Es necesario un cambio cultural en la comercializaciónpara asegurar rentas sin tomar riesgos desmedidos
"¿Qué pensás de la soja?" Si bien la producción agrícola argentina no es exclusivamente de esta oleaginosa, sí es el cultivo que mayor volumen representa y, también, el que el productor suele guardar, en buena medida, como moneda de cambio, razón por la cual su interés siempre está centrado en saber qué pensamos sobre ella y sobre sus precios quienes estamos a diario en contacto con la operatoria del mercado de granos.
Pero así como está claro que la soja no es una monea de curso legal, cabe preguntarse por qué se usa un producto terminado -es materia prima para la industria, pero para el productor es su producto final- como reserva de valor o como moneda para afrontar determinadas obligaciones.
Si bien ya no soy un niño, al hablar con productores que tiene 20 o 30 años más que yo, llego a la conclusión que una fuerte razón por la que no se vende parte de la producción es porque a lo largo de la historia argentina hemos pasado varias veces por procesos inflacionarios, donde la mejor opción era guardar bienes, en su momento trigo o maíz, y hoy, fundamentalmente soja.
Claro que algunas condiciones se han modificado. En la época de la híper inflación de Raúl Alfonsín el chacarero no tenía internet, ni era tan fácil acceder a herramientas financieras que los protegiesen de la pérdida constante del valor de la moneda como sí las tenemos hoy o era mucho más complejo en el interior comprar dólares de lo que lo era en la city porteña. Hoy eso ya no sucede, pero de todas formas, muchos optan por no vender y esperar.
En la coyuntura reciente, las trabas impuestas al comercio de maíz y de trigo hasta fines de 2015 generaban una distorsión en sus cotizaciones. La soja, pese a la fuerte carga impositiva no tenía restricciones comerciales y ello permitía que a diario las pizarras locales reflejaran lo que sucedía en el mercado internacional y que todos los días hubiese compradores interesados. Pero no se podían comprar dólares libremente para resguardar el fruto de las ventas y, entonces, a la soja se la preservaba como una reserva de dólares. Eso hoy también cambió, pero igualmente muchos optan por no vender y esperar.
¿Esperar qué? Independientemente de la opinión cargada de subjetividad que cualquier participe del mercado tenga o de la que yo pueda aportar, buena parte de las decisiones de venta se basan sólo en cubrir necesidades financieras de corto o, a lo sumo, de mediano plazo.
Claramente, lo que le falta a buena parte del sector es tener objetivos de precio y de renta. Si bien se elaboran planillas de excel que "cierran" con X cantidad de quintales por hectárea de rinde y con X cantidad de dólares por tonelada, sus propios creadores suelen ser renuentes a vender grandes porcentajes de grano previo a la cosecha por temor a un fracaso productivo. Inexplicablemente, una vez superada la etapa de cosecha y con el volumen productivo definido, aunque el precio iguale o supere el valor utilizado en ese excel que cerraba, tampoco venden.
Con esta idea en mente hice un pequeño experimento. En agosto pasado, en una reunión con productores a quienes conozco de años y que esperaban mi llegada para preguntarme qué pensaba de la soja decidí intentar un cambio de roles y que ellos me explicaran por qué no vendían su producción. En ese entonces, la oleaginosa rondaba los $ 4200 (unos US$ 285 por tonelada) y además se podían concretar operaciones futuras en niveles de 295 a 300 dólares. En la zona en cuestión, los rindes y la calidad habían sido excelentes y los cálculos iniciales se habían hecho con 225/230 dólares. Los porcentajes de venta al momento iban del 8 al 60%.
No supieron qué contestar. No sabían qué esperaban y ni siquiera asumían que esa inacción implicaba una posición alcista. Mucho menos asumían que no vender equivalía a apostar a un pleno la excelente renta de un muy buen año para el negocio agrícola, que en los últimos años distó mucho de ser brillante.
Considero que es fundamental un cambio cultural en este sentido. A lo largo de los años hubo una revolución productiva; un cambio sustancial en el sector agrícola, donde muchos mutaron de chacarero a la figura del productor que emprende, que administra y que se atreve a los cambios, pero aún falta apuntar a plantear objetivos de renta y a su consiguiente complimiento, tal como ocurre en las grandes empresas agropecuarias o en la mayoría de las compañías de cualquier otro sector, donde se plantean escenarios, se aseguran rentas y donde se proyecta a largo plazo, sin tomar el riesgo desmedido de jugarse a matar o morir en la última bola de la ruleta.
El autor es analista de mercados
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