Esta expresión musical mantiene su vigencia desde principios de 1800.
En diferentes épocas y geografías el ser humano sintió la necesidad de la improvisación poética expresada con música.
Encontramos este arte entre los pastores griegos, los trovadores provenzales, los romancistas españoles y los aborígenes americanos, que siguen improvisando hasta hoy a raíz de un suceso que les causa profunda emoción. Una revelación, un descubrimiento relacionado con el hombre o la naturaleza se registra en pueblos como los mapuches del sur argentino o los kadiwéu de Brasil. También se da el caso de improvisaciones bilingües, frecuentes entre los payadores de Santiago del Estero, según Ricardo Rojas.
El payador del Río de la Plata viene de lejos, de muchos confines. El origen de la denominación es objeto de diversas hipótesis: el campesino español ha sido llamado "payo" en Castilla y "payés" en Cataluña. Pago es la aldea, paguiar, andar de pago en pago, y payador equivale a "paguiador". Los trovadores provenzales se llamaban "preyadores", los que ruegan a sus damas, voz similar a payadores. En idioma quichua "paclla" quiere decir campesino y en Chile se usa el término "pallador" que se supone derivado de aquél.
De gauderios a gauchos
El testimonio de un viajero entre 1771 y 1773 describe a los habitantes de las llanuras rioplatenses, que llevan una guitarrita para acompañar las coplas "que sacan de su cabeza y que regularmente ruedan sobre amores". También detalla a los improvisadores en la provincia de Tucumán, "que al son de la mal encordada y destemplada guitarrilla cantan y se echan unos a otros sus coplas, que más parecen pullas".
Concolocorvo muestra la extensión de estas modalidades, aunque se presume que los improvisadores habrían actuado por lo menos desde un siglo antes, porque cuando son observados ya tienen características propias.
La mención del instrumento musical coincide con los apuntes del natural pintados casi un siglo después por el ingeniero Carlos Enrique Pellegrini (1800-1875) en sus escenas de bailes campesinos.
Los payadores eran presentados con pequeñas guitarras, llamadas así para simplificar, que serían en realidad charangos, vihuelas o tiples; el charango tiene una caja sonora hecha con el caparazón del quirquincho, animal sobreviviente de antiguas especies autóctonas americanas.
No se trataría entonces de guitarras españolas, sino de "sus similares de cuerdas, adaptadas a las condiciones industriales o sociales del ambiente gauchesco", opina Ricardo Rojas.
Posteriormente se difunde el uso de la guitarra española entre los payadores, y como todo cambia, los improvisadores de hoy no frecuentan el tema de los amores, aunque sí las pullas; en todo caso, lo hacen en forma burlona y traviesa.
"Casi siempre hay una dama/ -bonita generalmente-/ que apenas me hago presente/ con un ademán me llama./ Pondera mi voz, mi fama,/ mi repertorio tan vasto,/ y al fin, desquitando el gasto/ de sus elogios bonitos,/ me encaja tres numeritos/ de la rifa del canasto", escribe el oriental Abel Soria en un compuesto titulado "Lindo oficio el de cantor". Allí narra sus aventuras y desventuras: "La industria no crece nada/ no hay cosechas abundantes/ y asigún los comerciantes/ la bocha viene cuadrada/ Pal´ que no está en la pomada/ cantar es un buen oficio,/ pues todo tiempo es propicio/ y hay fiestas continuamente,/ pero, desgraciadamente,/ todas son a beneficio".
Los payadores, además de improvisar, escriben versos meditados, los compuestos, que a veces son letras de canciones; primero se editaron en hojas sueltas, después en folletos y finalmente en cassettes y CD.
La improvisación se presenta en forma individual en contrapunto cuando se cruzan dos payadores, o en rueda, cuando varios cantores alternan sus improvisaciones.
El primer payador cuyo nombre se registra, entre tantos desconocidos, es el de un soldado que lucha contra las invasiones inglesas en 1806-1807 y en las campañas de la Independencia después de 1810, acompañando a Belgrano y San Martín. Se trata de Simón Méndez, llamado Guasquita, "famoso tocador de guitarra y mejor cantor de contrapunto".
Un capitán que viene con la expedición inglesa también observa en Buenos Aires la costumbre de improvisar: "Al pedírsele a cualquiera que toque la guitarra/ siempre la adaptará a estrofas improvisadas y convenientes, con gran facilidad".
Por otra parte los payadores actuales suelen evocar hechos históricos con datos de la tradición oral. Hoy como ayer, el arte de la improvisación cautiva y sorprende por su fresca espontaneidad, su relación con el pasado y el presente inmediato, y su comunicación directa con el público.
Versos según los tiempos
La historia de los payadores remonta sus comienzos a principios del siglo pasado. El primer payador cuyo nombre se registra es un soldado que lucha conta las invasiones inglesas en 1806-1807: Simón Méndez, apodado Guasquita.
Los contrastes de las payadas se muestran en épocas de paz, donde los payadores cantaron las alegrías y penas cotidianas; en tiempos de guerra, sus versos animaron las ideas patrióticas.
En el Río de la Plata, la forma poética preferida por los payadores fue el romance, composición breve con versos de ocho sílabas, una modalidad popular proveniente de España y extendida con muchas variantes en América.
En la literatura, el "género gauchesco" adopta ese estilo con el precursor Juan Baltazar Maciel, que celebra en un romancillo en 1777 el triunfo de Pedro de Cevallos, primer virrey del Río de la Plata, contra los portugueses que habían ocupado la Banda Oriental.
Esa obra comienza de esta manera: "Aquí me pongo acantar/ debajo de aquestas talas...".
Casi un siglo después, en 1872, el Martín Fierro, de José Hernández, máxima expresión del estilo payadoresco, tiene un comienzo similar: "Aquí me pongo a cantar/ al compás de la vigüela...".
Esta forma de iniciar el canto tiene sus raíces en la tradición oral y es patrimonio del cancionero popular de toda América latina.
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