El Dios Llastay o el Señor de la Peña tiene forma de rostro humano y llegó a congregar más de 5000 fieles en Semana Santa
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Desde tiempos inmemoriales la veneración al Señor de la Peña suscita sentimientos encontrados. Para algunos, el enorme peñasco no es más que un accidente geomorfológico ocurrido en tiempos imprecisos; para otros impregnados de la religión y el folclore es la imagen de Cristo que se arrancó del cerro.
El Señor de la Peña es una roca gigantesca con forma de rostro humano, perfil y cabellera, desprendida del segundo cordón de la sierra del Velasco junto al Barrial de Arauco, a 15 kilómetros de Anillaco, provincia de La Rioja.
Los indios diaguitas, habitantes de la zona, fueron los primeros en encontrar la gran roca con forma humana. Lo llamaron el Dios Llastay, que significa protector de la montaña y la caza. Lo utilizaban como punto de referencia para la cacería de animales salvajes, también como amparo y protección en esa vasta llanura desolada, árida del territorio arauqueño. Esta etnia indígena adoraba toda figura antropomórfica y por aquellos tiempos ya habían descubierto la forma de rostro humano en ese peñasco.
Con el tiempo llegaron los primeros españoles a la zona, cuyo propósito era cristianizar a la población. Aprovechando el antiguo fervor de los indios por esa deidad, los jesuitas decidieron inculcarles la creencia de que se trataba del rostro de Cristo. Desde ese momento toma el nombre de “Señor de la Peña”. Señor por Cristo y Peña por la roca.
Se podría decir que “el culto al Señor de la Peña es una amalgama de idolatría indígena y catolicismo elemental”.
A principios de siglo XX, el arqueólogo sueco, Eric Boman -quien hizo excavaciones en La Rioja, como el Pukará de Los Sauces, Fuerte del Pantano y sierras de Famatina- determinó el desprendimiento del peñón en poco más de mil años, tal vez por un gran movimiento telúrico debido a la zona sísmica, también por la propia erosión, o una gran tormenta que removió otras rocas en las cercanías.
Esta gigantesca roca mide 12 metros de altura, por 20 metros de periferia. Su tonalidad levemente rojiza la destaca en esa llanura monocromática. Por obra de la naturaleza este peñasco adoptó un fuerte perfil humano, con gesto hierático, frente amplia, nariz y ojos bien detallados y un prominente mentón.
Puede observarse una enorme cruz de hierro en su cima. Don Vicente Cedano, aventurándose a escalar la mole con la ayuda de gente baqueana y arrieros del lugar, fue el autor de ese enclavamiento allá por en el año 1842.
La historia cuenta que, en sus comienzos, la iglesia católica se opuso a la veneración de esa masa pétrea devenida en ícono religioso, hasta el límite de enviar guardias al lugar para evitar su adoración. Pero los fieles, lejos de resignar su actitud, aguardaban ocultos hasta que los custodios dejaban el sitio para retomar con sus rezos. El resultado de esta actitud infatigable se manifestó con un gran crecimiento de la feligresía. La devoción de la gente fue creciendo de manera sorprendente con el paso del tiempo, hasta transgredir las fronteras de La Rioja y del país.
Con la asunción de Monseñor Angelelli a la diócesis Riojana, en 1968, se pudo lograr la aceptación definitiva de la existencia de este lugar icónico, el que se declaró como “espacio de verdadero regocijo cristiano en la iglesia católica”. El primer Vía Crucis construido, de cemento y piedra, en el lugar lo llevó a cabo el cura párroco de Arauco, Julio César Goyochea.
Durante el gobierno del Comodoro Francisco Llerena se le adjudican al Obispado de La Rioja 30 hectáreas de tierra destinada al proyecto religioso de Arauco.
El Señor de la Peña ha alcanzado gran difusión a través de los años. Llegó a congregar a más de 50000 fieles en Semana Santa. En ese sitio inhóspito, atravesado por el viento y rodeado de un desierto absoluto, impacta la imagen de una fervorosa masa humana, silenciosa, recogida en íntimo rezo, que se mueve como una marisma rodeando a la roca inmutable, El Señor de la Peña, le rinde loas al Señor. Este culto es muy simbólico porque el paisaje es desértico y adquiere una connotación bíblica.
Durante tres días enteros se amalgama la liturgia con la alegría y el misterio se confunde con el bullicio de los mercaderes. “Entre el dogma y la leyenda, entre la ciencia y la sabiduría, miles de riojanos inmunes al sol y al frío peregrinan impávidos para consumar una tradición ancestral movidos por una fe inquebrantable.”