Con seis años, Amalia Rodríguez Fudickar participa de competencias de destrezas siguiendo una tradición familiar
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Con un año de vida y ante miles de espectadores, sentada sola en el recado de un petiso, Amalia Rodríguez Fudickar desfiló con su padre a tiro por las pistas de la Sociedad Rural Argentina (SRA) en 2016. Esa fue la primera vez que la pequeña, cuarta generación de jinetes, se expuso ante el público arriba de un caballo. Ahora, con seis años, el jueves pasado debutó como competidora en el “Mini Freno”, una adaptación para niños del certamen anual de destreza y morfología para la raza criolla: el Freno de Oro.
Junto a otros diez chicos de entre cinco y 10 años, participó de la competencia en Mercedes, provincia de Buenos Aires. Andares, figuras, rallada, giro sobre las patas y retroceso. Es lo que tuvieron que hacer los pequeños. “Amalita aprendió a andar a caballo antes que caminar”, cuenta su mamá, Martina Nogués. “Tenemos que seguir fomentando lo que a ella le gusta, porque no hay nada más sano que eso”, dijo.
El bisabuelo de Amalia, Juan Bautista Nogués Miguens, comenzó con la cría de caballos y, con el tiempo, se trasformó en una pasión familiar “imposible de no seguir”. En tanto, el abuelo de Amalia continuó como jinete, pero le gustaba la parte morfológica. Cuando llegó Martina, la mamá de la pequeña, introdujo en la familia la parte funcional y empezó a participar en las pruebas de rienda. Siempre con la raza criolla.
“Si bien en la familia todos competimos y de chicos tuvimos nuestra primera prueba, en mi caso fue recién a los 12, más grande que ella. Por eso que empiece desde tan chiquita para nosotros fue todo una novedad”, expresa.
Para pasar la cuarentena, la familia se fue a vivir al campo. Allí Amalia empezó a recrear las pruebas que hacen los adultos en Freno de Oro. Lo que comenzó como un juego con el tiempo se fue perfeccionando y profesionalizando. “Le tomó el gustito y se lo empezó a tomar en serio motu proprio”, indica.
Como madre nunca pierde el miedo de que la pequeña se caiga del caballo o tenga algún accidente, pero con “Mi Tata Jujeño”, el nombre del caballo de la nena, Amalia tiene una conexión especial. “Parece de película”, describe. Le impacta cómo siendo tan chiquita se ocupa de su caballo, de que tome agua, rasquetea, ayuda a bañarlo.
“Mamá yo puedo, yo quiero competir”, le dijo la pequeña a su madre cuando se abrió la inscripción para la prueba. “Bueno china -como ella se expresa a su hija- vamos a competir, yo te acompaño”, le dijo a su hija. Aprovechando la situación de que parte de los caballos de la familia Nogués iban a formar parte de la competencia, Martina cargo al camión a “Mi Tata Jujeño”.
Explica que, para su edad, se trata de una prueba “complicada” y “muy profesional”, pero que tiene como positivo que los chicos pueden competir sin sentir la presión de que tienen que ganar para obtener un premio. A pesar de que les ponen puntajes por cada movimiento, independientemente del resultado les entregan a todos los competidores una distinción.
El año que viene, Amalia participará de otra categoría. “Esta fue como una prueba piloto, hay otra competencia que ella nos pidió participar, en la que también corren chiquitos y es más complicada”, indica.
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