Ambas formas musicales y poéticas, a las que se las suele confundir, tienen marcadas diferencias entre sí
Las relaciones lingüísticas entre el español y los idiomas aborígenes muestran sus frutos en muchos vocablos. Si bien prevalece el influjo de la lengua dominante, es frecuente hallar huellas de aquellos. En el Noroeste se registran algunas construcciones que bien vienen a cuento: sabemos, por ejemplo, que el morfema posesivo quechua "i" o "y" se pospone a vocablos españoles cuando se quiere enfatizar lo expresivo. Tales son los casos de los vocativos "viday" (mi vida), "viditay" (mi vidita), "viditillay" (mi vidilla) o "palomitay" (mi palomita).
A su vez, el sufijo quechua "la" se une tanto a nominativos como a adjetivos para formar diminutivos de gran carga afectiva. Una de esas hibridizaciones es reconocible en las voces "vidala" y "vidalita", términos que son parte de textos poéticos de canciones y danzas, cuya acentuación varía según las regiones: es aguda en el Noroeste por influencia del quechua altoperuano y grave más al Sur, por influjo del quichua santiagueño.
La vidalita es una forma musical no danzable característica del folclore argentino y uruguayo, tal vez emparentada con la vidala, con la que a menudo es confundida, pero la segunda tiene más obvias raíces quechuas.
Cree Wilkes que la vidala desciende del "yarahué", al que asimismo se vincula el "yaraví", de tono sentimental, mientras que la vidalita pampeana no sería de origen andino sino deudora de una melodía zaragozana. Lo cierto es que la vidala y la vidalita no son la misma cosa y Carlos Vega marcó bien las diferencias tanto en los textos como en la composición musical. En la vidala, dice, los versos son octosílabos y responden a un pie rítmico de una nota breve y otra larga. En cambio, la vidalita responde a un pie rítmico de dos notas breves y una larga; es más lenta que la vidala, sus versos tienden a ser amorosos, tanto tristes, cuando hablan de penas y desengaños, como alegres, pero aun así, acompañados de una música triste. Se caracterizan por intercalar la expresión "vidalitá" o "vidalitáy", acentuada en la última sílaba.
En cambio, la vidala es una forma cantable que se acompaña generalmente con caja o tambor, en tanto la guitarra, que puede no estar, acompaña sólo con acordes arpegiados o rasgueados. Se trata de una de las más bellas canciones folklóricas argentinas, nutrida, musicalmente, por un antiguo modo andino en cuanto a lo tonal, con claras influencias europeas, perceptibles en los elementos poéticos, coplas, estribillos y motes.
La vidala suele expresar sentimientos más hondo, más trágico, que la vidalita; se asemeja a la baguala pero tiene mayor riqueza musical y poética.
La vidalita prosperó en el Litoral y en el centro del país. Su canto se acompaña con guitarra y en su aspecto musical, presenta giros semejantes a los de los "Tonos" tucumanos y de los tristes del Alto Perú, cuyo nombre también se le aplica, a veces. Lo merece, sin duda, con harta justicia: "En mis pagos hay un árbol / que del olvido se llama, / al que van a despenarse, vidalitay, / los moribundos del alma".
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