Por la sequía y la suba de precios, la campaña 2022/23 deja múltiples enseñanzas sobre cuáles son las mejores estrategias para adoptar con la nutrición de los cultivos
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Hace tres décadas el uso de fertilizantes en la agricultura argentina era incipiente. En efecto, a comienzos de la década del ‘90 la demanda de este insumo totalizaba menos de 400.000 toneladas por año. En la actualidad, esta cifra se ha multiplicado por 15. Los fertilizantes han contribuido no sólo al aumento de producción, sino también a través de la generación de mayor abundancia de rastrojo a la conservación de las condiciones productivas de los suelos en el mediano y largo plazo.
Los fertilizantes incrementan rindes, pero también aumentan en forma significativa los costos de producción del agricultor. A precios actuales, fertilizar una hectárea, y dependiendo del cultivo, para maíz y trigo se requiere una inversión del orden de los US$ 180-200 (tipo de cambio oficial). Para soja, girasol y sorgo las cifras son menores. Esta inversión se realiza sin tener información plena ni de las condiciones de clima que ocurrirán durante el ciclo del cultivo, ni del precio a recibir por la cosecha. Es por lo tanto una inversión “a riesgo”. Inyectar US$ 180/ha a un cultivo puede resultar rentable en un año “normal”, pero generar una pérdida bajo condiciones de déficit o exceso hídrico. Y si las condiciones son óptimas”, la inversión de estos US$/ha 180 puede resultar insuficiente para aprovechar en forma plena la respuesta potencial del cultivo. Por exceso o por defecto, pueden ocurrir pérdidas.
La sequía gatilló reasignación de recursos. La precisión y agilidad con la que se realizó esta reasignación resultó en un mayor o menor impacto de la sequía sobre la economía de la empresa. Analizar cuál fue la estrategia adaptativa ante la sequía resulta entonces un ejercicio interesante, en particular dada la posibilidad de enfrentar en el futuro próximo eventos similares. En efecto, según algunos especialistas, el fenómeno de cambio climático ya puede estar produciendo alteraciones en los patrones “normales” de clima enfrentados por los productores, razón por la cual la capacidad de adaptación resultará cada vez mas importante.
Los fertilizantes fueron uno de los insumos críticos sobre los que se focalizaron procesos decisorios. En la campaña previa a la sequía (2021/22) el consumo de estos insumos alcanzó unas 5,7 millones de toneladas. El consumo anual venía creciendo al ritmo de unas 0,4-0,6 millones de toneladas anuales, lo cual implica que, de mantenerse este nivel de incremento, era esperable en la campaña 2022/23 un consumo de unas 6,1/ 6,3 millones de toneladas. Pero, fruto de la sequía éste alcanzó sólo 4,8 millones de toneladas. La caída con respecto a lo esperable fue entonces del orden del 22/24 por ciento.
Factores
La caída del consumo puede descomponerse en tres efectos: (a) “efecto área”, (b) “efecto cultivo” y (c) “efecto precio”. En relación al primero, el área sembrada con los seis principales cultivos cayó, en 2022/23, un 9% (34 contra 38 millones de hectáreas del año anterior). Pero, como fue mencionado, la caída en el uso de fertilizantes (22-24%) resulta el doble o más que la cifra anterior. Esto indica que el uso por unidad de superficie cayó.
El “efecto cultivo” se manifiesta debido a la reasignación de tierra entre cultivos. Al respecto, se redujo la superficie sembrada de maíz en unas 3,6 millones de hectáreas, y la de trigo en 650.000 hectáreas. Mientras la participación del trigo en (la menor) superficie sembrada se mantuvo (18% del total), la de maíz cayó fuertemente (de 28 a 21 por ciento). La respuesta adaptativa del sector productor fue entonces aumentar en el “mix” la superficie de soja, y en menor medida de girasol, sorgo granífero y cebada. Con la excepción de la cebada, los niveles habituales de fertilización en estos cultivos son sustancialmente (más del 50 60%) menores que los de maíz y trigo. Pero además, no solo se redujo el consumo por cambio de mix de cultivos, sino también por la baja del nivel de consumo en maíz y trigo, cultivos que entre ellos representaron, en la campaña 2021/22, casi el 70% de la demanda total de fertilizantes en el país.
En adición a los efectos “área” y “cultivo”, el precio relativo fertilizante/grano fue un factor relevante. Con motivo de la guerra en Ucrania, en la campaña 2022/23 se observaron sustanciales incrementos de los precios de los fertilizantes, lo cuales fueron solo parcialmente compensados por incrementos en el valor de los productos. Lo anterior impactó especialmente al maíz.
La campaña 2022/23 deja múltiples enseñanzas. Una de ellas es que, ante un shock externo, se gatillan diversos procesos decisorios que tienen como objetivo amortiguar el impacto de las nuevas condiciones que se enfrentan. En el caso de los fertilizantes, la postergación o no-siembra de lotes, el cambio en la mezcla de cultivos y la reducción de dosis son alternativas que han sido usadas. Es de esperar que en el futuro cercano se adicionen herramientas gestión de riesgos a las anteriores estrategias.
El autor integra el Departamento de Economía Agrícola de la Ucema
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