"Y la pampa es un verde pañuelo/colgado del cielo,/tendido en el sol". Los versos pertenecen a El aguacero, de Cátulo Castillo y José González Castillo, estupendo poema que presenta el avance de la lenta carreta "sobre la triste extensión" azotada por la lluvia. Dejada Buenos Aires se abría la campaña y con ella la inmensidad. Días y días hacia las sierras y montañas. La geografía argentina así pintada no fue ajena al tango. La mención de dos obras instrumentales puede servir de inicio a estas columnas: "Región campera" (A. Bernstein) y "Aquellos tangos camperos" (H. Salgán).
En el célebre "La morocha" (E. Saborido-A. Villoldo), de 1905, la protagonista dice la alegría de ser aquella que brinda al paisano el cimarrón de la madrugada. "Soy la gentil compañera/del noble gaucho porteño", se define. Y así, el hombre de nuestra tierra y sus circunstancias quedaron para siempre en muchas letras del dos por cuatro. Una dramática obra, "A la luz del candil" (C. V. Geroni Flores-J. Navarrine), expone el accionar del gaucho forastero que ha asesinado a su mujer y su amigo traidor. Ni matrero, ni borracho, ni cuatrero: un "gaucho honrado" que expone ante el comisario de policía el doble homicidio, las "dos vainas" para el único facón: "Mi china fue malvada,/mi amigo era un sotreta;/cuando me fui a otro pago/me basureó la infiel".
Carlos Gardel y Manuel Romero hicieron "Tomo y obligo" (1931), tango donde el gaucho busca en la ebriedad el olvido de la mujer que le ha sido infiel. "Si los pastos conversaran, esta pampa le diría/de qué modo la quería con qué fiebre la adoré".
Pero si de llanuras se trata, una más que famosísima canción ha dejado la melancólica traza del amado suelo que se abandona: "Adiós, pampa mía" (M. Mores-F. Canaro-I. Pelay). "Me voy a tierras extrañas./Adiós, caminos que he recorrido,/ríos, montes y cañadas,/tapera donde he nacido". Más adelante, dice el poeta: "Al dejarte, pampa mía,/ojos y alma se me llenan/con el verde de tus pastos/y el temblor de las estrellas./Con el canto de tus vientos/y el sollozar de vihuelas/que me alegraron, a veces,/y otras me hicieron llorar".
También tuvo el tango su mirada al norte. "En Camino del Tucumán" (J. Razzano-C. Castillo), el conductor de la carreta tirada por bueyes barcinos llora la pérdida de la mujer amada: "Yo me quedé con sus trenzas/y ella llevó mi recuerdo/para que grite en las huellas/que van camino del Tucumán". Gauchos, pampa, soledad, vientos, pesados bueyes. No todo fue compadritos, callejones ni percantas en la historia del tango argentino.
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