Es increíble volver a ver por estos días la noticia proveniente de la Unión Europea buscando prohibir la utilización de glifosato en sus sistemas productivos y, de esta forma, tratando de sembrar un manto de duda e ilegalidad sobre los países que tienen autorizada su utilización.
Distintos trabajos y presentaciones de FAO, la Organización Mundial de la salud (OMS) y autoridades regulatorias de registros de fitosanitarios de los Estados Unidos y la Unión Europea desde 1993 a la fecha, han concluido con la autorización de su utilización en la agricultura, descartando problemas de toxicidad con una correcta utilización del producto, tanto que entra en la categoría toxicológica del Senasa como ¨banda verde¨ (productos de menor toxicidad).
Distintas organizaciones ecologistas fundamentalistas llegan al extremo de proponer la vuelta a la labranza convencional en la agricultura, confrontando así con quienes la realizan con siembra directa y controlan las malezas con fitosanitarios debidamente autorizados, entre los cuales se encuentra el glifosato.
Hay que recordarles a estas instituciones ecologistas que la degradación irreversible más severa en la utilización de los suelos por la agricultura es la erosión hídrica y eólica y que gracias a la utilización de siembra directa estos problemas se reducen entre un 70 y 90% dependiendo del tipo de suelo, clima y sistema productivo. En la Argentina, un 90% de la agricultura se hace en siembra directa y ello ha permitido reducir la erosión sensiblemente.
Es claro ver en la agricultura europea en algunas zonas, y es raro que estas organizaciones ecologistas no lo registren, suelos totalmente degradados por erosión que continúan con labranzas convencionales, incluso a favor de la pendiente del terreno, dosis de fertilizantes que cuadruplican las usadas por la agricultura argentina, severos problemas de escurrimiento de agua, sedimentación y contaminación superficial de cursos de agua confluyendo todo esto en valores importantes de emisiones de CO2 a la atmósfera.
La utilización de siembra directa y otras tecnologías ha permitido en la Argentina no solo reducir sensiblemente los problemas de erosión sino que, además, se produjeron mejoras en la eficiencia del uso del agua de lluvia para producir una tonelada de granos (mm de lluvia necesarios para producir una tonelada de granos), medidas por la Fundación Producir Conservando en Venado Tuerto de entre un 50-95% y, a la vez, el uso de estas tecnologías ha permitido una reducción sensible (70-80%) de emisiones de gases de efecto invernadero (CO2) por la menor utilización de combustibles fósiles al no realizar labranzas.
Las mejoras en el uso del agua y menores emisiones de CO2 varían por cultivos y se evaluaron entre 1985 y 2012.
En forma simultánea a toda esta discusión está claro que el aumento de la demanda mundial de alimentos para los próximos años será muy importante y que ese incremento se registrará en países emergentes densamente poblados, que crecen sostenidamente desde hace años y mejoran la calidad de alimentación de sus poblaciones (J. Llach FPC 2010).
Este aumento de la demanda debería promover un crecimiento de la producción mundial para los próximos años y ello no será sino a través de una mejora en los rendimientos de los cultivos.
Las nuevas tecnologías, la utilización de buenas prácticas agrícolas, la mejora en la eficiencia de uso de recursos escasos como el agua para producir alimentos, la reducción de los procesos irreversibles de degradación de suelos (erosión) y un aumento de producción amigable con el ambiente que disminuya emisiones de gases de efecto invernadero serán los desafíos de la producción de alimentos en los próximos años.
Todo esto habrá que hacerlo, además, en un marco de reducción de subsidios a la agricultura (la Unión Europea la que lidera el monto de los mismos) y de reducción de trabas, regulaciones, cuotas, barreras arancelarias y para arancelarias al comercio de productos agrícolas. Solo de esta forma países emergentes de bajos ingresos per cápita en muchos casos, podrán acceder a una mejor alimentación para sus habitantes.
Es bueno también que las organizaciones ecologistas tomen nota de los trabajos que muestran claramente que los mayores problemas de intoxicaciones por fitosanitarios ocurren por una mala utilización de los mismos y mayoritariamente se registran en los distintos usos en el hogar y no en la producción de alimentos.
El autor es coordinador de la Fundación Producir Conservando