Corría 1894 y el imperio austrohúngaro se encontraba en apogeo en el Viejo Continente. La incorporación a la milicia formaba parte de los planes del régimen y era una obligación de todos los jóvenes austríacos.
El llamado para Francisco Kraus, un principiante panadero, estaba pronto a suceder y él no quería formar parte del ejército y menos ir a la guerra. Por eso, con unos amigos decidieron dejar su país y aventurarse hacia un nuevo rumbo. Un naufragio y un posterior rescate de otro barco que se dirigía a Sudamérica lo depositó en Buenos Aires .
Instalado ya en la ciudad, conoció a Ulda Spalding, una mujer brasileña con ascendencia alemana con quien se casó. Pasado unos años, un llamado de un cuñado relojero que vivía en Posadas, Misiones, que le contó las virtudes de la zona, lo hizo reflexionar sobre su futuro. Con 40 años, decidió juntar todos sus petates y emprender el largo viaje al norte.
Con un hijo ya nacido, al que le puso Francisco José, "en honor al emperador, nostálgico de su tierra lejana", y su mujer llegaron al pequeño pueblo de Mártires, parada obligatoria de los inmigrantes que seguían tierra adentro por la selva misionera. Allí se instalaron.
De familia de labradores, Kraus comenzó a cultivar la tierra. Era difícil prosperar con diez hijos, pero poco a poco se fueron incorporando a las labores. Fue su hijo mayor quien decidió comenzar a cultivar las primeras plantas de yerba mate.
"Cuando fallece en 1945, fue mi abuelo quien le da una vuelta al negocio del té y del mate", contó a LA NACION Milton Kraus, cuarta generación en el país.
En una granja de 25 hectareas, Francisco José, con las primeras plantaciones, buscó mejorar con nuevas semillas de té y construyó viveros de yerba mate. Dos de sus cinco hijos, Juan Ángel y Román continuaron con la empresa, comprando más tierras para agrandar la producción.
Al principio entregaban a una cooperativa para que allí sequen las hojas. Pero las enormes distancias y la complicada logística hizo que construyan su propio secadero.
"Con prueba y error, sin energía eléctrica y motores a combustión, implementaron el sistema de secado. Era darle manija para arrancar los motores y que estos generen energía y muevan las máquinas del secadero", señaló Milton, hijo de Juan Ángel.
Agregó: "Fue mi padre quien creó e implementó este sistema que tiene un flujo de aire caliente producido por el calor indirecto de una caldera y así se obtiene yerba libre de humo. A veces compraban motores de barcos desarmados para confeccionar los secaderos: con poco se trataba de hacer algo".
Ya secada la materia prima, se vendía a granel en bolsas de 40 a 50 kilos a cooperativas de la zona o empresas privadas. Y fue la última generación de Kraus la que buscó darle valor agregado al negocio para que sea más rentable. Los hijos de Juan Ángel, Gino, Milton y Romina, al cultivo, cosecha y secado, le sumaron la marca propia.
En 1998 llegó el momento de las infusiones orgánicas certificadas. "En ese tiempo, todavía era una innovación el tema, pero nosotros veníamos trabajando de esa manera, con una agricultura tradicional y solo debimos incorporar algunos detalles para adaptar el sistema de certificación", remarcó el empresario, de 45 años.
Hoy, con 300 hectáreas exportan el 60% de la producción de yerba mate a 18 países, entre los cuales están Estados Unidos, Alemania, Inglaterra, España, Austria, Chile y Costa Rica. En tanto, la mayor parte de la producción de té queda en el mercado interno, porque la logística es cara y competir con Asia se hace difícil; solo se exporta algo a Uruguay y Brasil.
"Hice a la inversa de mi bisabuelo: el vino para acá y yo fui para el viejo mundo a buscar importadores para nuestros productos", concluyó, orgulloso, Milton.
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