La figura de don Antonio de Carvajal y Saravia seguramente no llamará la atención a los lectores. Don Fernando Morales Guiñazú, en su obra “Corregidores y subdelegado de Cuyo”, nos dice que nació en Mendoza en el hogar de don Alonso de Campofrío de Carvajal y de su primera esposa Leocadia de Quincoses y Martínez de Busturrias.
Sabemos que tuvo una destacada actuación en Chile, fue capitán de un batallón en la ciudad de Santiago, corregidor del partido de Colchagua, y pasó al socorro de Valparaíso cuando el pirata inglés Hawkins atacó la ciudad. Pasó posteriormente a su ciudad natal donde el 1ro. de febrero de 1680 presentó al Cabildo su nombramiento por el capitán general Juan Henríquez como lugarteniente de capitán general y Justicia mayor de la provincia de Cuyo, cargo que ocupó hasta 1683. Continuó su carrera militar en Chile, se avecindó en Santiago donde ejerció cargos en el Cabildo local. Murió como maestre de campo en una fecha que no pudimos encontrar.
Antes de ocupar los empleos mencionados, fue protagonista de un episodio que no exageramos al decir que fue una proeza. Es bien conocido el peligro que significaba salir a más de 10 leguas de la ciudad de Buenos Aires. En 1660 se debió organizar una expedición sobre los pampas del centro de la provincia porque habían asaltado una tropa que iba camino a Mendoza, asesinado a los conductores y robado todo el ganado.
Carvajal, vecino de Chile, estaba en Buenos Aires en noviembre de 1663 estudiando la forma de llevar a cabo su proyecto. Contrató como mayordomo de la tropa que debía trasladar el ganado vacuno a través de la cordillera, a Manuel González de Ybarra, incluyendo además la hacienda que estaba en invernada en Mendoza. El trabajo duraba dos años y la retribución por dicha tarea era de 300 pesos de a ocho reales. Para que nada quedara al azar se hizo una escritura ante el notario del Cabildo y de la ciudad don Juan de Reluz y Huerta, que hacía poco había llegado a Buenos Aires a ejercer ese empleo.
En febrero del año siguiente Carvajal arregló con los hacendados porteños la entrega de dos formas de la hacienda, en un caso recibía un número determinado de cabezas y se comprometía a entregar esa cantidad en destino, pagándole el flete en efectivo. Por la otra reconocía haber recibido un número de cabezas y se comprometía por su cuenta y riesgo llevarlas a destino una parte, quedándose con el resto en retribución a sus trabajos y gastos.
La entrega debía realizarse en marzo de 1665, aprovechando la época en que se puede pasar la cordillera sin inconvenientes. Llegado el ganado a destino se lo dejaba invernando en el valle de Uco, donde contaba con buenas pasturas, para cruzar por el Paso de Portillo. Finalmente la entrega debía hacerse en las riberas del Río de Maipo.
Lo sorprendente del arreo que según las escrituras que se conservan en el Archivo General de la Nación, es que llevaba 14.000 vacunos. Si tenemos en cuenta que cada 200 o 300 cabezas se necesitaba un resero, sin contar los caballos para recambio, no debía bajar de 50 hombres los que se dedicaban a esta tarea, un mayordomo general, algunos ayudantes, y de las carretas para llevar los víveres y las personas para cocinar al personal; más algunos que debían vigilar por las noches bien podían llegar a cien personas.
Todo ello recorriendo más de mil kilómetros, en medio del desierto con la amenaza del ataque de los indios, las posibles sequías, heladas, o calores sofocantes, y el cruzar el macizo andino, donde seguramente muchos animales y quizás también algunos de los reseros terminaron sus días en el fondo de un barranco; es que este arreo cobra relieves de proeza.
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