A los 78 años, la poetisa, cantora y recopiladora de la música autóctona no descansa en su afán de difundir la sabiduría que encierra la tradición oral.
Desentrañar el misterio que esconden bagualas, vidalas y tonadas tras su desnudez de ornamentos fue el motivo de su búsqueda.
Según Leda Valladares, los cantos de la tierra "sugieren un infinito sonoro que nos aplasta, una intemperie a la que el hombre está expuesto y que le hace preguntarse sobre su condición".
La resonancia que provocaron esas voces en su interior fue de tal intensidad que a los 78 años permanece enardecida por su vocación. Su sensibilidad se nutrió de la sabiduría de analfabetos que recogían sus experiencias en coplas, que la memoria se encargaba de trasladar en el tiempo.
"Yo me recuerdo en la infancia como oído y mirada sedientos... Veo pasar imponentes comparsas carnavalescas que venían de los ingenios. Grupos enormes llenaban la cuadra cantando las vidalas con cajas y silbatos. Los caciques y los diablos del conjunto desplegaban sus saltos y sus disfraces cubiertos de espejitos. Transportada como ellos, me sumaba a la comparsa", recuerda Leda en una publicación de la Universidad Nacional de Tucumán.
Su adolescencia fue marcada a fuego primero por Stravinski y después por el jazz y el grito negro.
"A los 20 años me subió la poesía como estallido verbal. Sentí la urgencia de escribir lo inconversable, las taquicardias y oquedades de la vida. En realidad quería sacarme la congestión de existir, pero la poesía escrita no saca nada, no libera, sino que aguza y uno puede estar escribiendo años con los mismos síntomas, con las mismas opulencias y carencias. El ser siempre insiste en agravarse", expresa con actitud retrospectiva.
Pero la vocación de Leda Valladares surgió en los Valles Calchaquíes, al ser despertada por unas bagualeras que se dirigían a caballo rumbo al carnaval.
"Esos modos de ulular sobre el planeta -explica- me hablaban de rituales profundos en los que el alma se funde con el universo. Supe entonces que un yacimiento de metafísica en bruto se levantaba en esas voces de los Valles Calchaquíes... Y con la baguala agazapada en la garganta, sin saber cómo fundirla conmigo, me fui a estudiar filosofía. Llegué a las humanidades buscando calmar un hervidero de vida, poesía y música. Sujetar esos torrentes y ordenarlos era mi necesidad inmediata."
Su viaje a Europa en 1948, su posterior paso por Venezuela, Costa Rica, Perú y Bolivia y su regreso al Viejo Continente fue un itinerario rico en experiencias que concluyó en la formación de un dúo con María Elena Walsh.
Durante varios años ambas probaron "el hechizo de nuestras canciones sobre públicos europeos". Al volver a la Argentina grabaron varios discos y recorrieron teatros hasta 1962, año en que sus caminos se bifurcaron.
Recorrido por el país
A partir de entonces, Leda comenzó a repensar el canto urbano, "todos los cerrojos que la estética musical de Occidente le puso a la garganta del hombre". Con la claridad que caracteriza a una epifanía, ella descubrió una dirección para encaminar su torrente emocional e intelectual.
Definió su misión como un rescate. Se lanzó a recorrer las provincias en busca de los cantos que, lejos de extinguirse, perduran gracias a que la tradición oral les otorga inmortalidad.
Con la urgencia de producir discos documentales recorrió aquellos pueblos donde los ritos del carnaval se mantienen vivos, sin contar con ayuda oficial. Su única herramienta fue un modesto grabador, en el que invirtió todos sus ahorros.
Las voces de la tierra le demostraron "un vigor tan salvaje que a nosotros, seres desvalidos frente a la naturaleza, nos resulta casi agresivo. Un nudismo de alma desgarrada que nos arrasa".
En parajes solitarios, Leda fue deslumbrada por "un arte sin ornamentos, con sólo lo necesario para que el volcán haga la más libre de las erupciones. Un canto orgánico, en el que sólo interviene la voz con todas sus posibilidades: del alarido al susurro, del quejido al falsete".
Fruto de esta experiencia, ella insiste en el contraste entre la música rural y la urbana, entre la composición autodidáctica y la sujeta a "la conscripción de las fusas", que promueven los conservatorios.
Leda reniega de los que anteponen la técnica a la expresión, e incluso se refiere a la soberbia que impide comprender que "una baguala y una chacarera son productos de siglos, que en sí mismas son mundos suficientes, que no necesitan aportes; que la poesía folklórica no es pobre, sino que ha logrado decir lo máximo con el mínimo de elementos, con una claridad meridiana y una enorme agilidad...
"En el canto milenario emergen los subsuelos, los pozos y las grietas, todas las texturas del ser y por ellos descubrimos lo que el canto de ciudad encubre y desvía", comenta.
El material recogido en esos años se transformó finalmente en discos documentales, que hoy vuelven a ser editados por Melopea y el Centro Cultural Ricardo Rojas, para lograr una serie denominada "Mapa Musical de la Argentina".
Tucumán y la quebrada de Humahuaca fueron los escenarios elegidos para lanzar al mercado este proyecto.
"La música popular está llena de misterio, no hay dos personas que canten igual. A través de esas voces es factible percibir que el pueblo analfabeto contiene el repertorio folklórico de América en su garganta", explica Leda.
Entre los principales protagonistas de esa obra se cuentan Anastasio Quiroga -un pastor de cabras de Jujuy, que tocaba instrumentos de viento que él mismo confeccionaba- y Gerónima Sequeira, una tucumana que aseguraba "cantar para despedir penas y soledades".
Una sólida formación
Mientras descubría la producción musical de diferentes regiones, Leda empezó a leer las investigaciones de Carlos Vega y de Isabel Aretz, que crecían en el conocimiento científico mientras ella "desarrollaba el oído".
Así evitó asistir a un conservatorio, donde temía que le "petrificaran el oído".
Su prolífica trayectoria no se agotó allí. También trabajó como asesora musical de veinte películas sobre rituales y artesanías indígenas, que dirigió Jorge Prelorán, y publicó un disco con poemas y baladas. Al volver a Buenos Aires se dedicó a la enseñanza del canto con caja y reanudó las presentaciones teatrales.
Muchos años después de ese largo recorrido, Leda da rienda suelta a su vocación docente en el Centro Cultural Ricardo Rojas. "Allí los chicos se enamoran de este canto que no es erudito, sino puro instinto, que arrastra una herencia de siglos y dista mucho de los "bodrios" que se aprenden en las escuelas", comenta.
Cuando se le pregunta sobre los proyectos por venir, ella afirma desconocer qué le deparará el destino y expresa con ilusión: "Cuando era joven viajé lo más que pude, pero me gustaría volver a los mismos lugares para encontrar a las nuevas generaciones".
Claro que en ella, la juventud no quedó atrapada en el pasado y la avidez por difundir la sabiduría que contiene la tradición oral se acrecienta con los años.
Canciones infantiles, música para obras de teatro y ciclos televisivos, audiovisuales, videos y libros de poemas son algunas de sus obras. Sintetizar su producción en pocas líneas es imposible, pero basta mencionar que fue directora del Fondo Nacional de las Artes y que se ganó el título de miembro honoraria de la Unesco y de la Sociedad Argentina de Escritores, para percibir cuán fructífera fue su vocación.
Fiel a sí misma, Leda concluye: "Desde chica he tenido una sola manía: oír la vida, amarla o temerle a partir de su sonido".
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