Los avances e innovación tecnológica en digitalización e inteligencia artificial, consumidores buscando mejores prestaciones a menor costo, la fragmentación de los depósitos, nuevos canales de financiamiento, el flujo de inversiones a las fintech y la irrupción de jugadores no financieros, están redefiniendo la interacción de individuos, empresas y Estados con el dinero y el crédito.
La irrupción de las fintech, ofreciendo desde tarjetas de débito y crédito, medios de pago, inversiones, compra/venta divisas, seguros o préstamos a individuos y pymes, tiene su propia categorización.
Por un lado, los neobancos, que operan sin licencia bancaria, se focalizan en nichos específicos de mercado y fondean sus operaciones a través de otros bancos o el mercado de capitales, como WeBank en China, Konfío en México o Moni en la Argentina.
Por otro, los challenger banks o nuevos bancos, operan con licencia bancaria y ofrecen múltiples productos financieros a diferentes segmentos de mercado, como Tandem en Reino Unido o Varo en Estados Unidos. Mientras que los bancos beta, las unidades digitales de bancos tradicionales, desarrollan alternativas financieras digitales, como Marcus de Goldman Sachs en Estados Unidos o Naranja X del Banco Galicia en la Argentina.
Además, surgen jugadores de otros sectores buscando capturar un negocio propio de la banca tradicional y del microcrédito informal: en billeteras virtuales, Google Pay en la India, Walmart en los Estados Unidos y Mercado Pago en América Latina son líderes de mercado. Mientras otros como Uber, Whatsapp o la colombiana Rappi incursionan en productos financieros.
Esta tendencia, que empezó en Europa y se expande por todo el mundo, no sólo genera una ola de adquisiciones, como FIS quedándose con Worldpay por US$35,000 millones o hasta la fintech Lending Club adquiriendo Radius Bank por US$185 millones, sino también flujo de dinero al sector.
A diciembre del 2019, doce challenger banks levantaron más de US$100 millones de capital cada una y seis de ellos (Nubank, Chime, N26, Monzo, Revolut y la argentina Ualá) alcanzaron valuaciones superiores a US$1000 millones.
Sin embargo, como en todo boom, algunas de estas valuaciones podrán ser difíciles de sostener ante una mayor competencia por la avalancha de nuevas fintech y/o cambios regulatorios. Además, como el flujo de capital de riesgo que financia el crecimiento de las start-ups (mientras generan escala y ganancias), tiene correlación a las acciones tecnológicas, si la caída bursátil continúa, la inyección de fondos a estos emprendimientos podría disminuir y acelerar así la depuración de participantes.
Si bien las fintech son un factor disruptivo en innovación, nuevos modelos de negocios e inclusión financiera que está impulsando transformaciones y reconfiguraciones en el sistema financiero global, la banca está generando sus propios desarrollos digitales o haciendo alianzas estratégicas con otras plataformas.
También haciendo valer su acceso a un fondeo competitivo y poder de lobby para influir en el marco regulatorio (en Estados Unidos los cinco mayores bancos concentran más del 50% de los depósitos y en Brasil los cuatro más grandes el 70%).
En la Argentina, las fintech tienen que además sortear la baja profundidad del mercado de capitales y las limitaciones de plazos de las emisiones de deuda. Sólo a través de ingeniería financiera y productos estructurados que incorporen una mayor gama de inversores, podrán darle una mayor profundidad al mercado y nuevas alternativas de financiamiento.
En agronegocios, al ser el financiamiento un insumo vital para potenciar ventas y ganar mercado, algunas empresas de los diferentes eslabones de la cadena, ven a las fintech especializadas en préstamos como nuevos aliados estratégicos. No sólo como un nuevo canal de financiamiento, sino para apalancar sus políticas de crédito con modelos sofisticados de inteligencia artificial que eleven el análisis de riesgos en un contexto de mayor volatilidad e incertidumbre global.
El autor es socio de Grupo Agrarius (www.grupoagrarius.com)
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