Como asesor de Viento Sur y CREA Necochea Quequén y socio de Aapresid, en el sudeste de Buenos Aires hemos aprendido junto con otros colegas que las malezas están ahí, pero no las vemos. Durante dos años están ahí, son pocas malezas resistentes entre muchas malezas. Luego van aumentando en cantidades y en porcentaje del total. Cuando por fin las vemos son unas pocas en alguna cabecera y decidimos que no se justifica gastar 10 o 20 dólares por hectárea para combatir a tan pocos individuos.
En el sudeste bonaerense, en 2000, nos pasaban por arriba el gramón, el sorgo de alepo, la quinoa, la chinchilla y el cebollín. El futuro se veía abrumador. Llegaron la siembra directa (SD) y la diabólica soja transgénica con glifosato y esas malezas pasaron de moda. Considerando 430 lotes asesorados en 2013 teníamos identificado raigrás resistente a glifosato en dos lotes (0,5%) y ninguna otra maleza resistente.
Hoy, en 2018, tenemos resistentes: raigrás a glifosato, en el 75% de los lotes; yuyo colorado resistente a ALS 14%, y a glifosato 6%; nabolzas a glifosato y ALS 31%, y sorgo de Alepo a glifosato 1%. ¡Listo! ¡El paradigma productivista de agricultura continua en SD organizado por las multinacionales que nos decían qué hacer a los productores y agrónomos falló! La solución es no usar más agroquímicos, disquear todos los lotes y meter vacas hasta debajo de la cama. Error.
En muchos campos no se hacen los deberes: planificar, rotar y fertilizar, cuidar la MO, monitorear, aplicar agroquímicos defensivos solo cuando son necesarios y de modo adecuado, volver a monitorear para evaluar los controles. Esos campos están siendo degradados, porque no hacer los deberes lleva a erosión y a mayor problema de malezas. La primera solución a mano es labranza, colgados de la excusa de que el sistema falló y las malezas son inmanejables.
Pero entonces nos preguntamos: ¿habíamos dejado de labrar porque las multinacionales nos lavaron el cerebro? Error. Pasamos a SD porque se nos volaban los campos. Y comprendimos que cada vez que labramos destruimos un ecosistema del suelo con su biología, física y química y oxidamos la materia orgánica. En el sudeste de Buenos Aires tenemos campos que usan 50 dólares por hectárea de herbicidas por año. Y otros que gastan 100. Tenemos dos campos con problema grave de raigrás que gastan 100 dólares por hectárea: uno tiene cada vez menos problemas y el otro, cada vez más. La calidad y la oportunidad de aplicación son fundamentales.
Con las malezas, ser obtuso de mente es lo peor. Hay múltiples soluciones, pero aisladas no sirven. ¿Qué es importante? Tener un diagnóstico lote a lote. Eso se logra con monitoreo. Y teniendo un mapa de malezas de cada año para cada lote. Podemos sumar una herramienta que envía alertas tempranas a Rem de Aapresid, una app gratuita: Sacha, que podemos enviar en tiempo real a la Rem alerta sobre sospecha de determinada maleza a determinado modo de acción de los herbicidas.
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