Es una vieja estancia La Ramona, ahí por el taco de Santa Fe. Típica estancia argentina, casa centenaria, arboleda frondosa: una especie en extinción. Y un paisaje vinculado a la historia. Allá al frente, la provincia de Buenos Aires y el camino por donde Mitre llevó sus tropas a Pavón. Al fondo la manchita del bicentenario ombú donde Rosas hizo fusilar al gobernador Cullen. A la izquierda, la arboleda del Oratorio Morante, donde enterraron los muertos de Pavón y antes los de combates entre criollos e indios, y donde antes aún oró el general Belgrano ante su Virgen. Y una pequeña historia propia de la estancia, originada en una merced de Rosas después de la Vuelta de Obligado.
Quizá por ese parentesco espiritual, La Ramona un buen día se hizo sede de la reunión previa a cada cruce de los Andes a lomo de mula, que organiza todos los años y ya por vigésima vez la Asociación Sanmartiniana Cuna de la Bandera, de Rosario. Alguna vez también fue locación de la película Yo crucé los Andes y en cada primavera florece con las carpas multicolores que instalan los expedicionarios llegados de todo el país.
Ya formaron un amplio círculo sobre el pasto, y con los sones de "Aurora" entonados con emoción la bandera argentina sube por una caña alta. Después hombres y mujeres se van presentando y cada uno cuenta los motivos que los llevan a esa travesía histórica, sus deseos y esperanzas. Va cayendo la tarde. En la vasta pampa, tan lejos de la Cordillera, el jefe de la asociación les habla mientras el sol se oculta místicamente. Les habla de aquellos soldados gauchos que cruzaron los Andes con tanto esfuerzo para combatir y hacer la patria, cuya hazaña pretenden evocar. Y del ejemplo de aquel hombre único. El sol se pone y compara sus últimos rayos con el ocaso glorioso del héroe.
A la noche antes de una comida rústica, alguna película sobre el Cruce en el patio enrejado de la casa y después fogón con cantos y bailes bajo las estrellas.
Con la vuelta del sol suena un clarín. Mate cocido para todos. Se forman grupos, según los recorridos que cumplirán. Los Patos por acá, Uspallata por allá. Los jefes de pasos dan explicaciones y responden preguntas. Después, los caballos. Algunos nunca han montado, pero igual se animan. A ver los valientes y los no tanto, ahí te quiero ver y tengan en cuenta que las mulas son más peligrosas. Mientras, los esforzados caminantes, los que harán la travesía a pie, salen bajo el sol. La soleada mañana presagia las del Cruce, allá entre las moles de piedra, por los áridos senderos de Mendoza y San Juan que recorrió hace dos siglos el ejército de San Martín. Al mediodía, la misa bajo los árboles que celebra el buen párroco del pueblo de J. B. Molina.
Mientras, la carne se fue dorando y se van cubriendo las largas mesas. Creció la camaradería y el ambiente se alegró con el asado y el vino. Algún payador, algún concurso y unas pocas palabras de despedida. Hasta el Cruce. En una ocasión, el general San Martín, magníficamente representado, "apareció" montado en su caballo y lanzó una arenga final.
Baja la bandera con la "Marcha de San Lorenzo" cantada a coro y después de unos últimos mates los expedicionarios se van yendo. La vieja estancia va quedándose silenciosa después de tanto ajetreo. Solo zorzales y mugidos lejanos.
Pero el Cruce ya se forjó y está en marcha. Y en la llanura infinita se imagina al fondo la inmensa Cordillera.
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