En 1867 La Revista de Buenos Aires, órgano de historia americana, literatura y derecho dirigido por Miguel Navarro Viola y Vicente G. Quesada, y destinado a la Argentina, el Uruguay y el Paraguay, publicó en sus tomos XII y XIII el extenso trabajo titulado “Las Islas Malvinas. Memoria descriptiva, historia y política”. Escrito por Robert Greenhow, para el Merchants’ Magazine, fue traducido del inglés al español por José Tomás Guido, secretario de la Legación Argentina en Río de Janeiro en los años de la Confederación Argentina.
Decía la Memoria que unas cien personas, incluyendo veinticinco gauchos y cinco indios que cazaban ganado, poblaban a fines de 1831 la colonia que el gobernador Vernet estableciera en la Isla Soledad.
Había también familias holandesas y alemanas ocupadas principalmente en la elaboración de manteca y queso. Completaban el establecimiento colonos ingleses, franceses, españoles y portugueses, además de quince negros esclavos comprados al gobierno de Buenos Aires.
“Los gauchos son pastores que habitan las vastas llanuras llamadas pampas, al sudoeste del Río de la Plata. Se dice que son los mejores jinetes del mundo, y sus faenas requieren que sean fuertes y valerosos, e insensibles a la fatiga y privaciones”, escribió Greenhow.
El texto describe sus armas: el lazo y la bola. El primero era una cuerda con un nudo corredizo que se arrojaba a la distancia sobre los cuernos de un buey o el “pescuezo” de un hombre o caballo. La segunda se componía de tres cuerdas con “una bala de hierro” y era lanzada por el gaucho, que balanceaba el instrumento sobre su cabeza, a las patas del animal.
Los gauchos llevados a las Malvinas por Vernet eran mayoritariamente españoles, aunque su capataz, de apellido Simón, era francés. “Se les representa -continúa la Memoria- como salvajes, que parecían bandidos, que pasaban todas sus horas de ocio en jugar; con sus grandes ponchos y sombrero al lado, anillos en las orejas y narices; espeso, crespo y enmarañado el cabello que colgaba hasta los hombros, y sus puñales al cinto”.
En el techo de sus habitaciones colgaba una lámpara y siempre se los hallaba en grupos. Parecían los protagonistas de los antiguos romances italianos, dentro de profundas cavernas montañosas tras una aventura desesperada aunque próspera.
El final
Cuando en 1833 la corbeta de guerra inglesa Clío se apoderó de las Islas, el capitán Pinedo, comandante de la goleta armada Sarandí, viéndose obligado a remover toda propiedad perteneciente a Buenos Aires y dejar el lugar, confió el mando de las Malvinas al capataz Simón, “jefe de los gauchos, que en un momento poco feliz, aceptó el cargo”. El 3 de enero de aquel año la bandera argentina fue arriada.
Corría agosto cuando los gauchos ultimaron a un irlandés abanderado (antiguo mozo del almacén del exgobernador Vernet) y al propio Simón. Se dijo que, capturados los asesinos meses más tarde por los oficiales y tripulación de un buque de guerra inglés, acabaron por ser ejecutados en la Gran Bretaña.
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