En un mundo que huye de lo fósil para ir a lo renovable, la cadena maicera necesita certezas para insertarse en la era de la bioeconomía
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En lo que va de este siglo, la superficie sembrada con maíz en la Argentina se ha más que duplicado: pasó de alrededor de tres millones de hectáreas hasta más de siete millones en la última campaña. Para dimensionarlo, se puede decir que el maíz pasó de cubrir una superficie equivalente a la de Misiones en 2000/01, a una como la de Formosa actualmente.
Esa evolución no fue escalonada progresivamente. En realidad, se mantuvo en torno de los tres millones de hectáreas hasta la campaña 2009/10; desde entonces y hasta la campaña 2015/16 pasó a rondar los cuatro millones de hectáreas, y recién a partir de allí comenzó a pegar el gran salto.
¿Por qué? Desde comienzos de 2002 hasta fines de 2015, el maíz tuvo retenciones a la exportación, que variaron entre 20 y 25% (con un período corto de retenciones móviles que no viene al caso), y diversos tipos de intervenciones, incluidos cierres de exportación repentinos. Este nivel de exacción y riesgo lo dejaba en muchos casos fuera de competencia frente a la soja, que, aunque tributaba y tributa más derechos de exportación, tenía (tiene) costos muy inferiores. El millón de hectáreas maiceras que se agrega desde 2010 guarda relación con una incorporación tecnológica: la diversificación de las fechas de siembra y la introducción de maíces tardíos, innovación conocida en Brasil como la safrinha, donde venía dando enormes resultados.
En diciembre de 2015, el decreto 133 redujo a 0% las retenciones a varios productos, entre ellos, el maíz. La mayor rentabilidad que esto suponía y la perspectiva de no intervención oficial que se vislumbraba no tardaron en traducirse en una mayor siembra de este cereal: solo el primer año, los productores sumaron 1,5 millones de hectáreas al maíz, una superficie más grande que la de las Islas Malvinas.
Esto muestra claramente al menos dos cosas: que los productores argentinos tienden per se a innovar tecnológicamente para producir más, y que no dudan un segundo en reinvertir y crecer cuando el negocio aparece como rentable y previsible.
Otro aspecto más abona lo anterior. Dijimos que el área sembrada con maíz en lo que va del siglo se había más que duplicado. En el mismo período, el maíz cosechado se ha más que triplicado: pasó de alrededor de 15 millones de toneladas a alrededor de 50 millones. Esto quiere decir que cada hectárea sembrada dio más granos, y esto ocurre cuando se invierte en tecnología: aplicar mejores semillas, utilizar los fertilizantes y fitosanitarios necesarios, sembrar y cosechar con mejores máquinas, aprender cuestiones de manejo, entre otros aspectos. Como resultado, por primera vez en lo que va del siglo XXI, la Argentina produjo más maíz que soja. Y, como producimos muchísimo más maíz del que consumimos, las exportaciones del complejo maicero se convirtieron en las segundas entre las mayores del país, al superar las del sector automotor en su conjunto.
Estancamiento
En 2018 reaparecieron moderadamente las retenciones al maíz; a principios de 2020, la tasa aumentó a 12%, hasta hoy, y volvieron las medidas y/o anuncios preocupantes, como el cierre de exportaciones de maíz de principio de 2021. A la vez, regulaciones que promoverían la demanda y el valor agregado, como el aumento del corte de bioetanol en las naftas, no se dieron, e incluso tuvieron una marcha atrás. De nuevo, cuando la rentabilidad se ve amenazada y las perspectivas no son buenas, los productores, como cualquiera, dudan sobre si tiene sentido seguir sumando riesgos en una actividad que ya de por sí tiene tantos, desde los climáticos hasta los ligados al comercio internacional. Esa duda está a la vista: hace tres campañas que el área y la producción de maíz prácticamente no crecen, quedaron estancadas.
Es importante reflexionar sobre esto en momentos en que vuelve el debate sobre si aumentar las retenciones. Ya está visto que lo que desacoplan estas medidas es el precio que reciben los productores, no el que pagan los consumidores. Y los precios de la producción local ya están muy desacoplados de los internacionales, no solo por las retenciones sino también por la brecha cambiaria.
Es momento de despejar todas las incertidumbres posibles, porque son múltiples y enormes las oportunidades que le abre al país la bioeconomía en un mundo que huye de lo fósil para ir a lo renovable. La Argentina tiene enormes cuencas fotosintéticas y personas con conocimientos para gestionarlas exitosamente, para producir granos destinados a alimentos y a energía, pasto para la hacienda, e incluso para generar soluciones ad hoc a situaciones puntuales. Los casos de Goodyear, que ha presentado el primer neumático del mundo hecho con un compuesto derivado del maíz, o de Reebok, que lanzó zapatillas con suela de maíz, entre muchos otros, ilustran las ocasiones que se avecinan.
La Argentina tiene una oportunidad única por su modelo productivo. Producimos lo que el mundo necesita y de una manera mucho más sostenible que los países competidores. No lo decimos por intuición, sino que lo hemos probado: Maizar fue la primera entidad del país que midió la Huella de Carbono de productos de la cadena, y los resultados fueron excelentes. Esto es así en gran medida porque hace 30 años que venimos haciendo siembra directa (SD), es decir, sembrando sin arar, mientras que el 80% de la agricultura en el mundo todavía se hace a la vieja usanza. No remover la tierra para sembrar implica un consumo de combustibles fósiles 60% inferior al de países que sí lo hacen.
Además, como el rastrojo de los cultivos con la SD se deja en la superficie del suelo y lo protege, tenemos un 96% menos de erosión por vientos o lluvias. Y, además, el agua queda más retenida en el suelo, con lo que la evapotranspiración se reduce un 70% y permite lograr una de las mejores huellas hídricas del planeta. Todo esto beneficia la fertilidad física, química y biológica del suelo. El maíz es cabeza de rotación y hace que los sistemas muchas veces sean neutrales en carbono.
La producción agrícola argentina es de las más sostenibles y amigables con el ambiente del mundo. En el maíz lo hemos medido. Sin embargo, no nos pagan más por ese diferencial, cotizamos a la par de otros lugares. Por eso debemos contar esta historia, para poder generar grandes inversiones, que deberán hacerse aquí, lo más cerca posible del lote donde se produce el maíz, porque llevárselo a otras latitudes a procesar es seguir agregando huella de carbono. Se trata de una enorme oportunidad de desarrollo inclusivo y bien federal. Estamos trabajando para que la política entienda esta posibilidad inigualable que tenemos, pueden estar tranquilos de que ningún productor argentino se va a invertir a otro país si se siente seguro de que puede hacerlo en su tierra.
El autor es presidente de Maizar
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