En su Historia de Belgrano y de la Independencia Argentina, Bartolomé Mitre desarrolla magistralmente el accionar épico de Martín Miguel de Güemes y los gauchos que mandaba. En 1816 había peligro por las amenazas de invasión que debían soportar las Provincias Unidas que vieron “levantarse a su vanguardia la heroica provincia de Salta acaudillada por Güemes, como un antemural de la nacionalidad argentina en el norte”. Su “capital y su cuartel general ambulante era el lomo de su caballo”; no aceptaba “que los gauchos recibieran auxilios de otras manos que las suyas, reservándose así este medio de influencia personal”.
Para el jefe español José de La Serna se trataba de un “puñado de hombres desnaturalizados y mantenidos con el robo, sin más orden, disciplina, ni instrucción, que la de unos bandidos”, imposible de “oponerse a unas tropas aguerridas y acostumbradas a vencer las primeras de Europa, y a las que se haría un agravio comparándolas a esos que se llaman gauchos, incapaces de batirse con triplicada fuerza, como es la de su enemigo”.
En diciembre de aquel año, resuelto el godo en el avance hacia Humahuaca, Güemes escribió al general Belgrano: “Creo que la patria será en breve libre”. Invadida Salta en 1817, relata Mitre, Don Martín Miguel fue “caudillo idolatrado por las masas y dotado de bastante inteligencia para dominarlas y dirigirlas”. Los paisanos habían reemplazado al ejército regular: “Desde esta guerra, el dictado de gauchos, que ya se había hecho glorioso en el curso de la revolución, empezó a ser pronunciado con respeto, aun por sus mismos enemigos”. Singular resultó el combate de San Pedrito (Jujuy), el 6 de febrero, acción en la que los españoles necesitados con urgencia de alfalfa para los caballos, fueron provocados a la lucha por guerrillas de escuadrones. “Eran los infernales y los gauchos, dirigidos por el comandante Juan Antonio Reyes”, y en el encuentro relucieron balas, sables, bolas y cuchillos.
En el cerco que aquellos intrépidos impusieron a Jujuy, la audacia llegó al punto de estrechar el sitio “hasta sobre las mismas calles, haciendo diariamente presiones al pie de las casas de la ciudad”. La división de Apolinario Saravia, con sus guerrillas y dispersiones, encargada de golpear a los invasores de Salta, se vio reforzada por partidas de gauchos “que acudían de todos los puntos del horizonte, que disputaban el terreno con más energía y más éxito cada vez”.
El historiador español Mariano Torrente aseguró que la posición de La Serna se agravaba en territorio salteño por la presencia de “los incansables gauchos” que “le hostigaban de continuo, llegando su insolencia hasta el punto de llevarse arrastrando al lazo algunos individuos de los puestos avanzados”.
Entre las tantas habilidades de que estos paisanos argentinos se hallaban dotados, indica Mitre, se encontraba la de lanzar sobre el campo enemigo manadas de yeguas cerriles con cueros secos de caballos atados a la cola que, en su aterrador estampido, simulaban un ataque general y sembraban el caos en las filas realistas.
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