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José Hernández sabía mucho del campo argentino del siglo diecinueve, en el que había pasado parte de su vida. Y también conocía las costumbres de las tolderías de los indios pampas, con las que había contactos y también testimonios de los cautivos que lograban la libertad.
En una parte de La Vuelta de Martín Fierro, que se imprimió en 1879, relata la vida en esas tolderías cuando una epidemia de viruela negra atravesó el territorio argentino.
En el poema, Martín Fierro y su amigo el sargento Cruz huyen y se refugian entre los pampas. Al principio los mantienen dos años separados y después los dejan vivir juntos y un cacique bueno los ayuda. Pero se produce una epidemia de peste y la vida, ya muy dura, se convierte en un infierno. Ahí el poema, muy probablemente basado en testimonios verídicos, pasa a narrar las bárbaros métodos de los salvajes para intentar curar la peste. Remedios peores que la enfermedad:
Allí soporta el paciente/ las terribles curaciones/ pues a golpes y estrujones/ son los remedios aquellos/ lo agarran de los cabellos/ y le arrancan los mechones.Les hacen mil herejías/ que presenciarlas da horror;/ brama el indio de dolor/ por los tormentos que pasa/ y untándolo todo en grasa/ lo ponen a hervir al sol/. Dice que hay algunos tan malditos que sanan con ese juego. Y agrega: A otros les cuecen la boca/ aunque de dolores crujan;/ lo agarran y allí lo estrujan/ labios le queman y dientes/ con un güevo bien caliente/ de alguna gallina bruja/.
Un crudo relato, que se podría considerar documental, de una epidemia que se contagia en un submundo de esa argentina primitiva, anterior a la conquista del desierto. Un país en formación donde las costumbres de los "civilizados" también solían tener impiadosos rasgos de brutalidad, como lo comprueban muchos relatos de nuestra historia. Y que todavía, a veces, como igualmente se puede comprobar, reaparecen esporádicamente.
Siguiendo con el poema, el cacique amigo se contagia y muere, y después, para mayor desgracia, también el sargento Cruz cae contagiado y Fierro le da sepultura cristiana en ese mundo fatídico.
Al poco tiempo, después de matar a un indio en un duelo, escapa cruzando la pampa desértica con una cautiva a la que ha salvado. Y Martín Fierro vuelve a la civilización, una civilización que también lo ha maltratado con injusticia, a él y a tantos.
Un país conflictivo, como también lo han de ser otros, pero que no debería dejar de aspirar al principal progreso, que es el progreso moral. Porque las pestes se combaten con medios incomparablemente superiores a los de los pampas, y a la larga pasan y las cosas vuelven a la normalidad.
Pero los males tendrían que dejar enseñanzas y esa normalidad es la que debería superarse. No esperando soluciones ideológicas, mágicas, ni brujas, sino empezando por mejorarse cada uno en un lento trabajo personal que también podría contagiarse.
Como dice el mismo Martín Fierro: Mas Dios ha de permitir/ que esto llegue a mejorar,/ pero se ha de recordar/ para hacer bien el trabajo/ que el fuego, pa calentar/ debe ir siempre por abajo.
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