La correspondencia privada ofrece interesantes aspectos de la vida cotidiana de su tiempo, y revela facetas que ponen de relieve a veces miserias y otras la generosidad y preocupación de la gente. El archivo de un estanciero santafesino a sus encargados o relaciones, donde no faltan amonestaciones, revela la preocupación desde Buenos Aires por la salud de su personal.
En una carta al comandante Juan San Martín del 16 octubre de 1873 le manifiesta su inquietud por estar toda esa familia enferma de viruela, le aconseja seguir las instrucciones del médico, y especialmente las medidas de higiene y cómo tratar los alimentos y el agua. En algún momento demuestra el pánico que el solo nombre del mal producía en la gente, y el tremendo final de los enfermos narrado crudamente en el Martín Fierro, cuando la muerte del sargento Cruz.
En noviembre de 1886 nuevamente el cólera volvió a azotar Buenos Aires, el recuerdo de la epidemia de casi dos décadas atrás, que había costado tantas vidas, fue motivo de especial cuidado por parte de la población. El nuevo flagelo de vastas proporciones atacó diversos puntos del país y las Comisiones de Higiene y los médicos fueron puestos a prueba. Buenos Aires, Rosario fueron centros en los que el mal se hizo sentir, lo mismo que en Mendoza, donde su puso en evidencia el cinismo político, el avasallamiento provincial, como bien lo señaló en un artículo María Cristina Seghesso de López.
El estanciero preocupado por lo que se vivía en Buenos Aires y mucho más anoticiado de lo que sucedía en Rosario donde con una población de casi 50.000 almas se registraron 1156 defunciones, le escribió al nuevo mayordomo de la estancia Honorato Paz en diciembre de 1886 avisándole que la correspondencia le llegaba con muchas interrupciones, si es que alguna había recibido porque “con motivo del cólera todo anda revuelto”. Además, habían descubierto un cartero que aprovechando la confusión robaba las cartas, “cuando no encontraba dinero, se quedaba con los sellos”.
En esas líneas muy interesantes le apuntó: “Le recomiendo mucho cuidado en los alimentos a Ud. y Visitación, y que los hagan guardar a toda la gente. El agua que se bebe, debe cocerse en un caldero. Después de cocida se pone dentro del pozo para que se enfríe. Repito que el beber agua sin haber sido antes cocida es peligroso”. Como advertencia, ante cualquier descuido del personal agregaba: “Por fin hasta que pase esta enfermedad es preciso ser precavido, porque está probado que el cólera busca a la persona sucia y descuidada”.
Después de seguir con instrucciones sobre las tareas rurales, vuelve “a propósito del mismo asunto del cólera. Si sigue por las colonias linderas, no admita gente a dormir de noche, pues el pasajero o pasajeros que viene de un foco puede venir inoculado y trasmitir la peste. Las prevenciones no están de más. Por aquí sigue aumentando. ¡Quiera Dios, alejar este peligro cuanto antes!”
Estas cartas nos permiten conocer las medidas que se tomaban en la campaña, cuando terribles epidemias asolaban estas tierras, y la preocupación de los patrones por la salud de esa gente que consideraba parte de su propia familia.
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