Era una pelea simulada con facones, en la que los contrincantes no se dañaban
Maestros en el manejo del cuchillo, pero especialmente del facón -cuchillo grande, recto, puntiagudo, con guardia y, en general, doble filo-, nuestros gauchos supieron hacer de él no solamente un instrumento de trabajo y una eficiente arma de pelea sino también una herramienta fascinante para lucirse en ese espectáculo tan propiamente gaucho que es la visteada o visteo.
Costumbre tradicional, no faltaban en las estancias ni en las fiestas camperas gauchos bien diestros y dispuestos a dar siempre una exhibición de sus habilidades en el arte del visteo, arte que, en el campo, se solía aprender desde la niñez, casi como un juego, una pelea simulada entre dos contendientes y que, a temprana edad se practicaba sea con las manos vacías, sea con cuchillos de palo, sea "a dedo tiznao" con el objeto de marcar, de esta forma, la cara del contrincante.
Algo más serio
Naturalmente, con el tiempo y ya crecidos, las destrezas adquiridas se ejecutaban ya con facón y la cosa venía a ser más seria porque, aunque improbable, puesto que con tantas habilidades no era fácil aquello de ocasionarse heridas; en algunas ocasiones los visteadotes podían resultar lastimados con algún corte de poco calibre, situación desafortunada pues, como se ha dicho, se trataba de un alarde de las dotes personales puestas en despertar la admiración de los espectadores mediante una suerte de esgrima criolla que nunca había de guardar intención de hacer daño.
No sólo se han destacado excelentes visteadotes entre los gauchos sino también en personas de calidad, tal el caso de Nicanor Gigena, estanciero que había cobrado fama de ser casi invencible pues manejaba un "tiro" especial consistente en herir la muñeca del "adversario" cosa de hacerle soltar el arma y dejarlo vencido.
Famosa fue, sin duda, la visteada que protagonizaran en la Feria de Ávila, Julián Andrade, compañero inseparable de Juan Moreira, al punto que lo acompañaba la noche en que le dieron muerte en la localidad bonaerense de Lobos, contra Rosa Ávila, asombrosamente, una mujer de la familia propietaria del lugar. Para mayor curiosidad, el juez, en aquella ocasión, no fue otro que Pacomio Ávila, hermano de la contrincante, quien, a pesar del vínculo de sangre, no pudo darle el triunfo y tuvo que fallar a favor del gaucho.
Costumbre gaucha que, tal vez se esté perdiendo, la práctica de la visteada, más allá de las oportunas exhibiciones, tenía como principal objetivo el adquirir destreza en el manejo del facón para los casos de peleas y entreveros, pues ya lo tiene advertido nuestro Martín Fierro cuando dice: "Las armas son necesarias / aunque naides sabe cuándo", o bien, "sin más amparo que el cielo / ni otro amigo que el facón".
Sí, el facón, nunca el puñal, que para el gaucho es arma innoble, traicionera, propia del arrabal, arma de compadritos orilleros que solían llevar el puñal oculto en el bolsillo interior del saco para hacerlo brillar, de pronto, de modo sorpresivo y cobarde.
No así el facón que todo gaucho que se preciaba llevaba a la vista, sujeto a la cintura, mentado, como bien señala Ciro Bayo, como "el sexto dedo", dadas sus múltiples utilidades, ya que el hombre de campo cortaba con él el pan, carneaba la res y abría un alambrado.
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