Cuenta Félix Luna en su libro Segunda Fila un suceso casi desconocido ocurrido en 1891. La historia comienza así: ese año en París, un personaje llamado Buffalo Bill presentó un espectáculo cuyo nombre era "Salvaje Oeste Show", en el cual jinetes de todo el mundo exhibían sus habilidades ecuestres. Entre ellos estaban pieles rojas, cosacos, árabes, mexicanos, cowboys y otros que hacían maravillas sobre caballos y que dejaban admirado al público francés.
Entre los espectadores estaba Eduardo Casey (argentino irlandés), estanciero de Lobos y de Santa Fe, poseedor de 300.000 hectáreas de campo pobladas por colonizadores de distintos países y por gauchos de las regiones.
Casey se entrevistó con Buffalo Bill y le hizo notar que en el espectáculo no figuraban los gauchos argentinos. Bill reconoció esa omisión y la justificó diciendo que las pampas estaban muy lejos y que era difícil y costoso traer a esos hombres con sus caballadas. Ambos acordaron tras esa reunión traer gauchos de los campos de Casey para el espectáculo de la próxima temporada.
Así fue que en febrero de 1892 partieron desde el puerto de Buenos Aires en el vapor Magdalena diez domadores y doscientos potros criollos, que en Londres fueron recibidos por Buffalo Bill y por Casey.
Esos paisanos domaron potros e hicieron juegos de destreza equina ante más de 22.000 espectadores cada día. Fue tanto el éxito que tuvieron que la Reina Victoria pidió que llevaran los gauchos y sus montas al parque del Castillo de Windsor para verlos junto con sus nietos.
En su relato, Félix Luna imagina la sorpresa de los gauchos de Casey. No conocían Buenos Aires y de pronto andaban perdidos entre las calles de Londres, oyendo sonar al Big Ben y viendo hombres enfundados en trajes clásicos con sombreros bombín o galera. Y a su vez, imagina la sorpresa de los londinenses al ver a estos hombres vistiendo chiripá, botas de potro, faja y rastras con monedas, facón y sombrero de las anchas con barbijo.
Pero todavía les faltaba a los gauchos vivir otra emoción. Manuelita Rosas, que vivía en Inglaterra desde 1852, al enterarse de la presencia de los paisanos los invitó a visitarla en su chacra se Southampton, donde su padre había muerto 14 años atrás. La chacra estaba a tres cuadras de la estación. Relata Félix Luna que entraron por una tranquera y enfilaron hacia una casa igualita a un rancho de las estancias viejas del pago, que estaba a punto de caerse (tal era el abandono).
Manuelita los esperaba vestida de luto, los bucles plateados y una jorobita que el tiempo había levantado en su espalda. Tenía lágrimas en sus ojos. Los saludos repitiendo "mis gauchos, mis gauchos", con emoción incontenida. "Estoy sola, mis hijos rara vez vienen a verme", les contó.
Después de hablar sobre el viaje y el espectáculo les dijo:
-¿Alguno de ustedes a cruzado por la estancia Los Cerrillos?
Ninguno le contesto afirmativamente. Entonces ella contó que en ese pago su padre fue el mejor gaucho de a caballo. Al despedirlos los volvió a abrazar, llorosa y triste. Aquellos gauchos pensaron: ¡Pobre Manuelita! La exreina del plata tras 40 años de exilio seguía añorando la tierra gaucha, aferrada a la memoria de tiempos ya muy lejanos.
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