Ayer fue un día negro para el campo argentino: volvió el peor instrumento de política agropecuaria del kirchnerismo, el cierre discrecional de las exportaciones de productos agropecuarios.
Las explicaciones coyunturales son irrelevantes, miles de productores agrícolas tomaron nota, en menos de dos semanas se cumplió con el "Consenso de La Plata" en el que la vicepresidenta celebró los cupos de exportación (conocidos como ROE) de su gestión.
La consecuencia de este instrumento es conocida por todos los actores del sistema e implica el "desacople" entre el precio que se paga en el mundo por un producto y el que se le paga al productor local. Entre 2011 y 2015 esa diferencia fue tan brutal en el caso del trigo que el precio local llegó a ser la mitad del precio internacional. En el caso del maíz el efecto fue similar.
Es muy probable que debido a la experiencia iniciada en 2007 los productores reaccionen con mayor velocidad de la que lo hicieron aquellos reduciendo el área sembrada y la tecnología invertida. En 2012 se tocó el piso histórico de siembra de trigo, 3,2 millones de hectáreas, mientras que en 2009 tuvimos un bajón de la siembra de maíz.
En ambos casos se dinamitó una tendencia creciente del área de ambos cultivos. Fue claro que los ROE desincentivaron la siembra de cereales porque al eliminarse el área de ambos cultivos se duplicó en menos de dos años.
El cierre de exportaciones discrecional se suma a la brecha cambiaria entre el dólar comercial y el financiero y los derechos de exportación. Ese es (junto a las barreras a la importación) el combo que produce el sesgo anti exportador argentino y la razón por la cual las exportaciones argentinas cayeron entre 2011 y 2015.
Cuando "el dólar de los insumos es superior al dólar del producto" se desincentiva la producción y peor aún la productividad. Para tener productividad es necesario invertir en tecnología: nuevos híbridos, fertilizante, AgTech, etc.
Todo el paquete se achicará con la reducción de superficie y tecnología por superficie, toda la economía entorno a esos cultivos será más pequeña. Una hectárea que produce trigo y soja de segunda o maíz produce más tonelaje que una que solo produce soja (o sencillamente nada); menos cereales implican también menos viajes de camión. Menos viajes de camión implican menos actividad económica en todas las rutas del país.
A su vez, la paleta exportadora del país se reducirá y por lo tanto estará sujeta a mayor volatilidad climática de una temporada y mayor volatilidad de precios. Adicionalmente se afectará la rotación de cultivos, elevando el costo de control de malezas y reposición de nutrientes.
Es obvio, además, que los precios de los alimentos de los argentinos no disminuirán. La inflación generalizada que sufre la economía argentina no está motorizada por la cotización del maíz.
Con más de un 40% de su población bajo la línea de pobreza, la Argentina necesita desesperadamente salir de un ciclo de estancamiento económico en el que se encuentra desde hace una década, para ello necesita venderle al mundo todo lo que el mundo quiera comprarle en cantidad, calidad y precio.
De esa manera se crearán puestos de trabajo sostenibles económica, social y medioambientalmente que la sociedad desesperadamente necesita. Adicionalmente ingresarán divisas para pagar por las importaciones que necesita el conjunto de la economía para crecer: desde vacunas contra el coronavirus hasta insumos industriales, energía y computadoras.
El campo argentino es hace décadas un vendedor de algo que el mundo desea. No permitamos que se cometan errores del pasado, que para peor es extremadamente reciente. Los cupos a la exportación no funcionan, golpean la confianza del productor de campo en el sistema y reducen su voluntad de invertir. Exportar está bien, no exportar está mal.
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