A la producción de granos, los Berinaga le adicionaron un molino harinero, una fábrica de alimento balanceado y producción de biocombustibles y de pollos parrilleros
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Muchos productores piensan que es difícil agregar valor a la producción primaria. Por ejemplo, entienden que los negocios “aguas abajo” de las tranqueras solo pueden ser desarrollados por industriales especializados en esas etapas. El caso de la familia Berinaga echa por tierra esa percepción.
Durante muchos años, estos agricultores se dedicaron a producir soja, maíz y trigo en campos del norte del país. Pero un día decidieron cambiar y construyeron el molino Trigotuc para producir harina a partir del cereal propio y de terceros. También montaron una fábrica de alimento balanceado para granjas de la zona y plantas de biodiésel y de bioetanol a partir de la soja y maíz propios. El último paso fue producir pollos bebés, abastecer a los engordadores de parrilleros compradores del alimento balanceado y desarrollar un engorde propio de parrilleros.
Muchos pasos en poco tiempo
“Durante muchos años, la empresa familiar de los Barinaga, con campos en Santiago del Estero y Tucumán, desarrolló planteos agrícolas. Pero a partir de 2009 comenzó a agregar valor a la producción de granos, que alcanzaba 8000 toneladas de trigo, 20.000 de soja y 12.000 de maíz”, contó Marcelo Juárez, un ingeniero químico muy vinculado con la industria de la alimentación, hoy responsable de esos procesos en el molino Trigotuc y en otros emprendimientos industriales de la familia. Fue así que primero se puso en marcha un molino con capacidad de procesamiento de 150 toneladas por día, que le permitió producir harina de gran calidad con el trigo propio y comprado a terceros. Los clientes eran panaderías y fábricas de fideos de la zona, y exportadores.
Con el crecimiento de la molienda, en la empresa observaron que quedaba mucho excedente de afrechillo del trigo, que inicialmente se pelletizó para venta a tambos y feedlots. “El paso siguiente fue crear una planta de fabricación de alimento balanceado para animales de granja, para aprovechar el afrechillo y subproductos de soja y maíz. Los principales clientes fueron productores de pollos parrilleros y de huevos de Santiago del Estero, Chaco y Tucumán”, agregó Juárez, al hablar en una reunión convocada por Acsoja en la que participaron referentes en el desarrollo de sistemas sustentables.
Simultáneamente, se construyó una planta de extrusado de soja para producir expeller, un producto de gran demanda zonal, que daba como subproducto aceite crudo. Este último no era vendible como tal, por lo que se hizo otra planta para blanqueo neutro del aceite, con gomas como subproducto. Estas últimas eran ricas en fosforo, que se incluyó en los expellers como valor agregado.
El aceite purificado fue punto de partida para producir biodiésel de alta calidad en otra planta. Con este combustible se pudo abastecer sin inconvenientes a toda la maquinaria agrícola y al transporte de la firma durante varios años. “Actualmente, se redujo la producción por el bajo costo del gasoil en los surtidores y se produce aceite metilado, de mayor valor, utilizado como coadyuvante en las aplicaciones agrícolas”, explicó Juárez.
Más adelante, en un campo muy seco y salitroso de la firma, se montó un feedlot para transformar granos en proteína animal. El emprendimiento dio lugar a dos beneficios importantes adicionales. El maíz se fermentaba para producir burlanda para la alimentación animal y bioetanol que se vende directamente a las petroleras para cortar con la nafta. Además, las bostas de los corrales, inicialmente apiladas en el fondo del campo para compostarlas, se repartieron por los lotes, lo que mejoró sus propiedades químicas y permitió la siembra de sorgo para ensilar.
En tanto, la fábrica de alimento balanceado seguía funcionando vendiendo principalmente a los galpones de pollos parrilleros, pero las compras de los avicultores estaban limitadas por la cantidad de pollitos bebés que les enviaban las empresas incubadoras.
De allí surgió la idea de producir pollitos bebés por parte de la firma, para vender más alimento balanceado. Fue así que en 2018 se construyeron galpones para albergar animales reproductores y una planta incubadora para producir 90.000 pollitos por semana que permitiera abastecer a los engordadores de parrilleros. Además, los Berinaga construyeron galpones para engordar sus propios parrilleros.
En síntesis, en la actualidad, además de los campos originales en Isca Yacu (Santiago del Estero) y Rapelli (en el límite entre Santiago del Estero y Tucumán), el molino Trigotuc produce 200 toneladas de harina por día. La fábrica de alimento balanceado -ubicada a seis kilómetros de San Miguel de Tucumán- genera 120 toneladas por día y envía producto a clientes de Salta, Tucumán, Catamarca y La Rioja. Se producen 360.000 pollitos bebes por mes y 180.000 parrilleros gordos en la provincia. El feedlot llegó a cargar 25.000 novillos gordos por año y las fábricas de biocombustible llegaron a generar 17.000 litros de bioetanol y 8000 de biodiésel por día.
Hacia adelante, en la empresa están ensayando probióticos para mejorar la alimentación de los pollos parrilleros y fertilizantes orgánicos para completar el circuito de la economía circular. “Cuando empezó el proceso de agregado de valor, trabajaban 25 familias entre los campos y el molino. Hoy somos 220 familias integradas en todos los procesos, más las que corresponden a los prestadores de servicios”, concluyó Juárez.
Sustentabilidad, una obligación
En la reunión de Acsoja también disertó Pablo Andrés López Anido, un ingeniero agrónomo que trabajó como asesor en Tucumán, Santiago del Estero y Santa Fe. También es productor de granos en campos propios y alquilados, en los que cultiva soja, maíz, trigo, garbanzo, sorgo, poroto Mung y muchos cultivos de servicio para desarrollar una rotación sustentable.
Con otros productores desarrollaron la Chacra Bandera, donde estudian la biología de las malezas y distintos métodos de control, incluidos las coberturas y los cultivos de servicio.
A juicio de López Anido, “la sustentabilidad va más allá del lote y debe incluir el paisaje en su conjunto; hay que medir y mostrar lo que hacemos con la evolución de los suelos comunicándolo a la sociedad”.
“Es un camino , no un punto de llegada; siempre habrá a que monitorear la sustentabilidad de los planteos, en los que hay mucho por aprender y discutir”, desafió.
En la reunión también habló Tomás Oesterheld, vicepresidente de Aapresid, que trabaja en el oeste de Buenos Aires desde hace 30 años como asesor vinculado a la incorporación de las nuevas tecnologías en el campo, algo que no siempre resulta fácil. “Muchas veces he tenido que hacer de lenguaraz entre el idioma del campo y de la tecnología, para explicar al cosechero veterano que la pantallita que se agrega en la cabina no es su enemigo, sino su aliado”, contó.
“Durante muchos años tuve que batallar para lograr el cambio de hábitos y el aprendizaje, vinculado con Aapresid, que me enseñó a trabajar en equipo y a ver que juntos es mejor que de a uno”, diferenció.
Oesterheld adelantó que el campo seguirá incorporando tecnologías cada vez más complejas en los próximos años. “Lo que viene va a ser más violento, todavía, de lo que ya está”, vaticinó.
Al considerar la sustentabilidad de los planteos, destacó que “es una condición, una necesidad, no una elección. Hemos aprendido el valor de la diversidad: se ven los beneficios de la rotación, de los cultivos de servicio, etc. en la mejora del suelo, para desarrollar una intensificación sustentable”.
En síntesis: la necesaria intensificación de los planteos productivos no debería comprometer su sustentabilidad ambiental, social ni económica. En las actividades agropecuarias tradicionales, este concepto se concreta con la rotación de cultivos, la incorporación de cultivos de servicio, la evaluación permanente de las propiedades del suelo, las buenas prácticas agrícolas y el seguimiento de la huella de carbono. Cuando se incorporan otras actividades -que, por ejemplo, agregan valor- el objetivo debería ser desarrollar una economía circular, en la que los residuos y los subproductos reingresen al sistema productivo reciclándose todas las veces que sea posible para mantener los bienes naturales del planeta.
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