El dato más importante del Censo Nacional Agropecuario (CNA) 2018, cuyos resultados provisorios se difundieron esta semana, no está en el número de explotaciones agropecuarias o si hay no concentración de la tierra. La novedad más importante es que se hizo y que se difundieron sus resultados.
Parece una obviedad, pero no lo es. El país está acostumbrado a romper el termómetro cuando le indica que la fiebre es alta. Muchas decisiones se toman por intuición, prejuicios o parámetros subjetivos en vez de basarse en datos precisos o contrastables de fuentes diversas. En este caso, el CNA es un insumo que proporciona información para elaborar lo que en la Argentina nunca existió: una política agropecuaria de largo plazo.
Es curioso, cada vez es más intenso el uso de datos para la toma de decisiones en la producción agropecuaria. En el campo se pasó en pocos años de los viejos cuadernos con los registros de lluvias al manejo de información georreferrenciada de la agricultura por ambientes.
Los desarrollos de la AgTech están provocando una verdadera revolución en la gestión de la empresa agropecuaria. Sin embargo, tranqueras afuera, las fuentes de información a gran escala que ayuden a tomar decisiones son escasas. Las excepciones pueden encontrarse en quienes hacen estimaciones agrícolas, tanto en el sector público como en el privado, u organismos como el Senasa, entre otros.
"Este censo terminó con un apagón estadístico de 16 años", dice el jefe de Gabinete del Ministerio de Agricultura, Santiago del Solar. La referencia es sobre el censo agropecuario de 2008. Con un Indec intervenido, y un gobierno que había decidido pelearse con la producción agropecuaria, el censo de aquel año no se completó. En algunas provincias no se llegó a cumplir ni siquiera con el 50% del barrido censal, por lo que la información que surgió no se considera válida según los parámetros internacionales. En 2010, el entonces Ministerio de Agroindustria lanzó un Plan Estratégico Agroalimentario sin contar con un insumo básico: cuántos y cómo producían.
Por ese motivo, la base de comparación de los resultados preliminares del CNA 2018 es con el censo de 2002. Allí, el dato que se destaca es la reducción de un 25,5% en la cantidad de explotaciones agropecuarias. De poco más de 297.000 explotaciones se pasó a 221.000, con límites definidos. Y el tamaño promedio pasó de 550 hectáreas a 690 hectáreas. Hay quienes explican que esa reducción y concentración un proceso similar al que sucedió en otros países agropecuarios, en algún caso con mayor intensidad -Australia o Nueva Zelanda- y en otros con menor, como EE.UU. Además, pudieron haber crecido las formas asociativas (cooperativas).
Y no falta quien atribuya a que en el período 2003/2015 hubo un aumento de la presión impositiva que expulsó productores de la actividad. Habría que ver, también, si en los últimos años no hubo en las economías regionales -citricultura o fruticultura- un fenómeno similar.
Hay otros datos destacados. Por ejemplo, el número de contratistas. Se relevaron 31.312 prestadores de servicio de maquinaria agrícola. Se confirma la presunción de que son actores centrales de la producción. También hay información sobre la realidad social: el 20% de la explotaciones están a cargo de mujeres, el 84% de personas y el 11% de personas jurídicas. Al medir la edad surge que la mayoría de los productores tiene entre 40 y 64 años.
El relevamiento tecnológico también fue importante. Se consultó sobre rotación de cultivos, análisis de suelos, manejo integrado de plagas, agricultura de precisión y rotación agrícolo-ganadera, entre otros aspectos.
Con el CNA 2018 el Indec pudo tomar la mejor fotografía sobre la actividad agropecuaria que se podía captar, con instrumentos validados por la FAO y organismos agropecuarios de otros países. Los datos pueden ser cruzados con otras variables que existen en la actividad y servir de base para tomar medidas sobre una base confiable.
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