Se trata de Pablo Borrelli, quien junto a Ricardo Fenton y Alejandra Canosa fundaron Ovis 21, una empresa B que en la Patagonia combina la rentabilidad económica con la solución de problemas sociales y ambientales
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“No tenía la esperanza de que mis hijos me acompañaran porque me habían visto tantas veces fracasar”, dice Pablo Borrelli (67), hoy un referente de la ganadería regenerativa en la Patagonia. En el verano de 1978, cuando era un estudiante, comenzó a registrar el problema de los duros campos de esa región, como Santa Cruz, pero no fue si no hasta la primavera de 2008 que pudo tener éxito con una iniciativa. Con la asesoría de un experto consiguió junto a su socio en cuatro meses lograr un cambio que habían buscado durante 20 años de intentar desarrollar la ganadería regenerativa con un sistema de manejo holístico.
El empresario, oriundo de Río Gallegos, viene de una familia de médicos: su papá, Pablo “Tito” Borrelli, fue uno de los estudiosos precursores del cáncer en la Patagonia, y su madre, Daphne, de una familia ganadera. Ambos le permitieron convivir con todo lo relacionado con la ciencia. Esto lo ayudó a desarrollar su amor por la investigación, motivado por la necesidad de continuar con el legado familiar. No fue sino hasta que se cruzó con Carlos Dante Verona, un profesor “brillante” de ecología que le dio las herramientas idóneas para descifrar el problema de la Patagonia en torno de la producción e ir hacia una solución.
Por su infancia, en las estancias de la familia pudo entender el sentido profundo de conexión que tenía con el campo, donde aprendió a “amar la producción” y todo lo relacionado con ella. “Terminada la secundaria tuve que elegir qué iba a estudiar. Tenía que combinar la ciencia con el campo, por eso decidí agronomía. Tenía una obsesión por la producción, por generar algo. La agronomía era una combinación justa de las dos cosas, así que me vino de cuna”, relata. Egresó de la carrera de agronomía en Balcarce, donde comenzó a leer sobre el range management, el manejo de pastizales naturales.
Hasta entonces había visto solo aplicaciones en la región pampeana que nada tenían que ver con la Patagonia. Se trataba de una rama de la ecología aplicada, dedicada al manejo de campos naturales. “Comencé a ver lo que le estaba pasando a los campos. Hasta ese momento para mí los campos de la Patagonia eran desérticos y eran así y uno naturaliza lo que ve. Ahí comencé a entender de que estaba amenazada por un enorme error en el manejo de los recursos que estábamos destruyendo. Tomé la decisión de que iba a dedicar mi vida a luchar contra la desertificación”, precisa.
En 1978 comenzó a ver el paisaje con otra perspectiva: “Lo empecé a ver con los ojos de un turista que va por la Patagonia. Si pudiera entender lo que está sucediendo, pararían el auto y se sentarían a llorar. Se ha degradado hasta el extremo. La situación patagónica es un genocidio ambiental, un proceso que sucede por goteo, lentamente: se muere el 1% de las plantas por año. Es una trayectoria declinante”. Sus comienzos los hizo como investigador en la provincia: desarrolló técnicas de evaluación para diagnosticar los pastizales naturales y detectar los problemas. Por entonces, se decía que el problema de los pastizales eran las ovejas, y que había que calcular la cantidad que había que tener y ajustar la carga.
Entre 1990 y 2008 se dedicó a visitar campos en donde sugería la cantidad de ovejas que tenían que vender sus dueños para combatir la desertificación. En el medio también fue director del Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA) Santa Cruz, donde trabajaron en políticas agropecuarias, pero con la idea de que el problema era la cantidad de ovejas que tenían los establecimientos, sin percatarse del manejo holístico. Además, fue coordinador de la Ley Ovina durante tres años, donde buscó cambiar el rumbo del sector ganadero.
Junto a su socio Ricardo Fenton, y su esposa Alejandra Canosa, a quien cataloga como la columna vertebral del proyecto, fundó en 2003 Ovis 21, cuyo nombre está relacionado con la genética ovina. La idea era impulsar este sector junto al paquete de conocimiento sobre el manejo defensivo de pastizales y su carga. “Eso pasó después de mi fracaso de intentar modificar el rumbo del sector ganadero desde la política pública”, agrega. Casi 18 años después de intentar con esta idea, se dio cuenta de que los productores que asesoraba no estaban teniendo resultados. “Los campos que comenzaron a seguir mis recomendaciones estaban igual o peor que cuando empezamos: ninguno había mejorado y la mayoría estaba peor de cuando había empezado”, relata.
Esto lo llevó a pensar en cambiar de estrategia y comenzar con la ganadería regenerativa, no porque estaba de moda, sino porque habían fracasado con la teoría que tenían antes. Probaron con un clasificador de animales australiano, Wallace O’Connor, experto en manejo holístico, que les había sugerido emplear su técnica mucho tiempo antes. La familia Fenton puso a disposición un establecimiento en Santa Cruz para probar el manejo holístico en su campo en agosto de 2008.
“En diciembre de ese año fui a recorrer el campo, a ver cómo iba todo, solo había transcurrido una primavera y lo que vi fue el hallazgo más grande que haya tenido. Caminaba por ese campo que había estado 100 años con pastoreo continuo, de repente tuvo la oportunidad de descansar y era fascinante ver la respuesta. La floración masiva de las plantas, la enorme cantidad de plantas creciendo en los pastos que estaban desnudos, la aparición de plantas que no eran habituales, como las leguminosas nativas, estaban volviendo. Lo que no habíamos logrado en 20 años lo logramos en cuatro meses. La metodología era simple, aplicable y el resultado era espectacular”, expresa.
Los socios trajeron al educador de manejo holístico Brian Marshall, quien había sido entrenado por Allan Savory, un experto en la materia, para seguir de cerca el sistema de pastoreo bajo el manejo holístico en el campo de 26.000 hectáreas de los Fenton.
Esto, indica, le permitió dar un salto a su carrera y saber lo que se podía hacer con los pastizales. “Si hubiera sido por cómo iba, hubiese destinado mis mejores años a un camino sin salida. Hubiese perdido la pelea. La sensación era de que no iba a crecer, este es un problema muy grande que no lo podíamos resolver con las herramientas que teníamos”, completa.
Los socios se percataron de que la respuesta de los pastizales era consistente, cuando se dejaba descansos largos, los campos respondían rápidamente, lo que no estaba claro los efectos sobre las ovejas. Juntaban grandes majadas y las movían por toda el área.
“Fue un aprendizaje muy duro, hubo cosas que no salieron bien”, reconoce. Llegaron a trabajar en 25 establecimientos con resultados variados, donde tuvieron que calibrar las decisiones y la forma en que planificaban el pastoreo para evitar efectos negativos sobre la ganadería. Ahora, la producción de animales es similar a la que había en un contexto de recuperación de los campos y de aumento de carga: hoy se le dice al productor que debe tener más animales, algo que era un sueño. ¡Imposible en el paradigma anterior! Hemos tenido mucha consistencia en los resultados”, precisa.
En 2012 comenzaron a trabajar en el desarrollo de un estándar para medir la regeneración, el primero a escala global. Después, el Savory Institute aplicó una versión EOV, preparada por Ovis 21, basada en los principios del grass. Todos estos avances permitieron que los productores pudieran recibir un pago por los servicios ambientales que estaban prestando. “Nos dimos cuenta de que no solo era posible regenerar los pastizales, sino contribuir a un problema global, como es el cambio climático. Los campos que hacen manejo holístico secuestran carbono”, afirma.
Con los años se sumaron al proyecto sus hijos Pedro, Pablo, Candela y Lucía, quienes trabajan en el crecimiento e impulso de la empresa en cada una de su expertise. “He disfrutado casi como un premio de la vida, el hecho de trabajar con ellos”, relata. Borrelli resalta a los primeros productores que apostaron por sus ideas, pero sostiene que esto tiene que ser la regla de oro lo antes posible y no una excepción.
La diferencia entre un campo con pastoreo continuo es que en su mayoría tienen procesos de degradación ambiental, que lentamente pierde la capacidad productiva. Los costos del deterioro impactan en la rentabilidad de los predios y la falta de viabilidad económica hace que la gente abandone la actividad. Además, los campos que planifican el pastoreo y brindan descanso a los predios tienen evidencia de que comienzan a cubrir el suelo, por tanto, pueden tener más ovejas e ingresos.
“Tengo una enorme satisfacción por lo que hemos logrado, un orgullo porque hicimos un movimiento que fue contracultural. Pusimos en primera fila el concepto de la innovación y la colaboración basada en la confianza, mientras en la Argentina se debaten las divisiones, peleas y los pensamientos binarios y no colaboración, hicimos algo superinnovador que está madurando en logros importantes. Esto excede mi visión más optimista”, resume. Para cerrar, el empresario recuerda que la difícil situación del comienzo también se vio impactada por la estrechez económica de todo emprendimiento. “Hemos estado siempre en una situación de sobrevivencia”, sintetiza. Sin embargo, ahora está acompañado por casi toda su familia y quienes apostaron y creyeron en su proyecto de vida.
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