Julio César sufrió el escarnio público cuando Pompeya, su mujer, fue acusada de haber sido parte en un confuso episodio durante la ceremonia de la celebración de la fertilidad de “La Bona Dea”, ceremonia que contenía ciertos ritos secretos exclusivos para mujeres. Como ningún hombre sabía lo que sucedía durante en ese culto, las habladurías y calumnias circulaban a tambor batiente en la antigua Roma.
El César, para evitar esos comentarios que lo afectaban, cortó el vínculo con su mujer, divorciándose. Y así pagó Pompeya injustamente el costo de aplacar los prejuicios de la población romana. Mas tarde, debido a este caso, surgió el famoso dicho: “La mujer del César debe ser y también parecer”.
El agro en general y los productores en particular, estamos muy preocupados sobre lo que se dice de nuestra actividad y de “como nos ven”. Es más, hay casi una obsesión culposa con este tema a pesar de que, en las encuestas de opinión comparativas con otros sectores de la sociedad, al “campo” se lo ubica relativamente bien. O al menos no tan mal con relación a otros.
Antes de la publicación de “La primavera silenciosa” de Rachel Carson, en 1962, nada se cuestionaba sobre las prácticas agrícolas ganaderas. Luego, la evidencia fáctica del efecto de algunos fitosanitarios empezó a generar una corriente de consciencia sobre la necesidad de mayor control y mejor uso de agroquímicos. De esa manera empezamos a recorrer un camino de mejora continua, con el foco en una agricultura “sostenible” (Sostenible: proceso que se sostiene en el tiempo). Intentando así satisfacer las demandas crecientes de la alimentación mundial, pero sin comprometer al desarrollo de futuras generaciones.
La presión social existe sobre todos los agricultores del mundo. No se da solamente en la Argentina. Los productores canadienses tienen un programa de comunicación con el lema “Licence to farm” (licencia para hacer agricultura), donde las imágenes apelan a las tradiciones del “Farmer”, y a su vez a dar simples y certeras explicaciones científicas, con el objeto de lograr que la población comprenda los esfuerzos de la producción en el campo y de cómo llega la comida a la mesa. Pero la lucha es muy desigual, ya que esa discusión se da entre el sentir y el creer, versus la argumentación racional con base científica. Son dos mundos paralelos, con lenguaje y conocimientos paralelos, que parecen difícil conectarlos.
La inmensa mayoría de las veces no es mala la intención de poner la lupa sobre lo que “hace el campo”, pero también es real que se construyen carreras políticas o en ONGs vía la descalificación, sin necesidad de demostrar lo que se dice. Hay tribuna ávida, con oídos receptivos para escuchar a quien denuncia que “el campo contamina” o que “hay ganancias extraordinarias”.
Para contrarrestar esto se han hecho campañas mediáticas también en Sudamérica, caso Brasil, y ahora en la Argentina. ¿Pero qué resultado tienen semejantes esfuerzos? ¿Cuánto cuesta el “Parecer”? ¿Cómo se mide el éxito o no de estas campañas en la opinión pública? ¿Qué impactos pueden tener? ¿Cuál es la métrica? No hay respuestas contundentes a estas preguntas. Aunque uno presume que algún impacto positivo debe tener. Y seguramente es mejor hacerlas que no hacerlas.
Redes sociales
Las redes sociales han sido una herramienta fundamental para que imágenes del trabajo diario del campo llegue a los celulares de millones de personas. Sin una campaña dirigida, sino más bien espontánea, se crearon puntos de contacto y diálogo entre sectores muy alejados, en una arena que no siempre genera acercamiento, ya que en ocasiones las redes tienden a radicalizar aún más los discursos. De todas maneras, es un lugar para estar, e intentar comunicar como suceden las cosas en “El campo”.
Posiblemente el problema de Pompeya, la mujer del César era que nadie sabía lo que sucedía en la ceremonia de la fertilidad femenina. Y ese “no saber”, era lo que alimentaba las habladurías y las fake news de la Roma antigua.
Quizás para los productores del agro, mostrar y abrir más los campos a la comunidad, (como muchos lo vienen haciendo), conocer las personas y las familias detrás de la producción, sea también una manera de transparentar y así mejorar la comunicación. Es una tarea más lenta, y no tan fácil de escalar, pero el hecho de “tocar y ver” in situ baja muchas barreras.
Todos sabemos que en el campo se hacen muchas cosas bien con la tecnología y los medios disponibles, y en otras se tiene que mejorar, sin lugar a duda, y a un ritmo perentorio. El camino de la mejora continua es infinito, y por lo tanto puede resultar extenuante y a su vez complicado por la macro y por una presión tributaria excesiva. Pero ese camino de mejora se enfoca sobre del “ser”, que es lo esencial, y el fondo de la cuestión.
El “Ser” va antes del “Parecer”, pero las dos van de la mano. Y la transparencia, mostrando lo que se hace puede ser la gran aliada para que ambas transiten juntas.
El autor es productor agropecuario
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