Estamos cerrando un año con sorpresas climáticas, primero una sequía, luego buenas lluvias, heladas tardías...Un año donde la intención de siembra final es de 37,3 millones de hectáreas, un 2% de incremento versus 2020, con una producción estimada del orden de los 140 millones de toneladas. Es un año donde los precios de los mercados de futuro presagian que el viento de cola, aunque suave, continuará y así se proyectan ingresos por exportaciones del complejo granario cercanos a 40.000 millones de dólares para 21/22, constituyendo un nuevo récord.
Al mismo tiempo que todo esto ocurre, y que se mejoran los ingresos de dólares por exportaciones, vuelven a aparecer los detractores de siempre, sin fundamento alguno, que apuntan contra la utilización de muchas de las tecnologías que han permitido el avance de la agricultura en los últimos 30 años.
Parece mentira ver por estos días, donde la necesidad de dólares es crucial para la economía del país, planteos por el uso de “agrotóxicos” en la producción agrícola, desconociendo que para la aprobación de un producto en el mundo se necesitan algo más de 10 años de estrictos controles de los organismos reguladores.
La producción granaria en el país se multiplicó por 3,5 veces (de 40 a 135 millones de toneladas) entre los 90 y 2020. Para que ello ocurriera, fue necesaria la utilización de tecnologías que permitieran mejoras en la productividad. Dentro de ellas están la necesaria reposición de nutrientes a través de la fertilización de los cultivos, la utilización de siembra directa, mejoras notables en la genética disponible y en la estructura en todos los cultivos, el control de malezas, plagas y enfermedades mediante la utilización de fitosanitarios cada vez más efectivos y amigables con el medio ambiente.
Avances notables en el control de la erosión hídrica y eólica por tener los suelos con cobertura, una disminución de hasta un 70% en el consumo de combustibles fósiles (los verdaderos generadores del calentamiento global) por hectárea y tonelada producida y una mejora notable en la eficiencia del uso de agua de lluvia en milímetros por tonelada producida. Son, además del incremento de la producción, elementos que se suman al resultado de la utilización de todas estas tecnologías.
Tomemos los datos de un campo en la zona núcleo central del país donde se verifican estos avances en la eficiencia de producción.
Para trigo y maíz, en Venado Tuerto hoy se necesita un 60 y un 44% menos de agua de lluvia para producir una tonelada de grano que en los 90 y un 50% de reducción promedio para soja de primera y de segunda.
Con todos estos datos no se puede desde la más completa ignorancia en el tema y sin ninguna base científica ser detractores de unos de los sectores más competitivos que tiene el país para salir de la encrucijada económica en que estamos inmersos desde hace ya muchos años.
La producción de alimentos en la Argentina tiene aún mucho por mejorar y, a diferencia de con quienes compite en algunos casos (la Unión Europea, por ejemplo), muestra parámetros medidos de indicadores de eficiencia de uso del agua, reducción de pérdidas de suelo por erosión, reducción de emisiones por menor uso de combustibles fósiles y otros indicadores de sustentabilidad ambiental que otros no pueden mostrar.
Son esos otros países los que hoy también se convirtieron en los fiscales y jueces ambientales del mundo cuando no les quedó mucho por romper de lo propio.
El Dr. Jason Clay (WWF) en 2013 planteó: “En los próximos 40 años necesitamos producir más alimentos que en los últimos 8000 años”. No solo es el aumento de la población, sino los mayores ingresos y el aumento del consumo global. “Necesitamos producir más con menos recursos” y el único camino es la Intensificación sustentable de los sistemas de producción. En eso estamos…
El autor es integrante de la Fundación Producir Conservando
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