En la década del 30 el mundo recibió el impacto del crack de la Bolsa de Nueva York y los precios de los granos se derrumbaron. Fueron años complicados, pero hacia 1933 los precios ya estaban en los niveles de la década del 20 y en los años 1936-1937 hubo un nuevo récord para el país gracias a una tremenda sequía en Estados Unidos.
Entre 1934 y 1938, antes del comienzo de la 2da Guerra Mundial, la Argentina tenía volúmenes de exportación dignos de una primera potencia mundial: 19% del mercado mundial de trigo, 64% de maíz, 10% de centeno, 12% de cebada y 41% de avena. Exportamos en dicho periodo el 33% del grano que se movió por el planeta.
Luego llegó la 2da Guerra Mundial -1939/1945- y el mercado de granos se vino abajo. Dos datos lo evidencian a nivel nacional: en 1942 entraron al puerto de Buenos Aires la mitad de los barcos que en el promedio de 1934 y 1938 y las toneladas exportadas se redujeron en un 70%.
Terminada la 2da Guerra Mundial, podríamos haber pensado que se iban a recuperar los mercados y volveríamos a ser potencia, pero eso no pasó. Nunca volvería a ser como antes. De hecho, nuestras exportaciones de cereales a Europa descendieron tanto que hacia la década del 80 eran casi inexistentes.
Una de las aristas que explican el decrecimiento fue el arribo tardío de la Revolución Verde. Se estima que los avances tecnológicos que potenciaron la producción agrícola llegaron a la Argentina entre 10 y 15 años más tarde. La otra arista, tal vez la que más marcó nuestro destino, fueron las inconvenientes decisiones políticas de la época.
A pesar de las inconveniencias, la Argentina tuvo una segunda oportunidad que vino de "afuera" y nos hizo volver a tener un rol protagónico. A partir de los años 80, la reconfiguración del sector agrícola mundial hizo que la soja, y sus derivados, empiecen a tomar el protagonismo que vemos en la actualidad.
El aprendizaje que nos deja la revisión histórica es que en la década del 40 y el 50 perdimos la gran oportunidad de ser una de las góndolas más atractivas del gran supermercado del mundo por una combinación de malas políticas y haberle dado la espalda a la innovación tecnológica.
En 2021 vale la pena pensar cómo cambió la sociedad, en especial su forma de alimentarse y comunicarse, para luego poder definir qué rol queremos aspirar a tener en un mundo que parece ya no tener fronteras. Y con fronteras no hacemos referencia a líneas que limitan países sino al conocimiento, a la comunicación, a la forma que tenemos de interactuar como humanidad. Esto también atraviesa, por su puesto, a la forma de producir alimentos.
Para dimensionar la gran cantidad de información que corre por el planeta en nuestros tiempos, se estima que, en 2025, vamos a generar, por día, 93 veces más información que en toda la historia de la humanidad hasta el 2003.
En un mundo hiperconectado generador masivo de datos, quien perfeccione la habilidad de interpretarlos será quien lidere mercados, industrias, estándares y niveles de eficiencia: La innovación tecnológica del presente y del futuro es la de la gestión de los datos. Si lo negamos, probablemente erremos el camino de nuevo.
Si recorremos un breve análisis de nuestros desaciertos del siglo XX y marcamos el hito del desembarco tardío de la Revolución Verde, nos preguntamos: ¿podemos pretender ser protagonistas si nos volvemos a quedar atrás 15 años en algún avance tecnológico? ¿Tendremos una nueva oportunidad?
El mundo hiperconectado
Al 2021 llegamos con dos guerras mundiales a cuestas, donde la producción agropecuaria se vio signada por la destrucción y recomposición de mercados y donde dejamos de ser el granero del mundo. No porque no hayamos querido, sino porque no nos dio el piné colectivo para volver.
El lugar que nos tocó desde 1945 para acá, por decisión o por omisión, fue el de producir proteínas para producir alimentos. Hoy no es momento de echar culpas, hay que mirar para adelante. El mundo nos exige producir más porque la demanda, a diferencia del siglo anterior, parece no tener techo. Somos miles de millones en el planeta y vamos a ser muchos más en breve.
Para el 2050 se estima que seremos 9700 millones de habitantes, un 20% más que hoy. Si conectamos necesidad con avances tecnológicos que generan datos y nos desafían a interpretarlos, podemos asumir que la tecnología de la información puede ser central en este empujón que necesita el agro argentino para producir más con menos.
El punto clave en toda explotación agropecuaria actual parece ser "tomar la mejor decisión, con los menores recursos posibles, en el momento más oportuno". Para llegar hasta el punto de decisor con rigurosidad técnica es necesario procesar una inmensa cantidad de datos: hacerlo será posible únicamente si nos apoyamos en la tecnología que hoy ya existe en el mundo.
No debemos ir a inventar ninguna rueda. Según estudios del INTA, la agricultura de precisión "permite ahorrar hasta un 60% de los insumos y lograr un 80% más de control de malezas". En términos prácticos, por ejemplo, una forma de mirar la agricultura de precisión simplificándola es reconocer que no es más que una micro-computadora analizando millones de datos por segundo y tomando una decisión: aplicar o no aplicar el agroquímico en ese metro cuadrado del campo.
Tomar una decisión en el momento más oportuno, optimizar recursos, producir más con menos. Visto de esta manera se vuelve simple, pero es un cambio de paradigma inmenso en nuestra cultura de producción agrícola. El desafío parece tener múltiples aristas.
Por un lado, en nuestro país deben existir instituciones sólidas que inspiren confianza para que la agroindustria privada se enfoque en lo que sabe hacer: producir. Parece imposible pensar en invertir masivamente en paquetes tecnológicos cuando, por ejemplo, la principal preocupación cada vez que llueve es que no hay caminos para salir del campo.
Una segunda arista es la cultura del empresario agropecuario argentino, que debe aggiornarse para gestionar su empresa de una forma más corporativa y eficiente. También es difícil pensar en ser de punta cuando hay productores que hoy en día ni siquiera saben a ciencia cierta cual es el nivel de rentabilidad de sus unidades de negocio. Hay que convertir a los productores agropecuarios en empresarios agropecuarios, gerentes de sus propias empresas.
La tercera arista es el talento joven, quienes serán los grandes artífices de bajar a tierra en cada rincón del país esta revolución tecnológica. Las generaciones que nacieron con un smartphone en el bolsillo serán el futuro de nuestro sector y será responsabilidad de los mayores el poder transmitirles toda su experiencia para que estos continúen engrandeciendo el sector agropecuario nacional.
Las computadoras con alto nivel de procesamiento de datos y el crecimiento sostenido de la población mundial nos empujan, por necesidad y obligación, a darnos la oportunidad de promover un salto cualitativo y cuantitativo en la producción de alimentos.
Todo indica que el mundo nos necesita y que nosotros tenemos la oportunidad, otra vez, de trazar un camino a partir de estos elementos o errar de nuevo la huella, como pasó en los años 40. A partir de aquí, solo nos queda ponernos de acuerdo para elegir qué camino tomar. Ojalá tengamos la hidalguía de ir por la huella del progreso, la disminución de la pobreza y la construcción de oportunidades.
El autor es licenciado en administración agropecuaria y socio en Grupo Cencerro
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