Si hay algo que el campo no pide ni necesita ahora es un nuevo dólar soja. La devaluación artificial de la moneda apenas puede representar una ventana de oportunidad para quienes todavía no se desprendieron de la oleaginosa que cosecharon hace unos meses. No mucho más que eso.
Lo que los productores reclaman es certidumbre para el mediano plazo y reglas similares a las vigentes en los países vecinos: el mismo tipo de cambio para comprar y vender, cero impuestos a la exportación (retenciones) y ausencia de la intervención del Gobierno en el mercado de granos.
La competitividad que alcanzó el campo argentino no requiere de subsidios, ni de favores especiales del Estado. Es más: si le quitan el pie de encima, invierte y produce más. La evidencia reciente lo demuestra. Cuando los derechos de exportación del trigo y del maíz fueron igual a cero entre 2015 y 2019, la superficie de sembrada con el primero de los cereales creció 51% y con el segundo, 56,8%. A su vez, en esos mismos años, la cosecha se incrementó en un 62% y 60%, respectivamente.
El aumento de la producción se alcanza porque hay una mejora en la relación insumo/producto: con la misma cantidad de granos hay más ingresos para invertir en fertilizantes, fitosanitarios, semillas y camionetas, entre otros insumos. Se abrió así un círculo virtuoso de mayor actividad económica en los pueblos del interior. Según una estimación de la Asociación de Consorcios Regionales de Experimentación Agrícola (Aacrea) más del 70% de la inversión y el gasto de la producción agropecuaria vuelve a las regiones donde se origina.
Para los productores, ese movimiento podría ser mucho más dinámico si el Estado nacional dejara de considerar al campo solo como fuente de recursos fiscales y estabilizador de la macroeconomía en vez de motor del desarrollo del interior.
Otra de las contradicciones que deja el anuncio del Gobierno, es que con esta medida pretende aumentar las exportaciones para poner sobre la mesa del G20 la cuestión de la seguridad alimentaria. Es la misma administración que, luego de la invasión de Rusia a Ucrania, dos países líderes en la producción de granos, mantuvo los cupos para exportar trigo y maíz, bajo el eufemismo de “volúmenes de equilibrio”.
Para sumar a la polémica, el ministro de Economía, Sergio Massa, les informó a los exportadores que a partir del 1ro. de diciembre vuelve el diferencial arancelario entre la harina y el aceite de soja (baja de 33 a 31%) respecto del poroto, que había eliminado en marzo pasado. Para algunos productores significa una mera transferencia de ingresos al complejo oleaginosopor unos US$400millones al año. La industria, en cambio, lo defiende como respuesta frente al proteccionismo de China, que prioriza la importación de soja en grano para transformarla localmente.
El factor climático
La tabla de salvación del dólar soja II acaso sea la última que podrá tener el Gobierno con el campo por lo menos hasta el segundo semestre de 2023. Por la sequía, se calcula que la cosecha de trigo de este año caerá no menos de un 44,8% respecto de la campaña pasada, lo que podría provocar una merma de ingreso de exportaciones por el cereal de no menos de un 50% en comparación con el ciclo 21/22 que arrojó ingresos por más de US$4780 millones. Además, buena parte del maíz que debió sembrarse en septiembre y octubre, por falta de agua en los suelos, pasará a fechas más tardías de implantación por lo que, los ingresos por exportaciones que aporta el cereal a partir de marzo/abril, estarán menguados.
Recién a partir de fin de abril/principios de mayo comienza a entrar en el circuito comercial la soja de la campaña 22/23 que también está amenazada por la escasez de lluvia en la región agrícola núcleo, la más productiva del país. De aquí en más, a diferencia de lo que sucede en otros países, las autoridades económicas tendrán que estar más pendientes del registro de lluvias del Servicio Meteorológico Nacional que de otros datos económicos clásicos. Una rareza argentina.
Pero si el clima acompaña, como dicen en el campo, el ingreso de divisas podría tener una leve baja de los niveles nominales récord de este año. Según una estimación preliminar de la Fundación Mediterránea, el ingreso de divisas por exportaciones de granos y productos agroindustriales caería un 7% en 2023 respecto de 2022 que tuvo el récord de US$43.000 millones. Aquí también hay riesgos. El fortalecimiento del dólar a nivel mundial y la desaceleración económica de China suelen ser factores bajistas en los precios de las commodities. Se verá. Por ahora, para las menguadas reservas del Banco Central, con el dólar soja II, alcanza.
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