Mariángeles Del Río tiene 34 años y es una de las pocas mujeres que, junto a su madre, están al frente de un establecimiento rural en Santa Cruz
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EL CALAFATE.- Mariángeles Del Río tiene 34 años y administra un campo de 60.000 hectáreas a 120 kilómetros al norte de Río Gallegos. Con presteza maniobró el tractor que le permitió abrir camino al arreo de 9000 ovejas y salvarlas del temporal de nieve. “Mi padre me enseñó cómo manejar el tractor, pero sin mi equipo no hubiéramos podido hacerlo”, cuenta hoy con las ovejas a resguardo en los campos de invernada que lindan con el mar.
Con su madre, Vivian Stigliano, administra Ototel Aike, una estancia ubicada a la vera de la ruta nacional 3, propiedad de su tío, José Del Río. Los demás miembros del equipo son tres puesteros y la pareja de la joven productora, Simón Avendaño, que trabaja en otro rubro, pero la acompaña en el campo cuando sus días libres lo permiten, como fue en el arreo que se transformó en una verdadera odisea.
“Yo estaba en Río Gallegos cuando empezó a nevar, voy y vengo del campo, habitualmente, antes me quejaba de mi papá, y ahora repito yo la misma historia”, cuenta y recuerda a su padre de quien aprendió todo lo que hoy aplica en el día a día de la producción. “Mi mamá estaba acá en el campo y la ruta estaba cerrada. Por tres días no pude salir de Río Gallegos. Empezó a nevar antes que bajáramos la hacienda al campo de invierno, y me urgía ir a bajar la hacienda. Ahí empieza la odisea”, relata, sin dramatismo, desde el campo a LA NACION.
“Había que llegar hasta el campo de invierno y llevar las ovejas a los campos junto al mar: para eso tenemos que pasar tres campos de vecinos, tenemos que cruzar unos 25 km hasta el mar. En el campo de veranada la nieve estaba más alta, el primer día juntamos toda la hacienda con camioneta, perros y caballos y la dejamos en el corral de un vecino”, detalla sobre el periplo que le llevó tres días para recorrer 25 km en medio de la nieve.
En invierno los días son muy cortos y dificulta aún más los trabajos en el campo. Mariángeles y su equipo corrían contrarreloj: debían traer la hacienda antes que quedara tapada por la nieve. Durante tres días, ella manejaba el tractor, abría la senda para las ovejas y, con una camioneta y los puesteros a caballo, se iban guiando a las ovejas hasta la parada siguiente.
“Al tractor lo manejo yo, salimos del casco a las 9 de la mañana cuando aún no había amanecido, aún con la nieve cerrada. El primer día pudimos dejarlas en un potrerito a todas las ovejas, pero al día siguiente, cuando volvimos, descubrimos que el camino abierto había sido cubierto de nieve durante la noche y debíamos abrirlo otra vez”, relata la productora, mamá de Guillermina, de dos años, que cada día la esperaba en el casco de la estancia junto a sus abuelos.
“Al abrir camino es impresionante cómo va la hacienda y de ahí no se abren, no se cansan tanto, es mucho más eficiente el trabajo y las podemos cuidar más. Hicimos todo lo mejor posible para que no les pase nada”, detalla la joven, que tuvo su primer invierno duro en el campo patagónico al frente de la administración de una estancia.
Cada día fue arrancar de cero abriendo otra vez los caminos que durante la noche se habían tapado de nieve. El tercer día había empezado a nevar y se complicó el panorama. “Uno de mis puesteros, de 66 años, me dice, no hace frío, aprovechemos. Y dije ‘si me acompañan, nos vamos’ y salimos con el tractor adelante. A las 5 de la tarde, ya estábamos en la tranquera de nuestro campo”, cuenta orgullosa del deber cumplido.
“Éramos seis personas, con un tractor, la camioneta, los caballos y la moto de nieve que casi la fundimos, pero bueno, logramos salvarlas a todas. Tuvimos mucha suerte, por ahora no se murió ninguna, ahora están en el campo de invernada, junto al mar”, indica. “Lo bueno es que tenemos un gran equipo, la gente que trabaja acá, y sin equipo no hay campo, sumamente agradecida de la gente que tengo y los que nos vinieron a ayudar”, asegura.
Como tantos hijos de gente de campo, Mariángeles durante años pivoteó entre la actividad rural de sus padres y sus propios gustos. Se recibió de profesora de danza. Pasó varias temporadas trabajando con sus padres en el campo. Además de manejar el tractor, le enseñaron a limpiar aguadas y abrir caminos en la nieve.
La muerte repentina de su padre, en 2020, la dejó al frente de todo y allí ya se quedó junto a su madre y la joven familia que empezaba a formar. Hoy es una de las pocas mujeres que administra un campo en Santa Cruz y este invierno difícil la puso a prueba.
Con los animales en el campo de invernada y con poca nieve, los pastizales les garantizan el alimento para la primera etapa. Sin embargo, están proveyéndose de forraje para nutrir la hacienda para lo que aún resta del invierno. Una odisea similar implicó cargar carneros desde otro campo y enviarlos en jaulas al frigorífico en Trelew: durante días reclamaron asistencia de Vialidad Provincial para que los asista en abrir caminos. No lo lograron, así que con la misma estrategia de los días anteriores sacaron los carneros y pudieron hacer el envío.
“Ahora estamos bien, tenemos mucho deshielo, casi toda la hacienda está en la costa. Y también tenemos otro campo bueno para invierno y, por suerte, está deshielando con muchas ganas; lo único que estamos rezando es que no escarche”, cuenta la joven.
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