Debe haber pocos temas en el sector agro tan recurrentes, como lo es discutir (y rediscutir), de qué manera se puede lograr un sistema justo que permita remunerar la propiedad intelectual en semillas. Es una situación comparable al “loop” que atormentó a Bill Murray en la película “El día de la marmota”. Película en la cual el personaje fue atrapado por un hechizo que le hacía repetir la misma jornada hasta el cansancio, sufriendo así un insoportable purgatorio eterno.
La ley vigente que regula semillas y creaciones fitogenéticas data de 1973. Una ley de avanzada para su época y, que desde hace ya varias décadas requiere su urgente adecuación a las nuevas circunstancias tecnológicas y de mercado.
Nunca se estuvo tan cerca para ser promulgados los cambios que hacían a la remuneración de la propiedad intelectual, como lo fue en 2019. Luego de largos debates, se logró un dictamen de la Comisión de Agricultura de la Cámara de Diputados, que lamentablemente no pudo ingresar a ser tratado en el recinto por falta de apoyo de la oposición de aquel momento.
Pero luego tomó nuevamente fundadas ínfulas, y estuvo a punto de transformarse en un DNU. También esta última iniciativa naufragó. En este caso por la férrea oposición de la industria semillera, que se resistía a que el control del cumplimiento de esta ley fuese potestad exclusiva del Estado a través del Inase.
Hace pocas semanas, de manera intempestiva, y un tanto improvisada, de la nada irrumpió una iniciativa de parte del entonces ministro de Agricultura, Julián Domínguez, acompañada de la aprobación tácita, y en algunos casos explicita de la industria semillera. La iniciativa consistía en la creación un “canon tecnológico”, que contemplaba el cobro compulsivo del 1,5% de la cosecha de trigo y soja, para luego ser distribuído entre organismos del Estado y las empresas semilleras, según algún criterio a implementar a posteriori. La “caja” siempre primero.
Esto fue anunciado de manera aparatosa en una reunión, donde brillaba la ausencia de los representantes de los productores, que en definitiva eran a quienes iba dirigida la factura de ese caprichoso 1,5% de la cosecha. Porcentaje que vaya uno a saber de qué clase de regateo surgió. Resultando en un importe que, a precios de hoy, ronda la friolera de 320 millones de US$/año. Todo se enmarcaba en una posible resolución ministerial que iba a contradecir la misma letra de la ley vigente, que claramente dice que “no lesiona el derecho de propiedad quien reserva y siembra semilla para propio uso”.
Un intento de “golpe de mano”
Nunca hubo consenso de un sistema de “regalía global”, jamás tuvo aprobación por parte de los productores. La “regalía global” es hermana gemela de los DEX (retenciones). Nada puede generar más rechazo. Y nada es tan injusto para numerosos casos, como, por ejemplo, para quien ya compró semilla fiscalizada, pagó la tecnología en la bolsa adquirida y se lo vuelven a cobrar por segunda vez en la cosecha, generando una referencia circular, similar a la que cada día se encontraba Bill Murray en el interminable invierno de Pensilvania.
Esta nueva reglamentación solo buscaba enfocarse en el cobro de dos autógamas: trigo y soja. El resto de las especies quedaba fuera. Diseñando así una “solución” a medida de unos pocos semilleros, que no contemplaba el resto de las hortícolas, forestales y demás cultivos anuales también en la misma condición de autógamas que el trigo y la soja. Si la intención fuese resolver el problema, se debe contemplarlo con visión de 360 grados, y no buscar la solución para unos pocos, con una norma de naturaleza tan precaria.
Las entidades gremiales desde ya se opusieron de inmediato. “Las cadenas” guardaron un clásico silencio complaciente. Y la resultante concreta de este intento (que entiendo fallido), fue nuevamente la pérdida de confianza entre los sectores involucrados, justamente cuando más hace falta tener buena fe e intención de modificar la ley, para crear un marco jurídico adecuado y por las vías adecuadas.
Bill Murray encontró finalmente la manera de romper el hechizo. La fórmula fue sencillamente cambiar su manera de actuar, y empezar a hacer lo correcto, y de esa forma pudo terminar con ese insoportable castigo recurrente cual Sísifo. Para el caso de la ley de semillas, hacer lo correcto, es ir nuevamente al Congreso. Ahí, la marmota en algún momento dejará de asustarse de su propia sombra y se terminará el largo invierno.
El autor es productor agropecuario
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