¿Qué es el mercantilismo? Pues bien, se trata de un conjunto de ideas y prácticas que, en el plano de la política económica, están definidas por características comunes. La primera es su orientación nacionalista donde el Estado está por encima de todo. Y la segunda se encuentra en su carácter proteccionista e intervencionista, pues entiende que la propia acción del poder político, ejercida mediante disposiciones y prohibiciones, es el medio más eficaz para conseguir los objetivos trazados.
Por ello, así como en sus inicios el propósito era enriquecer al Príncipe, hoy consiste básicamente en lograr atraer hacia el arca fiscal la mayor cantidad posible de recursos. Hoy, se trata de conquistar un poder unánime y excluir al “otro” mediante el atropello de las instituciones.
El mercantilismo, desde sus orígenes, creyó encontrar una fuerte asociación entre balanza comercial y balanza de poder. Esta idea partía de la base de que lo que uno perdía era ganado por otro. Esta concepción lleva a cualquier economía a una espiral de proteccionismo que impacta negativamente en el nivel de vida de la gente y es fuente de conflictos internacionales.
La creencia de que el Estado puede por sí mismo generar riqueza satisfaciendo las aspiraciones de una sociedad, a partir de la dotación de recursos de la naturaleza, se golpea con la cruda realidad. Las últimas décadas muestran el impactante crecimiento de la pobreza.
Cuando el Gobierno interviene en la puja natural entre los compradores para la exportación y para el consumo interno, inmediatamente, aparecen ineficiencias económicas que derivan en transferencias de ingresos entre distintos eslabones de la cadena, donde el agrícola es el que lleva las de perder.
Desde el Gobierno se habla de crecimiento con equidad. Toda intervención, con mucha suerte, apenas logra un efecto benéfico en lo inmediato, pero con terribles secuelas en el mediano y largo plazo. El problema de la distribución de ingresos por parte de una unidad ejecutora y discrecional -como es el Gobierno- pone un horizonte de incertidumbre que hace imposible lograr crecimiento con equidad.
Cuando el Príncipe opera discrecionalmente lo que hay es otra forma de inseguridad jurídica, de ataque al derecho de propiedad y, por lo tanto, es fuente segura de corrupción.
El escenario competitivo argentino es dual. Por un lado están los operadores que actúan dentro del esquema formal y, por otro, los que lo hacen en el informal. Estos últimos son los que desarrollan todo tipo de culturas oportunistas. Así las cosas, el oportunismo es una tradición en los negocios argentinos. Se trata de una suerte de creatividad para violar las normas éticas, y efectuar comportamientos tales como tergiversar, mentir, defraudar y sobornar.
No se trata de poner al intervencionismo en el patíbulo. Los dogmas deben quedar en el plano de la Teología.
Pero no hay duda de que el intervencionismo discrecional y autocrático es el combustible que necesita la maquinaria de la corrupción para funcionar.
El autor es economista
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