El próximo miércoles se cumple el 150 aniversario del nacimiento del célebre escritor argentino
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El próximo miércoles se conmemorará el sesquicentenario del nacimiento de Leopoldo Lugones, de quien afirmó León Rebollo Paz: “fue uno de los cerebros más robustos que fructificaron en tierra argentina. Tanto el Lugones anarquista de su juventud como el Lugones clerical de sus últimos años vivieron sirviendo y honrando al país de su nacimiento. Nadie como él cantó tan bellamente a la patria en el año de su centenario (Odas Seculares, El Libro de los paisajes). Nadie como él siguió cantándole en sus versos a las provincias, a sus pájaros, a sus ríos, a sus hombres esclarecidos. Nadie como él sintió tan adentro y tan hondamente su significación telúrica. Nadie como él la proclamó con más unción ni con más reverencia. Por todo eso, por la Historia de Sarmiento, por La Guerra Gaucha”, y porque él mismo, en su figura humana, era una expresión viviente de la historia argentina, fue designado miembro de número de la Academia Nacional de la Historia en 1936.
La Guerra Gaucha, publicado en 1905, fue su primer libro en prosa, narra las acciones sostenidas por las montoneras y las republiquetas en Salta y Jujuy, en todo el Alto Perú, entre 1814 y 1818 contra los ejércitos realistas. Como bien lo señala en el prólogo: “no es una historia, aunque sean históricos su concepto y su fondo”, a través de 22 episodios no hay fechas ni nombres o especificaciones de lugar, en esa guerra que “fue en verdad anónima como todas las grandes resistencias nacionales”. Por eso Lugones se impuso el silencio de los nombres, para no ser injusto con unos por elogiar a otros, sólo aparece el de Güemes cuatro veces, y en el episodio final; aunque es citado como “el caudillo gaucho” o “el jefe gaucho”.
Las descripciones, con sumo detalle, se deben a que el autor había recorrido esos escenarios para dar de ese modo un mayor conocimiento del paisaje y de la idiosincrasia de aquellas gentes, que al decir de su biógrafo y comprovinciano Efraín Bischoff “en Salta, Lugones se impregna de recuerdos e imágenes”.
Con apenas 20 años, Lugones llegó en julio de 1894 a Salta, donde su amigo Moisés Oliva le presentó a un grupo de jóvenes con inquietudes intelectuales con los que pasaron una noche en el cerro San Bernardo, observando aquella ciudad de 14.000 almas. Uno de ellos, Policarpo Daniel Romero, le dijo años después a su hijo, el historiador Carlos Romero Sosa: “nos enseñó a los salteños nuestro cerro tutelar”. El grupo lo integraban además Nicolás López Isasmendi y José María Leguizamón (padre del Cuchi) y supusieron que ese amanecer, es el que Lugones trasladó años después a las páginas de La Guerra Gaucha en el primer párrafo del capítulo final de su inmortal libro.
El relato nos muestra con crudeza lo que debieron pasar aquellos gauchos: “los chasques que corrían a pie avituallándose de coca; para la sed conocían ojos de agua ocultos y las raíces de yacen la suministraban; más la movilidad de aquel juego que demolía al español sin combatir”; y lo que debieron padecer por la falta de medios, como aquellas herraduras que no llegaban de Tucumán, o los caballos con “los lomos cavados de mataduras no sufrían ni las jergas; los corvejones plagados de alifafes se doblaban con dolorida impotencia. La falta de caballada, disponía de seiscientos animales, pero era tal su estado que no alcanzaban para montar ochenta hombres”.
Uno de los capítulos, “Carga”, describe un combate en el que las guerrillas gauchas arrasan el campamento de los realistas, utilizando caballos desbocados con fuego en sus colas, en “el chubasco de azotes, dos mil cuatrocientos cascos partieron, y entre silbos flagelantes y clamores que los insurrectos palmeándose la boca trocaban en ululatos, se precipitó la manada rajando la tierra, anudando en el boquete su torbellino”. Otro “Al rastro” recuerda a ese gaucho que va estudiando el terreno, mientras recuerda las coplas del carnaval que hablan del amor de dos jóvenes que se han conocido, romántico episodio que va contrastar en el relato cuando ese hombre conduce una carreta llena de pólvora, para hacerla explotar contra un batallón realista y luchando luego hasta perder la vida. El niño mensajero asesinado, o el cura que con el repique de las campanas enloquece a las partidas realistas.
El libro de Lugones sirvió de inspiración para la película homónima dirigida por Lucas Demare que se estrenó en 1942 y estuvo diecinueve semanas en cartel y se la consideró la más taquillera de su tiempo. La adaptación de la obra, estuvo a cargo de Homero Manzi y Ulises Petit de Murat, y según referencias de Homero Manzione -nieto del primero-, éste todas las noches visitaba algunos boliches, en los suburbios de Salta, y conversaba largamente con los lugareños. Tenía como objetivo, aún ya escrito el guion, reflejar con la mayor exactitud, modismos, costumbres y tradiciones, recogidas de la boca de esos gauchos, muchos descendientes de aquellos héroes anónimos de esa gesta conocida con La Guerra Gaucha, por la feliz inspiración de Leopoldo Lugones.
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