En diálogo con LA NACION, Alejandra “Locomotora” Oliveras reconstruyó su historia ligada al agro en una zona manicera de Córdoba
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El éxito y reconocimiento de la carrera de Alejandra “Locomotora” Oliveras está marcado por su tenacidad y su imbatible lucha dentro y fuera del ring. Sobran las palabras para hablar de su entereza para sobreponerse a los desafíos que, como ella misma dice, “no la saca de la fuerza de su cuerpo, sino del alma”. Esa determinación es la misma que la forjó en su infancia a dejar su pueblo natal en Jujuy para seguir a su papá Luis Carlos Oliveras hasta Córdoba, donde aprendió sobre la agricultura y la importancia que tiene el campo para la economía del país.
Mientras recuerda una experiencia en el campo vinculada con el maní, la ícono del pugilismo femenino argentino hace un paréntesis para destacar a los productores agropecuarios, que son “los que traen los dólares al país”. Alejandra es dueña de 34 éxitos, tres reveses y dos empates, fue distinguida, además, con el premio Guinness 2015 tras convertirse en la primera mujer ganadora de seis coronas mundiales en pesos diferentes: supergallo [2 versiones], liviano, pluma, welter junior y el liviano junior. Su última pelea fue en mayo de 2019, en Las Heras, Santa Cruz, que se denominó “12 rounds por la igualdad”, en la que combatió con los límites habilitados para los hombres, de 3 minutos.
Para hablar de su exitosa actualidad, primero hay que rescatar su infancia en la localidad de Alejandro Roca, en la provincia de Córdoba, donde aprendió, por ejemplo, sobre el nivel de humedad del maní y cuál era el mejor momento para cosechar. “Si son las 4 am y no hay humedad en el grano, el maní se sigue cosechando. Nosotros nos íbamos a la mañana temprano, cuando el sol estaba a pleno y el grano estaba seco, porque si no la máquina se empastaba. Eran máquinas viejas, antiguas…”, comienza a recordar.
En su memoria todavía divagan el peso de los bolsones de maní que tenía que hacer junto a sus hermanos y su papá, un camionero que intentó siempre darles una vida digna, y los recuerdos de los días de cosecha de maíz, soja y girasol. “Nosotros abríamos las bolsas, esperábamos que baje el maní de la máquina y lo cerramos y cocíamos las bolsas gigantes con un hilo amarillo. Después, lo bajábamos por un tobogán de la máquina al campo”, narra. El siguiente proceso era logístico y estaba tecnificado, aunque relata a pie juntillas todo lo que se hacía hasta el camino al puerto, a donde Luis Carlos llevaba parte de la producción.
“Lo que nosotros hacíamos era trabajar porque no teníamos para comer, comíamos una sola vez al día y había que trabajar, y mi papá nos llevaba a todos. Pasábamos el invierno en el medio del campo, donde los fríos y las heladas eran tremendas; para ir a la escuela y bañarnos teníamos que calentar una olla de agua”, cuenta.
La satisfacción por el trabajo cumplido, dice, son parte de los valores que aprendió en el campo. “El campo me enseñó tanto, tanto… Ahí veíamos cómo funciona la cadena alimentaria y cómo un bicho mata al otro para poder comer, no es que lo mata por matar, si no no habría vida. El respeto a la naturaleza, saber que estamos bajo una cadena alimentaria que el maní se consume, y que el trabajo te da dinero para vivir y para comprarte tu ropa, pagar la luz o soñar con tener una casa. Yo amo muchísimo a la gente del campo porque realmente ahí laburás, eso es laburo. Era maravilloso poder decir: ‘bueno, terminamos la cosecha, y el dueño del campo hacía asados para todos’. La satisfacción de saber que hiciste un buen trabajo y que hay recompensa”, amplía.
Esas recompensas venían después, cuando Luis Carlos les hacía regalos personales, como la primera bicicleta que tuvo y que “cuidaba como si fuera un Mercedes 0km”, pero que fue “fruto de su trabajo”.
“El campo es algo maravilloso, es parte de nuestra vida, es lo que nos da a todos de comer, vestirnos, realmente vivimos del campo. La palabra es la virtud del trabajo: el campo es trabajo, esfuerzo, pasión”, dice.
Mientras habla, se ataja para no decir “malas palabras” por las definiciones que tiene sobre el círculo vicioso que genera la alta carga impositiva en la Argentina. “No entiendo cómo castigan al campo si son los que hacen patria, son los que con su trabajo traen dólares frescos; son los que más producen, los que hacen crecer el país. ¿Cómo los van a castigar con impuestos? Al contrario, deberían premiar a la gente del campo que son trabajadores decentes. Lo que se logra en el campo se exporta y vienen dólares de afuera, a la gente que labura en el campo hay que aplaudirla y felicitarla y no castigarla. [Los asesores] están muy mal, realmente, están equivocados. No puedo entender cómo estas personas, con tanto conocimiento, puedan castigar así a los trabajadores, y que a la gente que no hace nada premiarlas. Estamos en el mundo del revés; ojalá que esto cambie porque es muy duro vivir con injusticias”, señala.
“No me parece justo castigar así a la gente del campo, me parece algo tan absurdo e injusto; apoyo a la gente del campo porque trabajaba en el campo y sé cómo trabajan y producen. El país está arriba gracias a la gente del campo, son gente que hace patria”, resume. En sus recuerdos todavía está la casa con techo de chapa con agujeros en la que vivió de chica y las primeras zapatillas que se compró a los 16 años.
La boxeadora, dueña de una impresionante musculatura y pasión, refleja en cada frase el mismo entusiasmo por lo que hace por uno de los sectores más pujantes para el país. Por su historia de vida, digna de un best seller, “saca la fuerza del corazón” para seguir. “No es de los músculos. La vida es una sola, estamos de paso y en cualquier momento partimos. Yo sé que voy a dejar una huella en la vida. Nací para eso, así que voy a luchar con todas mis fuerzas. Si hacés algo, hacelo con amor, porque hay que honrar la vida y que sea para festejar. Problemas van a aparecer siempre y va a haber mucho dolor, pero tenemos la oportunidad de estar vivos y hay que ser feliz, de luchar por tus sueños, de transformarte. Hay que honrar la vida”, narra.
Antes de terminar la charla, asegura, que “disfruta” de saber que se ha convertido no solo en un ícono del pugilismo, sino también en el sinónimo “de fuerza y tenacidad” para la gente. “¡Me encanta! Recibo una gran cantidad de mensajes por las redes sociales, de gente que dice: me salvaste la vida. Esas cosas me dan tanta alegría, me llenan el alma porque es lindo poder ayudar con las palabras, y que el corazón haga un clic. Yo quiero vivir y ser una locomotora, quiero estar bien. Quiero que la gente sea feliz, que luche y transforme su vida”, cuenta mientras reconstruye los mensajes que le llegan por las redes.
A lo largo y ancho del país, Alejandra cuenta su historia de vida en charlas motivacionales para ayudar a la gente a salir adelante y a no rendirse. “La vida es una pelea, si te caes, tenés que levantarte y seguir”, cierra la campeona que se retiró con “los brazos en alto”.
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