"Sería injusto omitir en esta somera rendición de cuentas, a un factor decisivo en el desenvolvimiento de mi país; que espera todavía la consagración de los historiadores. Es el estanciero, el criollo por excelencia; es el héroe de la gran jornada, que en nombre del trabajo y del progreso, derribó la maraña, hizo salubre el pantano, desalojó al bandido y pobló la nada. Es ya lugar en mi país, el falso concepto que su prosperidad se debe, más que a nadie, al inmigrante, y yo reivindico desde esta tribuna inminente, a las glorias aún no proclamadas del estanciero. El inmigrante no se internó jamás en la campaña mientras ella fue bárbara, fue el criollo aquel el que avanzó hacia la pampa enigmática y constituyó la primera vanguardia de la civilización en la plenitud del desierto."
Así se expresaba Belisario Roldán en 1909 de paso por España e invitado a dictar una conferencia por el Ateneo de Madrid, luego de asistir a la inauguración de un monumento a José de San Martín en Francia.
Como la historia no ha sido del todo justa con esos verdaderos pioneros, voy a mencionar algunos de los personajes que forjaron la grandeza de estas tierras. Es mi obligación empezar por don Juan de Garay y su yerno Hernandarias, los primeros estancieros en tierra argentina, aseverando que la primera yerra en el continente americano se realizó en Santa Fe la Vieja, donde hoy se ubica "Cayastá". Pero no sería un verdadero homenaje si omitiera a don Francisco Antonio Candioti, aquel paisano garboso que llamaron "el Príncipe de los gauchos" y fuera el principal benefactor, con dinero, caballos y vacunos, de los ejércitos libertadores a su paso por Santa Fe.
De quienes poblaron los campos bonaerenses se podría escribir leguas de renglones, pero de ellos ya se han ocupado muchísimas plumas portentosas, así que sólo citaré a don José Tiburcio Benegas, aunque ya fallecido. En su estancia se firmó el Tratado de Benegas, que abrió el camino de la paz en las provincias del litoral, y especialmente, de Santa Fe y sus vecinas, Entre Ríos y Corrientes. Por mandato de la historia, citamos a don Simón de Iriondo y don José Bernardo Iturraspe, dos estancieros de ley y precursores del engrandecimiento de su provincia a través de sus posteriores actividades políticas: ambos fueron gobernadores. De Entre Ríos me acodaré de los Cardozo, los Núñez, los Ferreira, los Coussy y de doña Isabel Álzaga de Elía, propietaria de la colosal El Potrero de San Lorenzo, que luego vendiera a Justo José de Urquiza, el estanciero entrerriano por excelencia. En Corrientes se distinguieron el ex gobernador Juan Ramos Vidal, Tiburcio Gómez Fonseca, Juan Ramón Mantilla, y cómo omitir al contemporáneo José Antonio Ansola, inmortalizado por Magdalena Capurro en su libro Che Patrón, a quien tuve el honor de conocer y visitar en su estancia Santa Teresa, de Mercedes .
Cometería un pecado de ingratitud si no agregara a este relato cuando por los cincuenta y siendo muy "gurí", al clarear, antes de salir a recorrer y durante un desayuno que consistía en azotillo a la parrilla o unas creadillas al rescoldo (si era época de yerra) con mi abuelo Alejo Uribe, una vuelta me contó que "allá por abril de 1898 y como todos los años, para ganarles a las primeras heladas y en busca de mejores pastos, partían para volver recién en primavera, tropeando desde la estancia El Martillo «pa'l norte y campo ajuera»... pero una noche, mientras dormía acompañado por su primo Feliciano Ugarte, abajo de las volantas, fueron sorprendidos por unos indios cuatreros y de milagro salvó su vida, suerte que no corrió su pariente, quien murió estaqueado por un lanzazo".
Este relato contiene la íntima intención de contrarrestar esas presunciones maliciosas que muestran al estanciero como un terrateniente cómodo y apoltronado, y no por lo que realmente fueron y son: verdaderos adelantados y precursores de la prosperidad y el progreso.
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