
En el campo de antes, los chicos se entrenaban en el visteo, técnica que los preparaba para el duelo a cuchillo
La llamada esgrima criolla, que fluía en el clásico duelo a cuchillo del gaucho, implicaba una técnica que no era definida en una escuela formal, como en el caso de la esgrima europea, sino que respondía a un criterio instintivo, desarrollado con el juego del "visteo" y una rara habilidad para dirigir los lances, desviar los golpes contrarios con quites o sacando el cuerpo para evitar un corte o la herida mortal.
El visteo era un juego de niños que se practicaba, incluso, cuando se llegaba a la adultez. Era una preparación para la pelea con cuchillo, en la que se adquirían la velocidad de la vista y la habilidad para adivinar el destino del golpe contrario, y cómo evitarlo quitando el cuerpo o efectuando un quite con rapidez. Se practicaba con palitos, con vainas vacías o, simplemente, "a dedo tiznao", pasando el dedo por el fondo de una olla. La finalidad era "marcar" al contrario, preferiblemente en el rostro. Así se haría con el cuchillo, en caso necesario. El arma elegida para el duelo era el facón o la daga, pero eventualmente cualquier cuchillo servía, si la habilidad de quien lo empuñaba era suficiente. El duelo se desarrollaba en la "cancha", un espacio limitado en el cual dos hombres se enfrentaban. La habilidad consistía en dirigir los lances y esquivar los del contrario, realizar quites o "esquivar el bulto" sin demostrar temor y mucho menos cobardía. El duelo era ante todo, una cuestión de honor y de valentía. Una vez que había comenzado, el motivo que lo había provocado era secundario.
En el duelo criollo, todo estaba permitido: pisar al contrario y tratar de hacerle perder el equilibrio; tirarle tierra en el rostro a punta de cuchillo para menguar su visión, o dirigir un flecazo del poncho con idéntico fin eran algunas de las tretas utilizadas. Como también "hacerle pisar el poncho" y provocar la caída del distraído. Un poncho enrollado en el brazo podía servir como escudo. Era lo más habitual y servía para "parar" o "abarajar" algunos golpes. Ponchos hechos jirones atestiguan su efectividad. Pero algunas veces se solía utilizar también el rebenque como arma secundaria. Un golpe dirigido a la cabeza del oponente podía poner fin al enfrentamiento, en forma efectiva y sin derramar sangre. Hemos dicho que, en general, no se buscaba matar al contrario, sino "marcarlo", preferentemente en el rostro. Una afrenta mayor, que podía enardecer a quien recibía el "benteveo", al punto de decidir que únicamente la muerte del contrario podría salvar su honor.
El amago era una táctica que intentaba confundir al oponente: se pretendía lanzar una estocada a un lugar, pero en realidad se la dirigía a otra zona del cuerpo. Y si el contrario no advertía el engaño, un peligroso corte afloraba en su piel. Las puñaladas recibían distintos nombres, según la forma de dirigirlos o el lugar al que llegaban. "A punto alto" o "barbijo" era un corte tirado al rostro. El vientre era una zona buscada solamente cuando se pretendía matar al contrario. Un lance muy difícil y peligroso, pues uno debía descuidar la propia guardia y estirarse para llegar a la zona del oponente más protegida mediante el poncho, la posición ligeramente agazapada, y la presencia de la rastra. Pero cuando se lograba la peligrosa y temida puñalada denominada "la que baja las tripas", el efecto era contundente, tal como grafica con precisión su nombre. Cabía también un golpe muy peligroso, dirigido a la cabeza, con toda la furia, y de arriba hacia abajo: el golpe de hacha, o "Dios te guarde" denominación que proviene de la esgrima de espada española, conocida con similar nombre. Un lance parecido era el "planazo", aunque en este caso se intentaba atontar o al menos humillar al contrincante, golpeándolo con los planos laterales de la hoja. Menos sangriento, pero igualmente efectivo y contundente.
Cada uno de estos lances tenía su contrapartida, su "quite", y de la efectividad y conocimiento del duelista, para dirigir esos lances y realizar los quites, dependía su supervivencia.
El autor ha escrito, entre otras obras, Dagas de Plata, Cuchillos criollos rioplatenses, Historia y coleccionismo.
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