En Chascomús, la familia Sarena elabora una miel que fue premiada en Caminos y Sabores, feria en la cual volverán a participar
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Orgullosa, a Yesica Sarena se le infla el pecho al hablar de la calidad de la miel que produce. Y dice que hace tiempo Colmenares Royesol dejó de ser un emprendimiento para convertirse en una empresa familiar. Y es así: muy atrás quedaron esas tres colmenas con las que comenzó su padre, Fabián, en 1995 en una actividad que desconocía por completo. Desde ese momento, fue creciendo y hoy, en Chascomús, tienen más de 3000 colmenas. En un buen año, como este, pueden llegar a producir entre 500 y 600 tambores de 300 y 340 kilos cada uno.
“Como no conocía nada, todo el tiempo que tenía disponible lo usaba para estudiar y empaparse del tema. Fue leer y mandarse, aprendiendo con la práctica. Año a año, le comenzó a ir mejor y eso le permitió crecer. En la actualidad, trabajamos en familia y mi papá es la cabeza. Y yo, mi hermano, mi mamá, pese a que tiene otro trabajo, cada uno tiene su rol”, cuenta a LA NACION.
Si bien en los comienzos del proyecto apícola Yesica solo tenía cuatro años, el amor y la dedicación que veía que su padre le ponía a diario la llevó siendo ya adulta a querer seguir sus pasos.
“Lo mamé de chica porque tenía cuatro años cuando mi papá empezó con la apicultura. Fui creciendo, viéndolo trabajar con las abejas. Y, cuando llegué a esa edad en la que quería comenzar a ganarme mis pesos, para que lo ayudemos, mi papá llevaba a casa las maderitas para armar los cuadros de las colmenas donde va plasmada la cera. También íbamos al galpón y pegábamos la cera: fuimos parte de todo el proceso de crecimiento de papá. Y así nos fuimos metiendo y amando esta actividad”, agrega.
Según describe, en la actualidad llevan adelante todos los procesos productivos de la apicultura: son dueños de las colmenas, la cosechan, procesan, fraccionan y la comercializan al público, es decir del campo a la mesa sin intermediarios.
“Una parte siempre se guarda para vender a los acopiadores y ellos son los que se encargan directamente de la exportación. Otra se separa para poder cremar la miel que es el proceso de batido para que quede con la consistencia del dulce de leche. Otros tambores se destinan a calentar la miel y envasarla líquida. También vendemos miel sólida y, generalmente, siempre nos queda un lindo stock de tambores para arrancar la próxima cosecha”, explica la apicultora, de 33 años.
Entre las actividades, es su padre quien se dedica a recorrer los distintos campos de la Cuenca del Salado para ver el estado de las colmenas. En tanto que ella y su hermano son los encargados de la extracción, el fraccionamiento, el etiquetado, empaquetado y la venta minorista.
“Creemos que llegamos al techo. Mi papá se ha sacrificado y trabajado mucho con las colmenas para tener una buena cantidad de tambores cada año y poder seguir progresando. Hoy llegamos a nuestro objetivo y podemos empezar a disfrutar de la cosecha de todos estos años”, dice.
Con una gran clientela y muchas distribuidoras que a diario le hacen pedidos, no solo envasan su marca, sino que prestan el registro nacional del establecimiento a otras siete marcas: “La apicultura es un trabajo que te lleva mucho tiempo, pero es muy reconfortante trabajar con las abejas”.
Una vez más, el mes que viene, del 6 al 9 en La Rural volverán a participar de la exposición de Caminos y Sabores edición BNA, organizada por Exponenciar, y buscarán dar un nuevo batacazo como hace tres años: fue en su primera presentación con un stand cuando ganaron el premio a la mejor miel de la muestra en “Experiencias del Sabor”.
“La gente nos eligió. Más allá de la calidad, nuestra miel tiene una familia atrás que vive para esto. Además, la miel de la Cuenca del Salado es la mejor de la Argentina. Se caracteriza por ser muy clara y, por ende, tiene un sabor muy suave a diferencia de la miel de monte, que es oscura y tiene un sabor bastante fuerte. Claramente, nuestro producto a la gente le entra por los ojos y luego cuando la prueba constata que es incomparable”, finaliza.
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