Con versos ocurrentes y paródicos, Manuel Mujica Lainez hizo gala de su criollismo esencial y retozón
De Manuel Mujica Lainez mucho se ha dicho, incluso, naturalmente, que fue un magnífico escritor, sin que a este juicio afecten modas o gustos pasajeros. Allí están para recordárnoslo, por ejemplo, las intensas páginas de Misteriosa Buenos Aires.
Acerca de esa obvia excelencia literaria, de sobra conocida y reconocida, nos permitiremos anotar un pormenor significativo y con frecuencia olvidado: Manucho no sólo era un excepcional narrador –cuentista o novelista– y un agudo y chispeante observador en sus apuntes sueltos, sino también un consistente poeta. Lo fue expresamente en el juvenil Canto a Buenos Aires, una de las más nobles invocaciones a la prodigiosa variedad porteña, y también fue ingenioso y una pizca maligno versificador de circunstancias, según da cuenta el recuerdo de las tantas humoradas como hizo correr por la pretérita Redacción de este diario.
Hay un tramo poético entremezclado a las tersas prosas de Misteriosa… en el que poco se repara y que quizá denote como pocos la riqueza de su criollismo esencial y retozón. Muy tempranamente había escrito la Vida de Aniceto el Gallo (Hilario Ascasubi) y la de Anastasio el Pollo (Estanislao del Campo), dos clásicos poetas nuestros en los que se dan la mano, con entrañable fluencia, la patria vieja y el campo viejo.
El texto es "Una aventura del Pollo", por su arbitrio fechado en l870, continuación de aquella memorable velada en el primer teatro Colón, con un paisano al que pasma el embrollo melodramático del anciano Fausto, del perverso Mefistófeles y de la rubia Margarita. Manucho sigue adelante con la parodia y en versos que bien pudieron haber sido de don Estanislao cuenta lo ocurrido al día siguiente, cuando el confundido pajuerano se topa con los tres, en la puerta de un restaurante. Estaba entretenido: "Yo me divertí vichando a la gente de copete / que en ese lugar se mete / cacariando y faroliando. // Había un famoso hembraje, / don Laguna, todo luces; / andaban como avestruces, / moviendo el fino plumaje".
Y de repente la sorpresa y el susto: "Eran tres. Vaya contando: una mujer y dos hombres. / Y si le digo los nombres / creerá que estaba soñando. // Los vide doblar la esquina. / De juro si no soy tal, / ahí mismito me da el mal / y mi cuento se termina. // Los conocí, abatatao, / y me persiné, Laguna. / ¡Voto a cristas! Por fortuna / estaba a pie y no montao. // Porque si estoy en mi flete, / el colorao que ya sabe, / hoy sería herido grave / del corcovo que me mete".
El encuentro con los artistas "de civil" le resulta aterrador: "¿Y cómo? –me dirá usté– ¿la rubia no se murió? / Eso mismo pensé yo, / pero viva la encontré. // ¡Y qué viva! ¡vivaracha! / Si se venía riyendo / de algo que le iban mintiendo / los hombres a la muchacha". Le causa asombro lo que escucha de su boca y se interroga y explica: "¿Hombres? Ansina les digo / pa facilitar lo que hablo, / aunque uno era el mismo Diablo / y el otro, del Diablo amigo". Y añade precisiones: "Visto de cerca, Mandinga / es petiso, no usa barba, / tiene el pelo como parva / y un airecito de gringo". Enseguida reflexiona: "Se me había disfrazao / pero le pesqué el detalle:/ no puede andar por la calle / con su traje colorao". Y sobre el protagonista: "¿Y don Fausto? ¡vieraló / cuando llegaba a la fonda/ / con una cara redonda / como vidrio de reló!".
La poesía gauchesca –hecha por puebleros cultos que remedaban a la gente rústica– nació como parodia, según el capricho del padre Juan Bautista Maziel y volvió a serlo en ocasión del Fausto criollo, con los intermedios, patriótico de Hidalgo, político de don Hilario, genial el de Hernández y trágicos en las voces tardías de El Viejo Pancho y de Luis Acosta García. Pero debía morir como parodia y allí apareció el sonriente Manucho. Su aporte es de 1950, cuando ya se nos venía encima el mundo moderno y muy poco quedaba del antiguo idioma de los gauchos.
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