Imaginemos esta escena: docente universitario, mediana edad, clase media acomodada, acogedor escritorio en su facultad. Practica una extraña alquimia en medio de libros, artículos y papeles: mezcla un poco de agronomía, otro poco de ecología y algo de sociología. Y, ¿cómo no?, una dosis inevitable de su ideología y sus dogmas. Para condimentar, no faltan conceptos de agricultura ancestral, indigenismo, diversidad cultural, y una retórica rica en expresiones de solidaridad y equidad hacia los menos favorecidos. Y, por supuesto, "sustentabilidad", mucha "sustentabilidad". Este atractivo menjunje se cocina a fuego lento en las aulas universitarias, se empaqueta y estampa con un sello que vende: Agroecología.
Con indisimulable entusiasmo lo compran algunas almas bien intencionadas, pero mal informada, los pibes para la liberación y la militancia que medra por los pasillos universitarios. Ahora sí, compañeros, tenemos armado el proyecto que liberará a nuestro pueblo del yugo capitalista que nos aplasta. "¿De qué nos hablan estos cosos"? se preguntarán, seguramente confundidos, muchos destinatarios de tanta solidaridad no requerida.
Esta fórmula, bastante simple y burda, es infalible para separar a los "buenos" de los "malos". Ya está claro quiénes son los buenos: los que acreditan un pensamiento progresista, como nosotros ¿Y quiénes son los malos? Pues no hay duda: los dueños de la tierra, los productores tecnificados y capitalizados, neoliberales por definición, asociados a multinacionales, que ignoran los méritos de la Agroecología, que deforestan y contaminan el ambiente, emiten gases invernadero, destruyen biodiversidad, erosionan culturas locales y, como resultado de todo eso, subordinan y expulsan al pequeño productor de su tierra. O sea, los malos son aquellos que producen grandes volúmenes exportables, ingresan divisas y mantienen al docente de esta historia y a su militancia solidaria.
Cuesta creer, pero este cuento de la agroecología progresista todavía garpa. El progresismo urbano europeo, seducido por estas sirenas, suele financiar con sus impuestos los proyectos de quienes, con ingenio y oportunismo, le ha logrado vender su mercadería. Otro tanto ocurre con fondos nacionales de ciencia y tecnología: cuando un tema se pone de moda, un ejército de voluntades se moviliza para capturarlos, más allá de su prioridad. Todo es cuestión de encontrar la veta. Por ejemplo, la investigación socio-ecológica es una de las vedettes del momento.
Señores…, lamento tener que desmantelar vuestro relato. La agroecología no es un recetario de cocina que mezcla ingredientes multicolores. No es el libro de Doña Petrona que nos enseña a combinar olores y sabores. Tampoco es un método para producir. La Agroecología es una ciencia. Y es una ciencia que utiliza enfoques sistémicos para interpretar y resolver problemas complejos. Nos explica cómo funciona un ecosistema cuando se le acopla un proceso productivo.
Nos enseña que la energía fluye y la materia (nutrientes, agua) cicla a través del ecosistema. Y que esas dos funciones (energía y materia) son esenciales para entender por qué necesitamos diversificar actividades, rotar cultivos, manejar rastrojos, introducir leguminosas, administrar fertilizantes, minimizar labranzas, controlar plagas, combatir malezas, usar cultivos de servicio, regular cargas ganaderas y manejar sistemas de pastoreo.
En agroecología cada paciente es distinto, y difícilmente dos pacientes reciban el mismo diagnóstico y tratamiento. Su fortaleza no radica en recetas estandarizadas, sino en principios científicos que nos ayudan a interpretar cada problema y a encontrarle una solución técnica. Bien utilizados, le sirven tanto a la pequeña agricultura de bajos insumos, como a la agricultura de altos insumos y escala comercial. La agroecología es sistémica en su esencia, y como tal no discrimina entre sistemas buenos y malos.
Debemos estar alerta para no dejarnos persuadir por visiones distorsionadas. La Agroecología no es un ariete para introducir a contrapelo dogmas e ideologías que nada tienen que ver con la ciencia. Es el origen de las buenas prácticas agronómicas que armonizan la producción con el cuidado del ambiente. Es la buena agronomía. Más ciencia crítica y menos militancia es lo que necesitamos en el campo y en nuestras universidades.
El autor es miembro correspondiente de la Academia Nacional de Agronomía y Veterinaria
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