No es frecuente encontrar que padre e hijo escriban novelas exitosas referidas al campo, sus quehaceres y sobre todo la evolución del gaucho con una mirada histórica.
Eduardo Acevedo Díaz nació en la Villa de la Unión, Uruguay, el 20 de abril de 1851, estuvo en el ejército de Timoteo Aparicio, participó en la Revolución Tricolor de 1875 y tomó las armas junto a Aparicio Saravia; además fue periodista, político y escritor. Considerado en Uruguay como el iniciador de la novela nacional; autor de la tetralogía formada por las novelas Ismael (publicado en La Tribuna 1888), Nativa (1890), Grito de gloria (1893) y Lanza y sable (1914), además de las obras Brenda (publicado en folletín en la nacion, 1886), El combate de la Tapera (publicado en La Tribuna, 1892), Soledad (1894), La cueva del tigre (1901) y Desde el tronco de un ombú (1902), entre otras.
En Ismael, el protagonista Ismael Velarde es un joven peón de una estancia de Santa Lucía, que por su amada Felisa tuvo una pelea con el mayordomo y por esta razón huyó en su alazán al monte, allí se hace matrero y posteriormente participa en luchas armadas al mando de Artigas. Se destaca en la obra las descripciones de flora y fauna, costumbres del gaucho y el detalle de la batalla de Las Piedras (1811).
Escribió, entre otras publicaciones, en: La Alborada, El Nacional, Rojo y Blanco, Caras y Caretas, LA NACION, y El Terruño Revista campera. En esta última publicación uruguaya, en 1917, lo refiere como: “el más genuino de nuestros escritores nacionales, el que más sabe de psicología gaucha, el que describe mejor sus costumbres, su vida, el que más fielmente reproduce su lenguaje, se compenetra de su alma. Al par de esto, eleva su estilo al más puro clasicismo. No escribe, talla. Ismael es un monumento, que a ser materializado en mármol exigiría el cincel de Rodin.” En El Nacional publicó entre 1895 y 1896 unas sátiras con el seudónimo Fibradura.
Vivió varios años en Dolores, provincia de Buenos Aires, donde contrajo matrimonio en 1881, con Andrea María Concepción Cuevas Calvento, de dicha unión nació, entre otros, Eduardo, el 18 de marzo de 1882, bautizado allí el 2 de julio de 1883 como Eduardo Gabriel Alejandro.
En su testamento ordenó: “...por razones que deseo llevar a la tumba, es una de mis últimas voluntades que dichos restos descansen en la tierra argentina, que tanto he amado, patria de mi esposa y de todos mis hijos, y que de ella no sean removidos jamás”. Falleció en Buenos Aires el 18 de junio de 1921.
Trayectoria
Eduardo (h), fue jurisconsulto, profesor, geógrafo y escritor. Fue miembro fundador de la Academia Argentina de Geografía y Presidente de la Comisión Nacional de Monumentos y Lugares Históricos. Escribió: Los Nuestros (1910); Ramón Hazaña (1932), novela que recibió el Primer Premio Municipal de Literatura; Argentina te llamas apareció en Folletín en LA NACION (1934); Eternidad (1937); Cancha Larga (1939) obtuvo el Primer Premio de la Comisión Nacional de Cultura, y La vida de batalla de Eduardo Acevedo Díaz” (1941). Fue colaborador de LA NACION, La Prensa y El Hogar, entre otros.
La novela Ramón Hazaña, que se desarrolla en el sur de la provincia de Buenos Aires a fines del siglo XIX, fue leída con interés por los aficionados a la literatura campera.
En LA NACION, el 20 de marzo de 1938 ya daba un anticipo de Cancha Larga al publicar “Mauro Gómez y su zaino Comedido” (Del tiempo de la estancia vieja). La obra se ubica entre 1850 y 1930, Mauro se cría en la estancia La Reyuna, pasa a vivir entre los indios y de regreso a los trabajos de la estancia ve la transformación y los avances en el campo. Mauro se opone al progreso, y como buen gaucho su última voluntad fue morir sobre su caballo.
En 1938 escribió en El Hogar “El canto de las aves nativas en la música argentina”, allí expresa: “En mis novelas he reconocido el valor del canto de las aves como propio de la emoción de los paisajes fisiográfico y anímico”.
En 1945 publicó, en el Boletín de la Academia Argentina de Letras, “La toponimia argentina, su contenido espiritual y tradicional”, y ese mismo año se destaca “Voces y giros de la pampa argentina y notas sobre su fauna aludida en las locuciones (de la novela Ramón Hazaña), como un completo vocabulario criollo de la novela referida.
Falleció en Buenos Aires el 1ro. de septiembre de 1959. LA NACION manifestó: “...reveló siempre una fuerte capacidad de labor y un empeñoso afán por el conocimiento y la expresión de lo nuestro”.
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