Desde hace más de una década, Juan Cruz “el Tero” Magrini organiza una subasta de equinos de élite domados de esa raza
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De Las Higueras, Córdoba, al mundo. De la crianza de cerdos de excelencia a la de caballos de polo de élite. Así fue el derrotero de un emprendedor nato, Juan Cruz “el Tero” Magrini. Y, aunque ahora en su ambiente se lo conoce por esa vida alrededor de los pingos, su vínculo con el campo viene de mucho más allá.
Son momentos agitados y hay poco tiempo para detenerse y conversar. Sabe que está en la cuenta regresiva, porque su remate número 12º está cerca y debe poner en orden todos los detalles. “Uy, se me pasó, perdón. Te prometo que mañana temprano cuando llegue a la caballeriza te hablo sin falta”, dice entre risas, con su tonada cordobesa contagiosa.
Son las 8 y en General Rodríguez, Buenos Aires, la caballada ya se vareó y volvió a los boxes. Pareciera que todo anda sobre rieles, así que se prepara unos mates y se hace un tiempo para hacer memoria y remitirse casi 50 años atrás. “Yo nací y me crié en los campos de mis dos abuelos, el materno era papero y el paterno tenía una cabaña de cerdos. Los dos establecimientos estaban casi pegados en Las Higueras, cerquita de Río Cuarto. Así pasé toda mi vida, entre los cerdos en la cabaña que había fundado mi abuelo Sergio, ayudando a papá con mis hermanos en el cuidado de los ejemplares porcinos”, cuenta a LA NACION.
Según relata, la cabaña El Jarro nació en 1928 y fue, hasta que se liquidó, la más antigua del país, alcanzando a cumplir 73 años. “Pero antes de eso pasaron muchas cosas”, indica.
“Mi bisabuelo llegó de Italia y fue quintero. Fue mi abuelo quien comenzó con la actividad porcina, con dos razas, la Poland China y la Duroc Jersey. Pero murió muy joven y ahí mi padre fue el que se puso al frente, sumando más razas y tratando de posicionar la cabaña en lo más alto. A mí me gustaba la actividad y siempre lo acompañaba a las exposiciones, sobre todo a Palermo, donde éramos muy conocidos. Hemos sacado muchísimos grandes campeones cuando los cerdos eran verdaderos protagonistas en la Exposición Rural de Palermo. Recuerdo que en cada muestra había más de 600 ejemplares expuestos. Mirá si era importante que mi padre tuvo que crear otra cabaña paralela, llamada El Taita, a nombre de sus hijos porque solo te permitían llevar una cierta cantidad de animales por cabaña y nosotros teníamos más cerdos para presentar. No fallamos un año, éramos ‘Las Lilas’ de los cerdos“, detalla.
Magrini fue creciendo y aprendiendo los gajes del oficio de ese mundo que desde niño le era afín. Sin embargo, no todo era trabajo: los fines de semana, con sus hermanos, mechaba y despuntaba el vicio con polo campero en el club riocuartense. Pero para ese entonces, ni se le pasaba por la cabeza la idea de volcarse al polo: “Mi hermano sí empezó a jugar más profesional, pero para mí era solo un hobby”.
Finalizada la secundaria y, con el intento frustrado de seguir abogacía y veterinaria, su padre le dijo que, de no estudiar nada, debía volverse al campo y hacerse cargo de la cabaña. Solo dos años pasaron y Magrini ya manejaba al dedillo una actividad que, por cierto, era muy difícil y tediosa.
“Con 20 años y unos ahorros, decidí comprarle la cabaña a mi padre y me aboqué 100% a los cerdos. Me dije para mis adentros ‘voy a convertirla en una cabaña de punta’ y empecé a viajar a las exposiciones del norte del país, de la mano de Manuel Espina, un criador de Hampshire Down y muy conocedor de la gente de esa zona, donde la actividad no estaba explotada. Me ayudó a relacionarme con los productores de allí. En un solo fin de semana, llegué a hacer con mis animales siete exposiciones: Río Cuarto, Jesús María, Villa Angela, Tucumán, Corrientes, Gualeguaychú y en provincia de Buenos Aires, una locura muy linda”, recuerda.
Año tras año, cuando llegaba la época de las exposiciones, partía en su camioneta con el trailer cargado de cerdos rumbo al norte. “Era patrón, capataz, mayordomo y chofer a la vez. Había veces que tenía solo para el gasoil para la ida y, si no vendía, no podía volver. Muchas veces tuve que reventar algún animal para poder hacer algo de plata y regresar a Córdoba”, rememora.
Con ese recuerdo permanente del polo en su corazón, mantenía unos caballos propios en el campo y algunos en cuida de su hermano polista. Pero iba a aparecer el día bisagra para su vida. Ya había pasado más de una década y un fin de semana fue a Río Cuarto a jugar un torneo de polo Adolfo Cambiaso. Con esa actitud entradora y desfachatada, Magrini lo invitó a que le vaya a ver su caballada que tenía en su campo y enseguida trabaron amistad.
Hacía ya un tiempo que el productor porcino veía que la actividad que tanto le había dado ya no era lo de antes. “Palermo ya no era Palermo para los cerdos”, dice. Pasaron un par de meses y con una invitación de su hermano, una temporada Magrini decidió ir a Estados Unidos para explorar posibles negocios que había detrás de ese deporte.
“Ahí me di cuenta que la producción de embriones era un nicho virgen, donde había mucho por mejorar. Entre mateadas en las caballerizas, les pregunté a Cambiaso y a Rubén Sola si me apoyaban en esto. Y así empecé de cero con algo chico”, detalla.
Pero había que tomar una difícil determinación: qué hacer con los cerdos. En una dura charla con su padre, le dijo que tenía pensado liquidar la cabaña: “A papá le dolió que me desprendiera porque había mucha historia detrás, pero finalmente me apoyó”.
Ese año, Magrini recibió unas donantes de su hermano, una yegua de Cambiaso y otra de Sola y las puso en el galpón donde antes estaban los cerdos. Al siguiente aparecieron nuevos clientes y así fue creciendo en estructura rápidamente. Luego agregó al servicio, pastoreo y atención de partos. Y para mantener el nombre en alto de esa actividad que tanto le había brindado (los cerdos) decidió ponerle al emprendimiento “Los Pingos del Taita”.
Con esa pasión de seguir buscando oportunidades, armó en General Rodríguez la Meca del Polo, un lugar donde poder visibilizar y vender su producción equina. Pero, al instalarse allí, entendió que le iba a resultar muy dificultoso competir con “los grosos” que hacía rato estaban en el rubro como Cambiaso, Tanoira, Pieres y Aguerre, entre tantos. Con creatividad, ingenio y visión pensó que solo agregándole valor a su caballada podría entrar al mercado.
“Fue así que organicé un remate de domadores, con la colaboración de Polito Ulloa, en los primeros años. Nuestros caballos, ya domados por los mejores del país, como Fabrizio García, Joaquín López, ‘el Colo’ Bonilla, Alfonso Luis, Esteban ‘Tero’ Magnano y Manuel ‘el loco’ Vismara, serían subastados en un remate sin precedente”, relata.
Marcado con sello propio, el resultado fue un éxito que no solo cubrió ampliamente las expectativas de los clientes sino las suyas. Y, revolucionando el mercado del polo, vinieron el 2º, el 3º, el 4º y sucesivamente hasta el número 12º de este año.
Remate tras remate, redoblaba las apuestas y sumaba “más música” para convertirlo en único, al que nadie del ambiente quería estar ausente. Tal es así que para el segundo remate contrató una majestuosa carpa de circo que desbordaba de gente. “No sabía donde me metía pero desde ese primer ‘Remate de domadores’ siempre nos fue espectacular. Año a año, buscamos superarnos, vamos con todo, sin guardamos nada”, dice.
Y en esas ganas de seguir innovando decidió ramificarse hacia otras actividades, haciendo invernada en La Pampa y Entre Ríos y, siembra de soja, maíz y trigo en unas 3500 hectáreas (400 bajo riego subterráneo y pívot) en campos propios y alquilados en Córdoba y La Pampa.
“La empresa tiene tres brazos fuertes: la ganadería, la agricultura y el centro de embriones. Me gusta jugármela y poner mi entusiasmo en todo lo que hago, utilizando toda la tecnología e innovación que esté a mi alcance. No me gusta salir segundo en nada por más que después las cosas no resulten. Por eso también ingresé al CREA Carnerillo para estar a la vanguardia. Sumado a un trabajo en equipo, donde todos tiramos para el mismo lado”, explica.
Desde chico supo que para emprender siempre era necesario tomar riesgos: lo hizo con los cerdos y hace un tiempo con los caballos. Hoy su nombre es marca registrada que por año hace cientos de embriones equinos.
“Al andar aprendí a conocer y tratar a la gente. Tuve muchos golpes que fueron lecciones de vida para mí. Siempre mi padre me dijo ‘rebuscátela’, y eso fue lo que hice, meterle, meterle y meterle. Pero no me canso de repetir que todo lo que conseguí y tengo se lo debo a los cerdos”, finaliza.
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