es decisivo.
Cuando el cuadro político establezca las condiciones para salir de esta perversa certidumbre, el país podrá sin duda crecer. Y los fondos localizados en el extranjero, en consecuencia, gradualmente llegarán para financiar la inversión privada.
Para volver a establecer la confianza que lleva a la certidumbre virtuosa se necesita pasar por un proceso largo, nada fácil, pero posible. Que integre el país a la economía de mercado. El año que viene, la política deberá plasmar un plan económico que combine consistentemente un programa de estabilización de corto plazo y un programa de crecimiento de largo plazo.
El autor es economista, director de Consultoría Agroeconómica (CAE)
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