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"Clavar las guampas" es frase de obvio origen rural y que, en su nacimiento, significaba algo muy específico y concreto: la muerte de un animal. Pero, como bien sabemos, en el ejercicio del habla los préstamos, las idas y vueltas, tanto de términos como de dichos, son cosa muy habitual y ese tipo de traslaciones da lugar, a menudo, a que unos y otros adquieran sentidos nuevos, que, si bien mantienen algún nexo con los originarios, nombran hechos muy pero muy diferentes.
En principio, el vocablo "guampa" deriva del quechua, wakkhra, "cuerno", o sea la prolongación ósea que se desarrolla en la testuz de ciertas especies. El término en sí, desacoplado del verbo "clavar", se usa en la mayor parte de los países del Cono Sur: Paraguay, Argentina, Uruguay y Chile, para referirse al cuerno vacuno ("ganado guampudo"), y lo mantiene cuando con él se hacen recipientes de bebidas, como el chifle o el "mate de asta": en Paraguay y en ciertas zonas de la Mesopotamia argentina es común llamarle "guampa", a secas, al mate en el que suele prepararse el "tereré".
Aparte de esto tan difundido, también se designa en toda esa área como guampa al asta de ciervo utilizada para fabricar la empuñadura de armas blancas, facones y puñales diversos, más bien de ostentación. Advirtamos, de paso, que en lo que hace al uso de estas partes del animal como recipientes, nuestra costumbre registra ilustres antecedentes en la Europa antigua y medieval, desde el báquico "cuerno de la abundancia"; aun hoy, en España, es frase vulgar beberse "una cuerna de cerveza", o brindar con ella.
Aunque, en realidad, esta palabra se reviste de multitud de significaciones cuando se le acopla el verbo "clavar", que indica "meter" o "hincar" de manera profunda. Porque, en algún momento impreciso, la frase rural hacer "clavar las guampas", ya despegada de su prosapia vacuno, pasó a describir el éxito del gaucho, especialmente del domador de caballos, cuando conseguía reducir y dominar al potro salvaje.
Luego, por afinidad e introducida hasta en nuestro lunfardo, da a entender, sin vueltas, la muerte. Leopoldo Marechal la utiliza en una de sus obras de narrativa cuando dice: "Había clavado las guampas a los cincuenta y nueve años". Pero ocurre que "morir" refiere tanto a la muerte física como a esa otra muerte a la que equivale al abandono, la actitud de retiro e indiferencia ante cualquier tipo de apetencia o deseo; y ahí la sinonimia que cabe encontrarle sería "no quiso saber más nada". Clavar las guampas se traduciría, en ese caso, por adoptar una actitud sumisa: "Agachar la cabeza", renunciar a la lucha, retirarse, jubilarse, desistir, cesar en una actividad.
Y, sin embargo -terriblemente polisémica-, también puede significar todo lo contrario: un acto de rebeldía, el negarse rotundamente a hacer algo, el desconocer una orden o poner freno a otro y, en otro sentido absolutamente distinto, quedarse dormido sentado en cualquier parte, con la cabeza apoyada donde se pueda. Pero, sin duda, la más urbana y reciente de las acepciones es la que remite "clavar las guampas", a "meter los cuernos", picante vulgarismo acerca de la infidelidad en la pareja. Lo único claro en todo esto es que el habla multiplica siempre la riqueza del idioma.
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