Claramente, este es el país del revés. María Elena Walsh dio en la tecla con su poesía. Lógico resulta, entonces, que una oportunidad pase a ser considerada una amenaza o más bien un castigo. Una vez más, el actual como varios anteriores gobiernos atacan la producción para aligerar el problema salarial.
Es entendible la preocupación que genera el aumento del precio de la carne. Sobre todo a lo largo de los últimos dos meses. Pero, ello no justifica "matar al mensajero".
Nuestro país tiene una gran oportunidad. Está sobre la mesa. Se estima que, al menos para este año, la situación mundial entre producción y consumo de carnes resultará visiblemente ajustada.
A la hora de importar carne, China encabeza la lista. Según el Departamento de Agricultura de EE.UU. (USDA), comprará del exterior un volumen de casi 9 millones de toneladas. Este país asiático representa poco más de la cuarta parte del mercado mundial de carnes.
La elevada tasa de crecimiento de su economía, aun tomando en cuenta el año pasado, promueve una mejor alimentación, más rica en proteínas, sobre todo para las clases medias altas.
Y el sudeste asiático sigue siendo un promisorio mercado. No hay indicios para poner en duda su crecimiento en lo inmediato. Un análisis geopolítico indicaría que la Argentina es a China, lo que México a EE. UU.
El aumento de las exportaciones por la mayor demanda china convierte a la carne en un cuasi commodity. La demanda china representa en la actualidad el 75% de nuestras exportaciones. Además, a diferencia de otros países, China compra variados cortes.
Entre 2010 y 2016 el promedio mensual de exportación de carne vacuna osciló entre 15.000 y 20.000 toneladas. Sin embargo, a partir de 2017 comenzó un muy acelerado crecimiento. Y el promedio mensual de exportación pasó a 70.000 toneladas en 2019 y 75.000 en 2020. Es factible llegar este año a un volumen de 80.000, dada la capacidad ociosa existente, como por ejemplo, la posibilidad de incrementar el peso de los novillos.
Obviamente, se genera un problema político, que pone al descubierto la disminución del salario real. Ella deriva en un cuadro inquietante, a raíz del precio interno de la carne vacuna, alimento primordial del argentino.
Cuando consideramos los efectos sobre los ingresos del exterior, la demanda de trabajo, la actividad del interior del país, entre otros, es innegable que este esquema resulta extremadamente favorable. Está demostrada la elevada capacidad de esta cadena para generar efectos multiplicadores, a pesar de las arraigadas ideas en sentido contrario.
El problema está en el consumo interno. Acá el responsable es la inflación, que no solo genera el incremento de precios sino que (y esto es lo peor) provoca una fuerte distorsión en los precios relativos. Quien sostenga que la tasa de inflación se explica en parte por el precio de la carne, cae en una falacia. Para terminar con el flagelo inflacionario, la autoridad debe recurrir a la política monetaria y fiscal, y volver a generar la confianza en nuestra moneda. Ello exige dirigir la mirada estricta sobre el gasto público.
Sus causas no se encuentran en los costos; están en el continuo exceso de oferta monetario, tanto por emisión monetaria como disminución de la demanda de pesos. Acá esta la madre del borrego.
Y como si se quisiera tirar leña al fuego, se incrementa la carga fiscal. Algunos análisis muestran que algo más del 25% del precio en el mostrador proviene de la carga impositiva.
Entonces, bien valdría la pena, en lugar de pensar cómo desacoplar el precio interno del externo, intentar reducir el nivel de impuestos, para alcanzar una rápida mejora del salario real y, por ende, un aumento del consumo. El consumo interno y la exportación no son rivales. Esta presunta relación centrífuga se resuelve con mayor producción y con una baja de la inflación.
Ya se ha intentado mejorar la situación con controles sobre la carne y sobre productos como el trigo y el maíz. Se implementaron permisos para exportar, conocidos como Registro de Operaciones de Exportación (ROE), y con cupos a las exportaciones. Y las cosas empeoraron.
Después de recordar estas experiencias, se tiene una sensación de perplejidad. Por insistir en errores. "Si de algo soy rico –afirmó Borges en el prólogo a sus Conversaciones con Burgin–, es de perplejidades y no de certezas".
El autor es economista
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