En muchos lugares de la región chaqueña, especialmente en los hogares humildes del campo, en parajes lejanos a los centros poblados se suele en ver tarros de lata de 20 litros partidos por la mitad, de tal manera que quedan sus dos extremos abiertos y se los ve negros, tiznados.
El campesino, especialmente si es gente criolla, lugareña, en su andar, encuentra a los matacos que son esos peluditos (armadillos), que ante el peligro se cierran formando una bola acorazada del tamaño de un melón chico, la cabeza y la cola son de forma triangular y se juntan al cerrarse perfectamente.
Cuando el paisano que ha ido juntando los matacos en un tambor con tierra tiene tres, los carnea, limpia, luego los orea y se dispone a asarlos después de condimentarlos a gusto. Hace un fuego como para un asado usando leña de quebracho colorado, mistol, quebracho blanco, algarrobos o itines, en fin, esa leña tan buena que hay por allá. El itín tiene hojas que son como agujas de tejer huecas que al estar secas y en ramilletes son usadas para prender el fuego pues arden mejor que el papel.
Una vez que el fuego da brasas, se lo corre hacia el vientito y/o brisa y donde estuvieron el fuego y las brasas se pone el tarro que mencionamos. Dentro de él caben “justito” los tres matacos, cuyas cáscaras tocan el suelo; se tapa el tarro con una chapa y sobre ella abundante brasa. Este sencillo hornito asa perfectamente a los matacos, que están listos cuando al presionar con un dedo el pico de los matacos se le quiebra el cogote a la hora exacta.
Aprovechando el fuego, especialmente en Santiago del Estero, se suele poner en una parrilla como si fuera un asado, a la “tortilla” que tiene la misma forma y tamaño de una pizza y es de harina de trigo.
Sabores
Esto que hemos descripto, acotadamente, nos demuestra cuanta cultura hay aquí, cuanta tradición en uso. El paisano está recibiendo los sabores entrañables de la tierra.
Respetar la idiosincrasia del hombre formado en la naturaleza es respetar a la naturaleza misma.
Sin temor a equivocarnos podríamos decir que un seis por ciento de la población argentina vive siempre en el campo, fuera de las zonas urbanas (para los censos, rural disperso).
El escritor salteño Juan Carlos Dávalos (1887-1959), destacaba a los gauchos de su provincia y a los trabajadores del campo, especialmente los que estaban en algún puesto lejano pues tenían analogías asombrosas con los militares de antaño en sus exigentes rutinas laborales. Este escritor hablaba de lo que alcanzó a ver el mismo Ricardo Güiraldes en agrestes paisajes salteños. Hoy en día el lugareño sea pobre o rico, de origen ancestral a o recién llegado cumple una función importantísima para la soberanía nacional casi como un gendarme o un militar, sin olvidar los auxilios que suelen prestar en hechos extraordinarios a todos los transeúntes cuando hay accidentes de deportistas y viajantes.
El gusto por vivir en el campo es algo que debería ser contemplado por todos los argentinos. El lugareño merece todas las consideraciones, las generales de la ley no siempre son justas para él. Podríamos dar muchos ejemplos, pero se siguen dictando leyes que afectan al hombre de campo con parámetros urbanos que no encajan con la ruralidad.
Cuando un hachero en medio del campo, en un día sin viento ni brisa, está hachando un gran árbol, nada se mueve, solo a cada golpe de hacha en lo alto de la copa se observa el cimbrón del árbol, esto no lo percibe ni el hachero, hasta que el fin el gran árbol cae. No se escuchó protesta, pero nunca más ese árbol estará donde estuvo; así es la naturaleza y así también el hombre formado en ella. En las sensibilidades actuales de la evolución humana ya es tiempo que se contemplen como es debido estas cosas para bien de todos
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