Angelita Pons, agricultora de 170 hectáreas de Pozo del Molle, en el sudeste cordobés, anda con el alma rota. Por enésima vez en los últimos cuatro años su campo volvió a llenarse de agua. Pero no es ésta la razón de tanta pena: acaba de decirle a su hija que ya no podrá alquilar un departamento en Córdoba para que siga estudiando. Toda una vida de sacrificios junto a su marido tirada por la borda ante un escenario de máxima incertidumbre.
El interrogante de Angelita Pons es el mismo que sobrevuela no en miles, sino en millones de hectáreas de Córdoba y Santa Fe, a las que se debe agregar ahora las del noroeste bonaerense: ¿cuánto tiempo se pueden sostener en pie explotaciones que en los últimos años perdieron cosechas, pasturas, pariciones o litros de leche?, ¿pueden ser viables económicamente regiones que ante el menor milimetraje de lluvia se inundan o quedan aisladas? La respuesta desapasionada es no. Máxime si se tiene en cuenta que en los últimos años el problema en lugar de disminuir o controlarse se está agravando. No por nada la frase que más se repite después de cada inundación es: "nunca vi tanta agua en mi vida". Una lluvia en enero de 80 milímetros, que históricamente era como ganarse la lotería, ahora es suficiente para convertir estos campos en pequeños océanos.
La angustia que está pasando la familia Pons es la que no registran los números de las estadísticas, pero se puede multiplicar en miles de casos a lo largo de la pampa húmeda que sufren el mismo combo explosivo: las inclemencias climáticas y los desarreglos o falta de arreglos de los gobiernos provinciales y nacionales.
Lo cierto es que el clima viene poniendo en jaque tras jaque a la producción de granos, carne o leche de la pampa húmeda. El tradicional riesgo por producir a cielo abierto está creciendo en forma exponencial. Esto agrava la situación financiera de los productores, cuya gran mayoría no es sujeto de crédito. La casi inexistencia de garantías prendarias deja fuera del sistema a los arrendatarios, responsables de buena parte de la superficie sembrada. Se trabaja con apenas una fina malla de contención.
Claro, controlar el riesgo productivo es una operación compleja teniendo en cuenta que el calentamiento global volvió extremo lo que hasta el momento era un clima benigno. Hay que partir de la base que hay muy poco por hacer cuando del cielo cae una bomba de agua como los 315 milímetros que se descolgaron en Pueblo Esther, Santa Fe, por sólo mencionar una de las tantas que cayeron el domingo pasado. Lo extremo del clima también se está expresando en la sucesión de tornados, las mangas de piedra de gran extensión o la sequía que tiene en vilo a todo el sudoeste bonaerense.
La respuesta a este fenómeno que dieron los productores en las distintas reuniones que mantuvieron en la semana en Santa Fe con el ministro de Agroindustria, Riccardo Buryaile, y el gobernador de Santa Fe, Miguel Lifschitz es que no quieren correrla de atrás con subsidios o emergencias sino con obras. "Usted es un buen gobernador, pero no tiene equipo", le llegaron a decir a Lifschitz. Días después le pidió la renuncia al secretario de Recursos Hídricos, Roberto Porta. El gobierno nacional dejó al desnudo que no financia obras hídricas en Santa Fe "porque no presentó ningún proyecto". Como contrapartida en Córdoba, que mantiene una gran asignatura pendiente en frenar el agua de las sierras que inunda los mejores campos, se están ejecutando once proyectos por más de 200 millones de pesos en la cuenca del Carcarañá. Al norte de ésta, en la cuenca de Vila Cululu, del que forman parte los departamentos San Justo (Córdoba), Castellanos y Las Colonias (Santa Fe), que produce casi el 40% de la leche nacional, la inoperancia es absoluta. Cero plan. Cero obras. Que es lo mismo que jugar con fuego porque las inundaciones le están por dar un jaque mate a los tambos de la cuenca.
El cortoplacismo crónico de la dirigencia política, incapaz de prevenir los acontecimientos, ya se cobró demasiadas víctimas en la producción. Ahora, la región espera que se activen obras dentro un plan integral.
Por último, y ante circunstancias tan complicadas, vale también la pena recordar que el mundo sigue ávido de alimentos. Tal como lo probó la delegación de grandes compradores de aceite de soja de la India que visitó la semana pasada el complejo industrial rosarino. El principal cliente argentino en este rubro dejó como mensaje que están para incrementar los negocios.
¡Vale la pena seguir apostando, Angelita!